Wednesday, November 29, 2006

LA RISA Y LA CARNAVALIZACIÓN COMO NÉMESIS DISCURSIVA DEL PODER EN EL DIARIO DEL ENANO DE EDUARDO LIENDO



LA RISA Y LA CARNAVALIZACIÓN COMO NÉMESIS DISCURSIVA DEL PODER EN LA NOVELA DIARIO DEL ENANO DE EDUARDO LIENDO. José Carlos De Nóbrega.

Tenía que correr todas las rutas, superar todos los precipicios, en fin lograr vencer todos los obstáculos para poder llegar al centro de la Tierra. Una vez allí poder apreciar los talleres donde se teje desde los átomos que componen las nebulosas hasta la materia más sutil de que se componen nuestras vistas. A. S. M., paciente del Psiquiátrico de Bárbula, en Luz, Cenizas y Espuma, relato publicado en la revista “Nanacinder” nº 24, órgano de la Colonia Psiquiátrica de Bárbula.

El epígrafe anterior se refiere a un relato de un paciente psiquiátrico que se atrevió a recrear el discurso de su enfermedad. Sólo que, obviando la catarsis terapeútica del autor, su publicación significó el cierre definitivo de la revista que abrigó sus líneas, pues las autoridades sanitarias juzgaron inconveniente que un loco describiera libremente su patología sin la mediación del médico y el celador. El discurso del pícaro, el bufón, el tonto y –por extensión- el loco, como bien lo advirtiera Mijail Bajtin, supone una cortante y drástica ruptura con el discurso y los mecanismos del poder. La cualidad del habla de la sin razón descansa en sus giros a contracorriente que reconvienen con sorna la verticalidad y la chatura con que el poder sojuzga y manipula a la sociedad. Sugerimos, a tal respecto, el dossier sobre la revista “Nanacinder” que compuso y divulgó el ensayista Pedro Téllez en La Tuna de Oro, número 39, Valencia, Enero-Marzo de 2002, páginas 9-15. Por otra parte, el artista plástico Javier Téllez nos invita a un alocado ágape en la instalación La Extracción de la Piedra de la Locura (1996-97): El carnaval involucra al artista, a los espectadores y a los pacientes (fijados éstos en la textura sepia de viejas fotografías), turba que pasea el ánimo festivo por las instalaciones de un Pabellón del Psiquiátrico de Bárbula simulado en la blancura del museo. La propuesta plástica no sólo constituye una lectura atenta a Michel Foucault, Antonin Artaud y la antipsiquiatría, sino también a la teoría de Mijail Bajtin sobre la risa y la carnavalización. En un ensayo sobre la obra de Javier Téllez decíamos: “Por tal razón, para acceder al museo de arte psicopatológico, el espectador es doblegado, casi llega a postrarse, debe bajar la cabeza. Además, el público es conmovido por el dramatismo de objetos como una cuna en la cual yace un rollo retorcido de alambre de púas, ello en la atmósfera dominguera y carnavalesca de la decoración o puesta en escena: las piñatas –abiertas las entrañas-, el papelillo y los restos del festejo esparcidos en la sala. Mientras comemos torta y algodón de azúcar, pasado el tarugo con cerveza y refresco, y hacemos un inventario de lo que nos escupió la piñata, sobre algunas de las camas los monitores repiten ad infinitum las muecas de nuestros anfitriones, los pacientes, escurriendo el “Ave María” en una versión cuasi gutural”. En la Colonia Psiquiátrica de Bárbula, remedando las Saturnales romanas, los pacientes y los médicos intercambiaban sus respectivos roles bajo la mascarada del Carnaval en tanto jolgorio de liberación que trastoca la rigidez del orden y los convencionalismos.
Partiendo de un análisis, para entonces inédita tal perspectiva, de la novela Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, Bajtin desarrolla su tesis sobre la importancia de la risa y la carnavalización en la configuración de la novelística moderna. Paralelo a la liturgia y a las festividades religiosas en tanto manifestación del orden católico y feudal, se fue filtrando el Carnaval como su contraparte, drenaje y evasión de la verticalidad monolítica impuesta por el clero y la nobleza al pueblo integrado por el campesinado, los artesanos y los siervos. Es el cronotopo de la plaza pública, en la que el pícaro, el bufón y el tonto vociferan y escenifican su incomprensión y disconformidad respecto a la camisa de fuerza con la que las clases dominantes cosifican y aprietan a la sociedad, imposibilitando la disidencia y la libertad de acción. Es el pullover o suéter que entorpece los brazos y la cabeza del usuario, provocando su caída de diez pisos tal como lo escribe Cortázar con la boca llena de pelusa ensalivada. Por tal razón, Bajtin alega una de las salidas que excede la mera catarsis: “El mundo infinito de las formas y manifestaciones de la risa se oponía a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época. Dentro de su diversidad, estas formas y manifestaciones -las fiestas públicas carnavalescas, los ritos y cultos cómicos, los bufones y "bobos", gigantes, enanos y monstruos, payasos de diversos estilos y categorías, la literatura paródica, vasta y multiforme, etc.-, poseen una unidad de estilo y constituyen partes y zonas únicas e indivisibles de la cultura cómica popular, principalmente de la cultura carnavalesca” (La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais). La nave de los locos inicia su marcha indetenible en el océano de la estulticia popular y dionisíaca que aún escandaliza a los aparatos ideológicos del estado, atentos y afanosos en un espíritu castrador. La voz que clama en el desierto se une al bullicio de la gente que danza ebria y concupiscente, sin reparar en las ratas ni en la peste, mucho menos en voces agoreras y apocalípticas que anuncian el fin del milenio, aparejados los tribunales y la guillotina.
Nos ocupa la consideración y lectura atentas de la novela Diario del Enano (1995) del escritor venezolano Eduardo Liendo, puesto que apela a la risa y a la carnavalización como némesis discursiva del poder, materializado en la personalidad multifacética de José Niebla. El Circo queda fijado en el subconsciente y en la vigilia entenebrecida de los personajes: “Huyó, huyó, huyó lejos; aunque seguramente se llevó grabada la visión del circo, la metáfora del mundo-espectáculo: ilusión y recuerdo de un sueño medio festivo y medio trágico, como aquel cadáver de acróbata destrozado en el piso. Como el olor a la mierda del hipopótamo, que se perpetuaría en su nariz muy a pesar del auxilio de los más exquisitos perfumes del mundo”. Lo cual entronca con la expresión, cuasi onomatopéyica, del despecho mirandino -¡le merde!-, amén del bochinche que sacraliza al héroe pero denuncia los guisos putrefactos de la administración pública de la colonia y las repúblicas. Además, hallamos el plurilingüismo como vehículo que estructura y da atmósfera irónica al texto narrativo como tal. Su transparente prosa no es desdicha por el motivo de la mascarada: Se yuxtaponen salvajes y contradictorias voces que lindan con la Otredad y –en especial- con la Alteridad. El personaje principal asume diversas personalidades que se desparraman en un notable intervalo temporal y espacial: Desde la sucia y maloliente carpa de un circo; pasando por la España deconstruida en los Caprichos de Goya; el fracaso eréctil de Casanova en un burdel veneciano; el rostro severo, desilusionado y rabioso de Miranda en la Guaira atado a un catre de paja; las carambolas a tres bandas en un París que albergó a Van Gogh y a Gauguin; para embocar en un retablo absolutista y totalitario llamado Tacalma que saltó de la pieza teatral de Demetrio Dumas a la realidad ficcional. A esta perspectiva múltiple, por vía de la reencarnación y la alteridad, se le suma la fragmentaria escritura del diario del enano Matatías que empalma con la crónica cortesana y el comentario al pie de página. Prevalece entonces lo intertextual y lo transgenérico de manera natural, pues es coherente en la discontinuidad y el caos vivificante del discurso literario.
En el capítulo XVI de la novela, se esconde la mano asesina de los conjurados contra el dictador tenebroso en la comparsa del Carnaval: “Los sucesos, que desbordan toda imaginación, han ocurrido durante la celebración del Carnaval, única festividad que conservan los tacalmenses además del aniversario de la toma de la Alcaldía (...) Muchos sucumbieron bajo el puñal de faquires, adivinadores, payasos, sansones, brujas, ulises, minervas, hércules, cármenesmirandas y hasta un solitario y temible cíclope, lo que hace pensar que el propio Círculo Azul se encontraba infiltrado por agentes de alguna potencia extraña”. El subrayado es nuestro en la página 857 del Diario del Enano Matatías. Es innegable la parodia de la prensa a favor del régimen totalitario, enmascarado o no. Si bien José Niebla sobrevive al atentado, la escena parece sacada de las páginas amarillas y sepias de la fotonovela de José G. Cruz: Santo, el enmascarado de plata, en una alusión a punta de viñetas del atentado y martirio exitoso de Rigoberto López contra Tacho Somoza en un danzón tragicómico. El Carnaval va más allá de la estratagema escritural: escarnece los dogmas, los rituales alienantes, las pirámides jerárquicas y las colchas normativas pesadas y húmedas que deben soportar sobre sí los oprimidos. Procura de manera laboriosa, visceral e insomne el derrocamiento y la ridiculización de un orden bizarro. Unas cuantas páginas atrás, Liendo revierte el diálogo entre un Cristo que revisita este mundo y el Inquisidor sevillano, ambos provenientes de la febril imaginación de Ivan Karamazov:
“(...) En fin, estoy ansioso por escuchar tus sabias enseñanzas, ¿cuál fue tu secreto?
“-Ya que insistes te lo diré: ¡la máscara! querido diablo, la máscara. ¿Quién podría sospechar tanta ambición de poder en el más gris e insignificante de todos los actores?
“(...) -¿Qué pretendes decir, José Niebla?
“-No hubo ninguna estratagema en tu conspiración contra alguien tan todopoderoso. Por lo menos debiste intentar dar el golpe celestial un domingo, su cantado día de descanso, quizás lo hubieras sorprendido en pantuflas”.
José Niebla atisba a un macho cabrío que se disfraza de un viejo turista cualquiera, ataviado de jeans y una franela alusiva a la obra plástica del Bosco. Es la vulgarización del arte como mera mercancía dotada y contaminada de valor de intercambio, fuere nominal, de mercado o estigmatizado por la especulación. La dialogicidad del discurso novelístico es patente en las múltiples fuentes en las cuales la quimera o el esperpento abrevan: la vinculación y el contraste de lo culto y lo popular. En este caso, el comic latinoamericano junto a la literatura de ultraderecha y fascista contentiva en Los Protocolos de los Sabios de Sión (plagio del Diálogo entre Maquiavelo y Montesquieu en el Infierno del pensador francés Maurice Jolly) o en las tesis consolatorias de Norberto Ceresole. El lirismo del texto gana mucho al ceder terreno al cinismo, la blasfemia y la prevaricación. Julián Camacho, uno de los tantos nombres del protagonista, descubre que el estoicismo no era dique posible de su sensualidad, por el contrario, la masturbación frenética ante el retrato de la Virgen de la Piedad bastaba y sobraba para sublimar los instintos rayanos en el libertinaje y el sadismo: “(...) Julián inició una praxis onanista incontenible, sacrilegio éste que impregnaba todo el monasterio de un penetrante, intenso y provocador olor a semen sacando de su compostura onírica a más de un fraile y a no pocos novicios”. Sin embargo, el personaje se rinde a la ilusión estética del arte estampando en los lienzos un aguacero de sapos, cielos coagulados en rojo y vulvas simuladas en la concavidad de flores ardientes. Sólo que el fracaso del pintor y el espectador ante el genio de Goya y el Bosco prefiguraría la inclinación al tenor megalómano y envilecedor de José Niebla, el Gran Carroña, el Único y Preclaro reflejo del espejo inventado por Leobardo de Bachaquero amén de la adulante babaza despedida por los felicitadores. La puerilidad del mal, Arendt dixit, es sostenida por la letanía en que se convierte el lenguaje de una Tacalma hecha trizas por la abulia bovina de la sumisión:
“(...) Con el tiempo no quedó ni un resquicio, ni una sola concha de mar, ni una seña de caminos que no tuviese grabado el mensaje del poder: Niebla-mágica, Niebla-milagrosa, Niebla-fulgurante, Niebla-diamantina, Niebla-faro, Niebla-gloriosa, Niebla-timón, Niebla-majestuosa, Niebla-destino, Niebla-faro, Niebla-océano, Niebla-fuego, Niebla-estrella, Niebla-heroica, Niebla-sol, Niebla-padre, Padre-José Niebla”. Las palabras le hablan al narratario en una lengua represiva y simplista, refiriendo armatostes y objetos diseñados para el culto a la personalidad del dictador que pretende acallar al gallo y al canto bullicioso de los amanecidos en bohemia, alcohol y orgía: el Gran Partido de la Revolución Nieblinista (P.R.N.), el telenieblisor, la Guardia Nieblinosa, el Balcón del Poder, el mototetus, el heliotíptero o heliotóptero. Tales categorías del léxico del poder se derivan de la parodia de textos como 1984 o Rebelión en la Granja de George Orwel, o La Naranja Mecánica de Anthony Burguess, en un acto de solidaridad con la postura crítica y si se quiere nihilista de ambos autores.
El discurso polifónico, carnavalesco y grotesco de la novela cuestiona el Poder por medio de rupturas en el plano temporal-espacial. La aparente simetría estructural de tres partes (Tiempos de Oruga, El Único y Si yo tuviera el Corazón) y veinte capítulos, se halla desmentida y desmontada por la multiplicidad de los puntos de vista narrativos y la disonancia de las voces que trascienden el tiempo y el espacio. A lo que debemos agregar su precariedad e inseguridad: “No hay pistas seguras que indiquen con claridad sus múltiples mutaciones y enmascaramientos”. No está reñida la propuesta con una visión anárquica del mundo: “Mientras el imperio exista, consumirá al pueblo. Una constitución saludable para el pueblo no es posible más que con una sola condición: la destrucción del imperio” (Bakunin en Estatismo y Anarquía). La constitución de una nueva república implica la reivindicación del carnaval y la festividad popular que invadan y destruyan la estática iconografía restrictiva de la corte. El cronotopo de la plaza pública, como antítesis del poder omnímodo, amalgamado con la parodia de los géneros instituidos por la literatura oficial y el prevaricador tenor del léxico soez integrado por insultos, blasfemias y punzantes esquirlas del pensamiento popular, corroerán las bases mismas de un modo de producción social, económico y cultural que tiene adosado la simiente de su extinción. La oruga, en su metamorfosis, troca en una crisálida del horror: “La rebelión había sido una fugaz emoción, en el periplo de su incesante metamorfosis hacia la niebla”. No podemos apartar de nuestra película eidética las escenas del film Vicios privados, Virtudes públicas del húngaro Miklós Jancsó: la algarabia anarquista del festejo desatado por los herederos de la corona, orinando y escupiendo los pétreos rostros de sus padres, fornicando sobre el escudo de armas familiar para emborracharse y quebrantar los fetiches del poder con sudor, semen y efluvios vaginales. La respuesta, pues, no se hizo esperar: borrar de la faz de la tierra a tal generación maldita de vástagos, los cuerpos desnudos cubiertos de balas y cuchilladas; los corceles en una maniática carrera al camposanto, arrastrando consigo los ataúdes labrados por la ignominia de sus padres.


Valencia de San Desiderio, 4 de agosto de 2006.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bajtin, Mijail (1989). Teoría y Estética de la Novela. Madrid: Taurus.
Bajtin, Mijail (1974). La Cultura Popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Barcelona, España: Barral Editores.
Bakunin, Mijail (1984). Estatismo y Anarquía. Barcelona, España: Orbis.
De Nóbrega, José Carlos (2005). Derivando a Valencia a la Deriva. Trabajo en proceso de publicación, Ministerio de la Cultura, Caracas.
Liendo, Eduardo (1995). Diario del Enano. Caracas: Monte Ávila.
Téllez, Javier (1997). La Extracción de la Piedra de la Locura (catálogo de la exposición). Caracas: Museo de Bellas Artes.
Téllez, Pedro (2002). Nanacinder (1954-1962). En La Tuna de Oro, nº 39, Valencia, enero-marzo 2002, páginas 9-15.

Monday, November 20, 2006

EL NUEVO PRINCIPADO DE LAS AMÉRICAS ESTÁ EN VALENCIA, LA DE SAN DESIDERIO


EL NUEVO PRINCIPADO DE LAS AMÉRICAS ESTÁ EN VALENCIA, LA DE SAN DESIDERIO

A Rafael Humberto Ramos Giugni, hijo.

Quienes escandalizan con el espanto de comunismos y socialismos, debieran apartar cita con el oftalmólogo. Miguel Ángel Campos en entrevista concedida a El Nacional, lunes 9-10-2006.

Hará cerca de veinte años que habíamos considerado la posibilidad de hallar el nuevo Principado de las Américas en Valencia de San Desiderio. Por supuesto, en la víspera de lo finisecular, ello se justificaba en la insurgencia del Príncipe que predicaría la ruptura de los paradigmas y valores impuestos a partir de la Guerra Fría: el liberalismo capitalista y el socialismo. No fue la Tercera Vía de Tony Blair (tal como muchos incautos pensarían recientemente), laborista de testosterona mucho más consevadora que la de Margaret Thatcher (en un video polémico, el ex – Wham George Michael demostró la afinidad electiva y obscenamente libidinosa entre el Premier británico y un estrábico mental George W. Bush). Casi se me enreda la cinta que registra el concierto de Rush, A Show of Hands, en medio de la canción Subdivisions: El trío canadiense atacando con su concepción progresiva del rock; la antitética batería precisa y salvaje de Neil Peart, el subyugante punteo del bajo de Geddy Lee y las descargas eléctricas y contingentes de Alex Lifeson en la guitarra. Por fortuna, el daño apenas es percibido por el oído humano. A falta de una presentación de la banda en el país, el Príncipe y yo nos encargábamos de la logística y el montaje del concierto en el campito de Guaparo: minicomponente Sharp, marihuana, rolling papers y botella de escocés tumbada a su padre y poeta de las Estancias, bajo la mirada calmada de Rambo, un doberman algo pasado de peso en tanto metáfora jadeante de la Venezuela Saudita. El príncipe, en el arrebato del red point, desarrollaba una muy vivaz y furiosa homilía sobre una de las canciones de Rush (Time Stand Steel), entrecortando y modulando la voz en la aspiración de la verde vulva de Mary Jane: Un mundo futuro gobernado por las computadoras que se ata el escándalo a una piedra de molino, cuando uno de sus desnudos esclavos se topa con una guitarra eléctrica, naif hallazgo arqueológico de una era pretérita. ¡Mira, maquinita marica, oye como suena!, admonición y grito libertario que atentan contra el sistema operativo de los amos electrónicos. La simulación de tocar la guitarra arqueando el cuerpo en espasmos repentinos, formaba parte de la liturgia y no de los accesos juveniles en pos de un no sé qué. Abominaba del Prozac en la vindicación de dos productos latinoamericanos de exportación: la marihuana y la cocaína. Al igual que los narcocorridos norteños, apostaba por una narcótica cruzada de resonancias veterotestamentarias que entumeciera a la juventud norteamericana para así roer los cimientos del Imperio. Así se adelantaba al caos que significó la implementación del tratado libre de comercio entre México y Estados Unidos en tiempos de Carlos Salinas de Gortari.

Umberto X/Y/Z., para entonces estudiante de derecho y surfista por vocación y sublimación poéticas, empezó su ministerio por los predios de la Plaza Montes de Oca, buscando hacer prosélitos en el norte de la ciudad. Incluso la estatua broncínea del cura fusilado por los nazis llegó a sostener un tabaco de marihuana o bazuco, como si fuese el sagrado candelabro que iluminara sus innumerables sermones, plenos de metáforas herméticas. Al llamado se habían sumado sus más importantes discípulos: Elio Dillon, Canito, Canuto, el policía Alberto (lector atolondrado y desprevenido de Dostoyevski, pues apenas había memorizado su resumen biográfico) y el gordo Dagoberto. Yo, tan sólo me limitaba al rol sociológico de la observación (eso pensaba, con mis pulmones full ganya ). Tiempo después, extendió su palabra a un Mañonguito partido en dos por un río podrido. Pensábamos entonces que se quebrantaba la confrontación de clases; la salvación individual trocaba en incluyente salvavidas que amalgamaba antípodas en colectiva función reivindicativa. Por ejemplo, siguiendo la escuela de los cínicos, ebrio y alebrestado por Mary, la de los ojos verdes, demostró a los clientes de la Cachapera Santo Niño de Atocha que más valía disfrutar el ahora cagándose en el materialismo: el de la boca, el del güiro, el del ardor genital y el del culo. Las cachapas volaban perforando los techos de zinc a la manera de una lluvia apocalíptica, la vida era una danza epiléptica y concupiscente sin diques mezquinos que la contuvieran. Ocurrencia del portento gastronómico y meteorológico, mientras este investigador dormía aturdido por el perico y el ron a las puertas de un rancho infernal, con el miedo a ser acuchillado por su dueño y arrojado al río oscuro y miserable en donde cagaba y meaba el barrio entero. Para mi seguridad, el Príncipe había apostado al Caimán fumando bazuco un poco más allá, con una treinta y ocho guindando del cinturón. Otra de las hazañas del Señor X/Y/Z, así le mentaban sus acólitos, era la de derribar paredes a patadas para zanjar disputas y controversias entre las diversas escuelas filosóficas que engendró y esparció por la mustia ciudad. Las artes marciales secretas las aprendió junto a Carlos Zerpa en la Pagoda Gnóstica-Lírica-Épica del Maestro Edgardo, ubicada a prudencial distancia de los territorios tomados por las FARC y los paracos en Colombia.

El manejo, dispensen, la guiatura del Príncipe respecto a sus discípulos se basaba en una acertada asignación de las responsabilidades a cada quien. Por ejemplo, Canito y Canuto se encargaban de los suministros de boca y nariz, alimenticios, etílicos y enervantes. Ello a través de todas las vías posibles: la mendicidad trapense, el robo o la sodomía. Recuerdo que ambos se habían jactado en mis narices de haber comerciado su carne a la lascivia del indostano dios Valooch, transfigurado en un vampiresco barman del Bar Constitución, de cuyo baño se decía que era el proveedor más seguro de enfermedades venéreas en el sur de la ciudad. Pocos minutos después, encontré al Príncipe junto a tres de sus coetáneos del Guaparo Country Club bailando al son de Wilfrido Vargas: Ay, ay, ay Wilfrido... Dame un tabaquito que me voy a morir. Agradecían con un merenguero salmo sacrosanto el sacrificio de ambos hermanos en aras de la configuración del esquizoide nirvana. La fidelidad de Canito perdería el piso, cuando nuestro egregio líder lo entregó a su padre y a la policía por treinta mil bolívares, simulando mediar en el ficticio secuestro del chico que casi excedía un año. Callé la traición en la borrachera y las descocadas alucinaciones de la amapola haciendo añicos conciencias y culpabilidades que se entrecortan entre sorbo y sorbo.
Tomando una avergonzada distancia, me he enterado que el Príncipe de las Américas rehusó de plano la amarga jícara del sacrificio. Al pie del versículo consagratorio de su posible santidad heroica, huyó empapado de gasolina cuando el Caimán, su panadería del alma, con una tea encendida –un yesquero Zippo para más señas- pretendía hacerse la justicia del macho cornudo. La negra Teresa se dejó montar por la labia escatológica y surfista de Umberto, con la promesa de una Nueva Jerusalem asentada en las playas de Malibú. El ministerio se habría vuelto pedazos en un común y corriente lío de faldas, quedando la decepción plantada en los corazones anarquistas, perdido el tranvía que se abriría paso en el ya trunco curso de la historia venezolana. Seguimos siendo víctimas de sus ciclos caprichosos y de la conformidad ante los eternos retornos.

LA CIUDAD NOVELADA O DE LA SUAVE LLUVIA DEL PIANO


LA CIUDAD NOVELADA O DE LA SUAVE LLUVIA DEL PIANO.
José Carlos De Nóbrega.

Hay una hora en que la ciudad comienza a cerrarse
y todos echan llave a las puertas
y el comercio baja las cortinas
y la ciudad se tuerce al ruido
de infinitos candados

Sergio Quitral.


“La Ciudad Novelada”, del poeta guanareño José Joaquín Burgos, es un tórrido territorio cruzado de punta a punta por garúas y lluvias que tercas persisten en un desvelo transparente. No es impenitente holgura, de nuestra parte, destacar lo bien enhebrada que es su poética prosa, ajena a la mezquindad de vacuos y risibles experimentos lingüísticos. Se pasea placentera y lúdica en la recreación intertextual de los clásicos –festiva, irónica, pero asertiva y respetuosa-. “Historias”, a tal respecto, constituye un magnífico introito anarquista y tabernario que desacomoda el comprimido soporte virtual: “¿No puede el doctor Luzardo irse por internet, o aparecérsele a Edmundo Dantés en su computadora, o llamarlo por teléfono, identificársele y ponerse ambos de acuerdo para verse donde Margarita, o para metérsele, como quien no quiere la cosa, a don Miguel de Unamuno en un capítulo de Niebla, o para tertuliar un rato con los tres mosqueteros y con Dartañán... ?” Más adelante la lectura insomne de los clásicos agarra por la calle del medio, tomando por asalto la ciudad asombrada en el enmascarado discurso novelístico: “Que le diga que es posible, porque esos personajes, llámense como se llamen, y sean quienes sean, de cualquier lengua, de cualquier lugar y de cualquier tiempo, están en todas partes... aquí mismo, con nosotros, en la calle, en las casas, en los sueños, en las pesadillas, metidos entre la gente ... ¿qué de raro tiene que un día se reconozcan, se saluden, se inteligencien y se pongan de acuerdo... o se odien y se jodan? Al fin y al cabo ellos son los únicos que siguen viviendo y gozando con nuestras pequeñeces y con nosotros mismos, que de generación en generación los vamos haciendo eternos”. O en trazos gruesos e impresionistas, por las fantasmagorías que convoca, compone el paradisíaco enclave de la nostalgia amparada en la saudade, sin aristas de almibarada afectación; y qué de la inmemorial fusión maravillada de la oralidad suburbial y el juego de espejos que es la auténtica literatura, hacer y ars poéticos que jamás han pontificado abisales brechas clasistas entre lo culto y lo popular. El estilo narrativo de Burgos es, amén de la poesía que sin duda permea, polifónico, crudo, franco y conmovedor. Incluso transgenérico: En muchos de los cuentos se amalgaman los géneros en un discurso plácido, pleno de las idas y vueltas del contingente tiovivo (en “Moby Dick”, la reseña ensayística a una conferencia del poeta Rómulo Aranguibel sobre Melville, en tono de crónica, es el pretexto narrativo para pintar al Capitán Acab a la luz de un campamento circense improvisado en la plaza pública –por lo que la alusión a Mijail Bajtin no nos parece accidental-). El denso y popular torrente de la oralidad latinoamericana (valenciana, guanareña o bonaerense, da igual) se desborda a lo largo de este apretado y afortunado volumen. "Volver" es un cuento con la ardentía de la Buenos Aires hablada y saboreada en el mate, el tango y la milonga. La lengua ennoblece y rescata del mediático olvido a un indigente Gardel, deshilachado y descoyuntado el mito en una andanza errante y sin fin. En la Valencia del Rey, preferiblemente de San Desiderio como lo novelaba y ensayaba Slavko Zupcic, todavía se cree que el Morocho del Abasto merodea los bares de la ciudad en un nuevo exilio que desmiente su muerte trágica en Medellín, recostando su manoseada humanidad en la rocola clásica, la de los acetatos de 45 rpm. No en balde, Jorge Luis Borges –satisfecho por ser testigo de unos toros coleados que vislumbró en su ceguera homérica- y un grupo de poetas venezolanos (Rafael Simón, Héctor Gustavo y José Joaquín) conversan, liban aguardiente y churrasquean en la acechanza cuchillera de Don Segundo Sombra sin importar la milagrosa irrupción de la garúa que devendrá en aguacero postdiluviano.
Después de la sobremesa, mientras la ciudad escampa y se escurre, José Joaquín retará a Don Segundo a una partida cantarina en las máquinas tragaperras del establecimiento que simula una posada asturiana. Nuestras apuestas se centran, por supuesto, en el de Guanare y el solar valenciano.
Caracas, Parque del Este, sábado 18 de noviembre de 2006.

Saturday, November 04, 2006

TRES NOVELAS DE SLAVKO ZUPCIC: UN SANDWICH DE POESÍA Y PERVERSIÓN



En la mal llamada Valencia del Rey, específicamente en el stand que la Universidad de los Andes arrendó con motivo de la 7ª edición de la Filuc, he topado con las tres novelas escritas a la fecha por nuestro hermano y mentor del Concilio Apostólico de San Desiderio, el escritor venezolano Slavko Zupcic. Bajo el sello editorial de El otro el Mismo, este volumen recoge los títulos novelísticos Barbie, Círculo Croata y Pésame Mucho. El conjunto sugiere un dionisíaco sandwich poético, prevaricador y perverso: La amputada Barbie haciendo de las suyas, montándole los cachos a Ken y a un atribulado Alfonso M cuya lengua -expuesta en demasía al látex color carne de la muñeca- se entrega a la suicida coprolalia de morderse a sí misma, una y otra vez. Valga la empatía crítica de Pedro Téllez mascullando las categorías descriptivas de la noveleta: "Violencia, violación, exhibicionismo, voyeurismo, gula, necrofilia, piromanía, coprofagia, fetichismo, masturbación, homosexualidad, sadismo". En medio, sin duda el lomito del sandwich, va el Peregrinar de la simulación estafadora de Slatika Didic y su contrario -o, mejor aún, celópata reflejo- Salvador Prasel, trasladando los huesos de San Desiderio a Valencia, de allí su nuevo mote -Valencia de San Desiderio- que la ennoblece y magnifica por obra y gracia del poder de la ficción. Círculo Croata es quizás la derivación definitiva e intertextual de sus mejores cuentos -la trilogía referida a Vinko Spolovtiva y, por supuesto, el de Mary Monazin tostada y acariciada lascivamente por el Dragi Sol de la memoria que se asoma filtrado por asombrosos vitrales en los que priva el cristal cerulei. ¿O acaso funciona a la inversa: la novela como comadrona a futuro de los cuentos celebrados por lectores, amigos y detractores? (Como se sabe, hablar mal de la obra de un verdadero escritor no es más que un ejercicio apologético y propagandístico de fines inconfesables). La trama novelística se construye caótica y pluralmente: Bien sea a través del juego y la confrontación de Zlatika Corazón de Jesús y Leticia, disponiendo fotos sepias en el piano y el suelo; o por vía de las cartas jamás traducidas del serbo-croata por un fantasmagórico Salvador Prasel. Finalmente, el pan agridulce que es Pésame Mucho, reescritura enésima de Psicópatas, abusones y villanos de La Ninfa Dorada, inventario de memorables y secundarios personajes de la Valencia del Rey que le han dado -en la meritita estrechez de corazón, Prisioneros dixit- su abominable mas querida fisonomía. La validez del volumen no sólo es literaria, sino también religiosa y litúrgica: constituye la literatura sacra sandesideriana que bendecirá y abogará por la ciudad a la hora del juicio final.

Valencia de San Desiderio, 4 de noviembre de 2006.

Thursday, November 02, 2006

LABERINTO DE PAPEL, ENCLAVE DE LA FESTIVIDAD


LABERINTO DE PAPEL, ENCLAVE DE LA FESTIVIDAD.
José Carlos De Nóbrega.

La estabilidad, la alegría y la libertad se logran mucho más fácilmente si las practicamos y compartimos en comunidad con otras personas.
Thich Nhat Hanh, monje budista.

La revista Laberinto de Papel excede su formato y excelente diagramación al constituirse en terreno propicio del encuentro y el diálogo entre amigos. Por fortuna, no es una postal hemerográfica ni mucho menos un mero apéndice alusivos a las Ferias Internacionales del Libro que organiza cada año –desde hace seis- la Universidad de Carabobo. No es difícil entregarse a una placentera y sentida lectura de sus páginas, arrellanado el lector en el sofá y acariciada la felpa verde de vez en cuando por una mano ociosa. Hoy nos encontramos a la expectativa de la presentación de su cuarto número, dados los aciertos y la gran calidad editorial de las tres entregas anteriores. Por supuesto, un equipo encabezado por Rafael Simón Hurtado, el poeta José Joaquín Burgos y el fotógrafo Orlando Baquero, es el responsable de esta estupenda y querida empresa. Valga mi elogio y agradecimiento, pues Rafael Simón le ha abierto incondicionalmente las puertas de la revista a mi contingente y caótica obra ensayística (de los cuatro números publicados, mis líneas nerviosas y compulsivas se han deslizado tres veces en su papel glasé). Asimismo, el hecho de encontrarme rodeado de las voces de amigos y escritores tales como Carlos Yusti, Pedro Téllez, Slavko Zupcic, Marisol Pradas, Jesús Puerta, Orlando Chirinos y Rafael Simón Hurtado, me sugiere que la revista es un jolgorio anarquista y una comparsa festiva por demás ruidosa y abigarrada. Claro está que grandes firmas han engrandecido y enriquecido el contenido bien dispuesto de los pasadizos y pasillos de este Laberinto de las Letras Latinoamericanas: Fernando Báez exorcizando a los afectados camisas pardas y negras que danzan como idiotas ante el holocausto y la quema de los libros; las confesiones asombrosas de lectura dibujadas por Carlos Monsiváis con la maestría de José Luis Cuevas u Oswaldo Guayasamín; o la prosa de Vargas Llosa jugando y fundiéndose con la del Quijote de Cervantes, modernísima voz en tanto antecedente de la escritura transgenérica. Laberinto de Papel no es un mausoleo de las letras ni tampoco de la fotografía: los textos se iluminan en la vecindad del maravilloso trabajo fotográfico de Mariano Díaz, José Antonio Rosales, Víctor Hernández y Orlando Baquero. El mosaico gráfico exhibe procesiones fantásticas fijadas en blanco y negro; el apacible rostro barbudo de José Manuel Briceño Guerrero en un éxtasis filosófico y poético; un shaman ataviado de pigmentos rojiverdes en la inmemorial contemplación lectora de fuegos reveladores; o los objetos que descoyunta el agudo lente de Orlando Baquero: libros, homúnculos de madera y arcilla, o dijes de metal atrapados en un mar de letras ígneas. Si a ello le adosamos la magnífica diagramación y acomodo de los elementos textuales y gráficos a la manera de un ágil y apetitoso ready made, los ojos y las nalgas de atentos usuarios lo agradecerán en el morbo y el solaz de la lúdica lectura.

Mientras Rafael Simón descansa su humanidad en una cura de sueño con oro, incienso y mirra, para que la vigilia desemboque y lo embosque el seis de enero, los lectores aún disfrutarán el extravío en salas, pasadizos y puentes colgantes de generosas letras y atractivas imágenes contenidas en el Laberinto de Papel que hoy se ofrece sin inhibición alguna.

Valencia de San Desiderio, día festivo y consagratorio de las calacas achocolatadas de 2006.

Wednesday, November 01, 2006

LUIS ALBERTO ANGULO, UN MILITANTE DE LA POESÍA DEL DECIR


LUIS ALBERTO ANGULO, UN MILITANTE DE LA POESÍA DEL DECIR.


Contra el poder y
contra la miseria
descerrajamos el poema.
El poema como un fuego alto
contra la muerte.
Enrique Mujica. De Poemas del Decir.


Luis Alberto Angulo es, por fortuna, un poeta forjado en el cruce y la fusión de hablas que seducen y configuran a su Barinitas natal, en el piedemonte andino. La leve joroba del ave fantástica que es el estado Barinas, roza cariñosamente palmeando la espalda de los estados Mérida y Trujillo. De allí que su obra poética demuestre sin equívocos su tenor plural y polisémico, ajeno a lo monocorde, lo excluyente y al vacuo precipicio sin fondo de escuelas versificadoras de arrogantes mezquindades. Escribíamos que Luis Alberto gustaba del claroscuro, de anegar las fronteras e hitos que engarrotan los miembros del corpus del poema. En una ocasión nos confesó impunemente que la poesía sólo es vivificada en el afán de salvar a la humanidad, por lo que la autodestrucción que padece nuestra cultura resulta inadmisible y contranatura. No se trata de la absurda salvación que nos hace acumular inútiles indulgencias, sino de la cotidiana vivencia que se intensifica en el presente: aquel revelador modo de vida religioso que conduce al diálogo endógeno y exógeno, producto de la disciplinada actitud de observar y escuchar al prójimo, proximidad y prolongación de nosotros mismos. Concebir el poema desde imágenes poderosas que recreen al mundo, en la ausencia de viles dispositivos retóricos, sólo conduce a la poesía del decir. La militancia poética no será condicionada jamás por la urgencia apresurada y estandarizada del momento político o artístico, mucho menos mediatizada por alcabalas partidistas y/o estéticas. Luis Alberto es un devoto partidario de la poesía que conversa con el Otro y, por ende, consigo misma. El discurso poético cobra una transparencia sin par, antítesis irreconciliable de grises veladuras neblinosas que extravíen a hacedores y lectores en una daltónica comparsa. Como lo dice Tu Fu, al cabo de diez mil, cien mil otoños, no tendrás otro premio que el inútil de la inmortalidad. Delirio suicida de grandeza que deviene en la piedra de tropiezo que a su vez impide aprehender con pasión hasta el acto mismo de comer. El ejercicio de intertextualidad que es el poema Correlato Objetivo, por ejemplo, excede el virtuosismo técnico pues nos propone la vinculación de lo poético, lo político y lo estético:

“enfilo mi arma contra el infinito
para provocar una tormenta ácida
sobre el cubo negro de grandes mercaderes
la estética imponente
la ética fementida
anunciando una creación ajena
una destrucción que no les pertenece”.

La poesía asume la consagración de lo que es nocturno y solar, en este caso la parusía de un nuevo mundo posible, más allá de quiméricas especulaciones que entorpezcan su índole dialógica. Las propuestas líricas de Rimbaud y Baudelaire no en balde simulan un decir prevaricador a fuer de preces invertidas que denuncian la lasitud y chatura de un entorno hipócrita y materialista. El diálogo que ofrenda el ars poética de Luis Alberto se funda, sin duda, en la generosidad y la solidaridad para con el lector, tanto en el decir como en la edificación formal del poema. Mi padre de ochenta es un estupendo texto que nos conmueve en el indescriptible marco de la intimidad y la comunidad que sólo nos puede proveer el lenguaje poético. El Púgil, por otra parte, devela que la poesía es el objetivo exquisito de sí misma, en la pugna que implica atrapar la vida y la muerte entre líneas. La justificación de tal estado de gracia es desplegada por el poeta sin remilgos: “Parafraseando a Julio Cortázar, no se culpe a nadie de las posibles inconsistencias de mi obra, pues he aprendido que de lo que se trata es de vivir mi poesía sin pedirle nada a los inquisidores de turno, pero sí en la esperanza de ganar unos cuantos cómplices entre los que tengan a bien leerme”. La invitación al ágape es desinteresada y desprendida de fondo y forma. Luis Alberto se mantiene fiel aún al espíritu del grupo Talión, la poesía conversacional a la par del hombre de a pie, vindicación de la calle que antecedió las propuestas del grupo Tráfico:

“el poema no está fuera de ti
inicia su camino de palabra desleída
antes que podamos sospecharlo
en medio del silencio se revela
esclavo y señor del mismo reino”.

La Poesía del decir de Luis Alberto Angulo se planta valiente y desafiante para establecer un diálogo que problematiza el mundo, apropiándoselo en la adopción de un aguzado y atento ojo que nos lo ennoblezca y nos lo rescate en la lúdica intermitencia del ritmo, la musicalidad y el tono del lenguaje poético en una garúa sesgada que refresca la tarde y licúa la sangre del San Desiderio que enjuaga los pies de la ciudad.

Valencia de San Desiderio, 1º de noviembre de 2006.