Wednesday, March 22, 2006

THE MARIN'S WOMEN FAN CLUB


Doblando la esquina que le permitiría acceder a los noventa años (con el favor de Dios), Enrique Marín dormitaba en la silla, al amparo del sol abrasador del mediodía que le obsequiaba la fronda de un samán. Echada a sus pies le acompañaba la Negra, una perra mestiza que remedaba el porte de un doberman. En la modorra se daba el lujo de pasear por caminos anchos que yuxtaponían impresiones diversas y variopintas. El sexo, por ejemplo, arista fundamental de la vida metaforizada en hinchada ubre que aún quería chupar con entusiasmo. Por fortuna, la tecnología médica hacía posible el abatimiento de la disfunción eréctil que acarrea con antipatía la vejez. Era saludado y venerado por vecinas saporritas de generosas caderas. El provocativo lienzo se aproximaba más a Botero que a Rubens. Los ojos azules del viejo se abalanzaban sobre las carnes apretadas como si fueran el manjar de un caníbal. Mucho más joven se vió a sí mismo, escapando del carismático genio de Blasina, haciendo de las suyas con vecinas del cerro La Adobera que suspiraban por su caucásica estampa de ojos juguetones y cerúleos. Todo ello a primeras horas de la noche y con el pretexto de buscar agua en un cuñete de lata. Se estremeció de excitación al recordar el abrazo y los arrumacos de Eizabelith, un hembrón de muslos y nalgas firmes, barnizada con un toque de canela encendido y enloquecedor. Hasta la mamá de ella, esa vieja verde, tenía buena batea: no estaba de más amansar la vaca para engullirse toditica la becerra. Consideró con suma despreocupación lo bondadosa que había sido la vida con él, ajeno al bullir mezquino y predatorio del mundo que le tocó andar. Su mujer, Blasina, y sus tres hijas -dos perlas y un azabache-: La Flaca, Tababí y La Mapi con la Mapita adosada. Constituían el billete ganador en la lotería de este universo desbocado y falto de serenidad. Por cierto, qué buena estaba la voluptuosa catira de la agencia de lotería de la esquina: un metro setenta de sensualidad y tongoneo lascivo. Sin aviso ni protesto, se le encimaron tres momentos en los que su vida pendió de un hilo: cuando el golpe del cuatro de febrero, al serle ofrecida una escopeta por universitarios revoltosos en el fallido desfenestramiento del Pacto de Punto Fijo, a lo que respondió Marín dando paso al frente y redoblado ... pero en dirección a la casa de Juana, en La Campiña, para refugiarse en la compañía de Blasina; dos, cuando lo de la bronquitis que anegó uno de sus pulmones, salvándose por la profética y amorosa voz de Blasina ... "yo me iré mucho antes que el viejo", esta vez en un Bucarito envuelto por el polvo; y tres, no hace mucho, cuando atravesó con éxito la puerta de salida del quirófano en el que le acomodaron la próstata. En profundo sueño, pensó que la muerte pasaría ahoritica de largo, pues un viejo custodiando las puertas abiertas de una casa en este siglo de malandros y asesinos impunes, acompañado de la tataranieta de Cancerbero, intimida de verdad, verdad... Y qué lo digan en Sabana e'Parra, carajo!

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