Tuesday, October 03, 2006

TERAPIA INTERMEDIA


A Yordano Reales, in memoriam.


Sembré alegría en este pueblo,
regué de gloria este suelo,
si Jesús tropezó,
por qué no habría de hacerlo yo...

Oda pindárica a Diego Armando Maradona,
La Noche del Diez, canal 13, Argentina.


Los muchachos, colmados de llanto y saudade sureña, te acompañaron a paso apresurado hasta la buchaca que los obreros habían cavado en la tierra reseca. Los embargaba la tragedia que es una muerte repentina y harto abrupta: Compadre, no frisabas los 16 años; el cínico y ludópata destino te tendió una inmisericorde emboscada en la avenida principal que siempre se cuartea y resquebraja en dirección al barrio. Tu padre estaba disminuido muy a pesar de su uno ochenta y tres de estatura. Se abrazaba al desconsuelo de la familia, horadada la conciencia por una culpa compulsiva. Por qué carajo permití que fueras a buscar una caja de polarcitas en el sopor de una noche calurosa. Tu primo, aprisionado el cuello en un collarín atascado ante la tumba, estaba ebrio y no debía haber conducido la pick up al desamparo de la cordura y la prudencia. Tan sólo los tres alegres compadres constituyeron el casting de profesores que presenció como te ibas tendiendo en la árida tierra del cementerio municipal. Sí, estábamos allí con ese escozor que acalambra el alma. A. con su delgadez de cigarrillo en boca, R. con la corpulencia solidaria de siempre y yo, ...despistado en esta clase de eventos. Tenía a la mano la película sobre narcos que me habías prestado, sin saber a quién coño devolvérsela. Ahora, unas ventosas aspiran y chupan mis latidos algo raudos; una manaza -cada tres minutos- oprime mi brazo sacándole pulsaciones alteradas en medio del pitico fastidioso de una máquina despiadada.
Por tu actual estado de gracia, el Señor impidió que farisaicos zamuros se asomaran a tu ataúd con desencaminados pensamientos moralistas; bestias ataviadas con una superioridad moral que siempre te disgustó, sobre todo cuando escupían órdenes en los claustrofóbicos pasillos y peldaños que se desparramaban en las pocas aulas del liceo. La única frase que te había atrapado de los innumerables y bobalicones estudios bíblicos era la que rezaba Sepulcros Blanqueados, magnífica metáfora que retrataba a los obsesivos evangelizadores fatuos. Por supuesto, lo rescatable del lugar eran las lindas niñas que ennoviarían contigo y la banda de los cinco dispuesta a golear a los adversarios los miércoles en la tarde. Poco antes de irte no se sabe a dónde, encabezaste un movimiento sedicioso y rebelde en contra del profesor T., dada la masacre del remedial de lengua extranjera (a ese teacher villano había que remediarlo a carajazo limpio). Bofetada de revés ésta a un sanedrín tenebroso que intentó expulsarte tres veces del liceo sin conseguirlo. Coño, acaba de irrumpir (interrumpiéndonos) en la terrorífica y límpida sala un cura extraviado al cual le digo: vergación, tu clientela se encuentra en la sala de terapia intensiva.
En el velorio atisbé fragmentos alocados que pretendían una reconstrucción morbosa, pero triste y sentida, de los hechos: Te hallabas en la pequeña batea de la pick up enviando dulces y eróticos mensajes de texto a tus siete novias (como si fuera la última vez), cuando la trompa mordió violentamente el poste y volaste hacia otra realidad que nos agobia y enternece la memoria. Unos dicen que el oxidado paral te desfiguró el rostro, otros añaden la pérdida del ojo izquierdo. Sin embargo, a tu gente no pasa desapercibida la fresca bondad con que embestías a la vida, como si de un clavado en el mar se tratara (a ritmo del vallenato de tus amores). Después de una ingesta etílica de diez horas, el estremecimiento, el calor frío del cuerpo y el desvanecimiento en el mismo instante del desgraciado choque. Aquí, mareado y acostado por un cuadro de encefalopatía hipertensiva, te pienso y te converso pleno de sed por la vida que amigos como tú se obstinan aún en sostener.
Valencia de San Desiderio, 3 de octubre de 2006.

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