Friday, September 08, 2006

EL DRAGÓN LUSITANO

La amarillista fotografía de la página de sucesos, sin que el reportero gráfico lo procurara, recreaba el enorme cuerpo sin vida del Dragón Lusitano en su cama a la manera del Greco. La figura se encuentra alargada como si simulara el entierro del Conde de Orgaz. Sólo que nos impacta su soledad y la desamparada postración que lo oprimen para siempre en la memoria; el cadáver no es cobijado por un abovedado cielo presidido por Cristo, la Virgen y los penitentes - tan sólo lo arropa una colcha sangrienta en tanto improvisado sudario -. En el plano terrenal, no lo rodean caballeros nobles de rostros conmovidos y adustos; suponemos que la endeble paciencia de amargados policías era importunada por el trabajo del reportero gráfico: el encuadre y la pose macabra que excitarían el morbo de los lectores durante la libación del primer café de la mañana. Sin embargo, la fotografía significaría para mí un paradójico homenaje a mi tío, el luchador mitificado en el mote sinolusitano.
El Dragón Lusitano fue una de las figuras más resaltantes de la lucha Libre en Venezuela, el bien llamado Catch as catch can. Sólo que se hallaba en la acera contraria de héroes como Basil Battah, la del impío bando de los rudos: Maniqueo manejo de las marionetas del destino mediante, el ex-luchador libanés prosperó en la Valencia de San Desiderio al fundar una tienda por departamentos (Comercial Battah, por supuesto) ; mientras que el villano encontró la muerte detrás del mostrador de una mísera bodega-hogar al sur de la ciudad. Me contaba El Solitario, otro de los luchadores nuestros que compartió cartel con El Santo (tanto es así que con el Mil Máscaras fueron considerados el mejor trío de 1975 en México) , que mi tío no encuadraba en el perfil de los malvados: Su silencio, si se quiere de una saudade resignada, desconcertaba el bullicio ebrio de los vestidores en el Nuevo Circo. Sólo que al salir y encaramarse en el ring, la severa fatalidad de su silencio se sublimaba en una explosión de golpes ilegales y traicioneros que abatieron lo mejor de los técnicos, amén de sus aullidos y escupitajos contra un público estúpido sediento de bufo y efectista espectáculo. Quizás por tal razón, la tensión habida entre el silencio de Buda y el ruidoso y envilecido salvajismo de Míster Hyde, atenuó su sino trágico en el éxito con las mujeres (sobre todo prostitutas y ficheras). Mi madre decía que pese al modesto tamaño de su miembro viril en posición de descanso, era acosado sin consideración por mujeres de toda ralea y a toda hora (supongamos entonces la compensación divina y diabólica en erecciones de fábula).
Tengo dos recuerdos muy puntuales sobre él: uno, cuando se despidió de nosotros -niños armando abstrusos ingenios con taquitos Lego- pues lo perseguía la policía por haber asesinado a su hijo bastardo (concebido con una vulgar fichera, con la cual se habría presentado en el sepelio de mi abuela materna; cosa que no dispensaría jamás mi mamá) por asfixia mecánica para luego lanzarlo a un río infectado de caribes. Lamentablemente, fracasado el intento de fuga hacia Brasil, fue capturado poco tiempo después para purgar la pena máxima en Tocorón. Y el segundo, cuando contaba yo con 21 y no tenía idea de qué hacer con mi vida (como ven, soy un haragán de campeonato) : Nos habíamos tomado unas cuantas cervezas en el restaurant chino en el que trabajaba, el extinto Dragón Tower, celebrando el beneficio procesal que había recortado en la mera mitad sus treinta años de condena. Semanas más tarde, enterado de su mentira, acudí a la barra del restaurant a beber deprimidos vasos de cerveza tibia: el presidente no le concedió indulto alguno, el Dragón Lusitano había comprado su libertad a la burocracia carcelaria sin seguir las sabias instrucciones: Portu, sal del país porque si no nos envainamos todos. En efecto, la policía lo apresó en la cocina del restaurant, entre lumpias, chop suey y arroz pisado por las ratas.
Hoy, veinte años más tarde, me topo con esta magnífica foto (brillante sin proponérselo, al igual que la naif atmósfera surrealista de la película El Santo contra las mujeres vampiro), la cual me perturba en la desazón y el pesimismo de mis cuarenta y un años. La semana pasada otro tío mío me dió una oportuna cola a mi casa, pues me confió sus sospechas en torno a la muerte de su hermano del alma, el Dragón Lusitano: un parricidio por razones pecuniarias. Le creí al principio, pues el hijo legítimo del Dragón me caía en las bolas. Pero, pensándolo bien, parricidas somos todos que, al igual que Caín, descuidamos salvaguardar al otro, nuestro semejante. Valga esta puñalada parricida que es esta agria crónica.

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