Monday, February 26, 2007

TUVE UN AMIGO:JOSÉ FRANCISCO JIMÉNEZ. Domingo Alberto Rangel.



Tuve un amigo: José Francisco Jiménez
Texto: Domingo Alberto Rangel
A José Francisco Jiménez, quien acaba de fallecer en Valencia, le gustaba contemplar el cielo en las madrugadas de plenilunio. En cierta ocasión viniendo los dos de Valencia a Caracas, una prodigiosa madrugada de luna llena, estaba tan espléndido el cielo y tan impresionante el paisaje que acomodamos el carro al costado de la autopista para contemplar, con entera libertad, aquella maravilla. Hacia occidente, sobre los cerros de La Cabrera cerca de Maracay, la "verde luna" de García Lorca, despachaba su luz hacia todos los rincones del firmamento. Un cielo admirable respondía a aquella luna llenándola de ternura, en el otro extremo, hacia los lados de San Casimiro o San Sebastián, la serena Cruz del Sur se mostraba como la joya que necesita el pecho de la dama para ser perfecto.
Ahora José Francisco, tal vez el hombre más generoso que haya conocido en mí ya larga vida- pertenece a la muerte. No podrán asomarse sus ojos una y otra vez hacia el infinito a contemplar en alguna madrugada, en el cielo de los Valles de Aragua, la prodigiosa unión de luna llena y la Cruz del Sur. Tampoco podrán sus pies recorrer los alrededores o cercanías de Valencia en esas jornadas que comienzan gratas, pero que al elevarse el sol y al apretar el calor se vuelven pesadas y fastidiosas. Tenía proyectado escalar la Sierra Nevada de Mérida, yo acotaba en tono de broma, que uno de mis tíos había coronado esa meta hacía más de setenta años y que el hecho no tenía demasiados méritos.
El 4 de febrero nos acerca
Lo conocí gracias a las reservas que ambos tuvimos, sin previo acuerdo por supuesto, frente a la insurgencia del 4 de febrero. Él estuvo conectado con aquella conjura militar por nexos derivados de amistades con algunos oficiales que acompañaron el fallido golpe de entonces. En Valencia, al estallar la conspiración, José Francisco acudió al cuartel de los alzados, allí pidió a un capitán amigo y comprometido con lo que estaba sucediendo, las armas que le habían prometido. El militar se las negó y a pesar del trato muy cordial y comprensivo, no le aflojó ni siquiera una bayoneta.
Jamás un militar, le decía yo cuando me narraba episodios de aquella aventura, entregará armas a nadie. Es como pedirle al cirujano que ceda su bisturí o a un ingeniero su regla de cálculo. Hasta ahora, amigo mío, las armas se arrebatan a los militares por la fuerza.
Nuestra amistad, repito, nació como fruto de las reservas que tanto él como yo abrigamos frente al golpe del 4 de febrero, él las hizo inequívocas allá en Valencia, donde vivía y yo a través de la prensa. Yo fui un poco más lejos que él, sin que nuestras diferencias nos distanciaran en lo político o entibiaran nuestra relación en lo personal.
Un libro accidentado
Para su tesis de ascenso en el escalafón académico, escogió como tema mi supuesta figura de político, docente, escritor y periodista. Conocí a propósito de esa investigación su cálida simpatía, mientras él la documentaba, interrogándome durante horas en determinados días de la semana. Venía para ello armado de cámaras como las que llevan los corresponsales de guerra cuando van al campo de batalla, lo cual le valió el apodo de andarín, como se le llamaba a ciertos personajes, que en los días de mi infancia, recorrían la cordillera andina con bagajes similares. Duró un año aquella serie de entrevistas hechas por él, con estricta seriedad técnica. Fueron luego recogidas en un libro titulado "Domingo Alberto Rangel en la Vida Contemporánea", que la Editorial Mérida distribuyó por todo el país.
Es frágil la vida del hombre, la puede destruir un soplo imprevisto y amargo de la naturaleza. Esa vida, risueña y prometedora la apagó ese caballo de Atila, que hoy en las sociedades modernas es el cáncer. Hace tres meses, a mediados de noviembre, José Francisco Jiménez era un ser sano y alegre. Hoy descansa en la trágica quietud de la muerte.
Tuve un amigo excepcional
Es posible, reitero, que no haya conocido un ser humano más cordial, generoso y simpático. No cabía en él la maldad, tampoco la concebía. Era anarquista en la mejor acepción de ese vocablo. Como su tocayo Francisco de Asís, en el famoso poema de Rubén Darío, podría haber dicho: "hermanas estrellas, hermanos gusanos". Amaba el género humano como lo amaron Jesucristo y los idealistas de todos los tiempos. Le chocaba, por la mezquindad que implica, el patriotismo y veía como cosa superada y reaccionaria los nacionalismos con cualquier aditamento o envoltorio que adoptaran.
Con esas ideas no cabía, por supuesto, en la vida política real. Tenía o seguía teniendo amigos entre los militares del 4 de febrero que hoy forman la camarilla dominante en Venezuela, pero allí ya se le miraba con suspicacia.
Así, un mal día de noviembre pasado, le llegó la enfermedad que no perdona. Ahora, cuando febrero aún no ha agotado sus días, no está más entre nosotros. Jamás olvidaré su simpatía y al mismo tiempo su firmeza, ni tampoco su modestia que no empañaba ni sumergía a ese orgullo supremo que no abandona nunca a los verdaderos revolucionarios.
He perdido un amigo, con él se ha ido una parte entrañable de la vida.

Monday, February 19, 2007

DE LA TIERRA QUE DETIENE EL TIEMPO EN LA PLANTA DE LOS PIES


DE LA TIERRA QUE DETIENE EL TIEMPO...

José Carlos De Nóbrega.

Vielsi Arias: Transeúnte. Editorial El Perro y la Rana, Caracas, 2005, 52 páginas.

Este libro, el primero de Vielsi, nos ha hecho un llamado de atención que ronda la simpatía. Quizás nos recuerde la emotiva y simbólica atmósfera de la película Les portes de la nuit (1946) de Marcel Carné: si bien el guión de Jacques Prévert concilia poéticamente tragedia y melodrama, tono del cual no adolece el poemario, se cuela la analogía en el arisco vagabundo que encarna el destino atribulado de los personajes en el París de la postguerra; mientras que el leiv motiv materializado en transeúnte marca el corpus poético sin titubeos, por vía del trajinar en pos de la captura del tiempo bajo las suelas escoriadas de sus zapatos. “Ahora permanece tendido /un enfermo / en la textura de su cama / pedazos de cuerpo / quedarían al pasar / el transeúnte”, como si fuese la sombra de la muerte, arrebatando y arrancando las almas de las casas cuyos dinteles no fueron manchados con la sangre de corderos propiciatorios. No se concede un ápice a la invocación de las musas o bacantes apolíneas del buen decir, por el contrario, la marginal figura del pintor callejero (sí, Cristóbal Ruiz, efectivamente) aprehende el tiempo en la ilusoria ensoñación aplastada por trazos gruesos y toscos del óleo contra el lienzo, de la misma manera que el moho desmorona impunemente la consistencia del pan. No en balde “La ciudad se va tiñendo de rojo / tiene un pintor daltónico / con un solo tono / en su paleta de óleo / y un pincel aturdido / por el tiempo”, sin duda el mejor poema del libro, eje transversal que hermana el discurso plástico con el poético amén de justificar la coherencia y la unidad del conjunto.

El daltonismo revela la precariedad del soporte, del discurso plástico y poético en una aproximación fragmentaria a la lánguida belleza de las cosas: en el poema VOY CARGANDO EL TIEMPO, el texto es una derivación del epígrafe de Cristóbal Ruiz; la piedra hueca del tiempo disuelve el yo poético en la sequedad y la aridez de la costa (en una alusión a la luz de Reverón transfigurando el paisaje, de donde Castillete es la enramada bajo cuya sombra dormitan sus muñecas): “Voy cargando el tiempo / desnudo / en sus cicatrices / me vuelvo al viento / como una partícula / más que divorcia”. El acto de creación no está reñido con la religión, ni con el milagro: hay un entronque con un poema padre, a modo de Dios tutelar, “El tiempo tiene, mi señor, un morral en su espalda / Donde deposita limosnas para el olvido. / Inmenso monstruo de ingratitud” (William Shakespeare, Troilo y Crésida, III, 3). La Poesía es un diálogo vivo que persiste con denuedo en su disputa contra el tiempo y la muerte, muy a pesar de la sensación de vacío que nos embosca sin misericordia y de vez en vez, viñeta a viñeta: “El vacío me persigue / pero insisto / en ocupar su lugar / esta sed / que ya no me sostiene / permanece colgando a su cuerpo / tu sombra me visita / todas las noches / espero el acero / preparo el espacio / para una nueva grieta / no son ya suficientes / el sangrar de las piedras / el principio de la aguja / bastaría / para dibujar / una nueva cicatriz”. La lírica, entonces, manifiesta la saudade de un fado en la desgarradora voz de Doña Amália Rodrigues: ya lo observaba la conmoción de Miguel Esteves Cardoso, dejémonos de palabras. En el silencio, cantaremos. En cuanto ella nos canta. En el silencio, seremos. Más de lo que éramos antes de oírla.

Valencia, 19 de febrero de 2007.

ARS POÉTICA DEL CUARTO DE LOS ESPEJOS


ARS POÉTICA DEL CUARTO DE LOS ESPEJOS

José Carlos De Nóbrega.

Niddy Calderón: Poesía (una risa que se ríe de mí). Editorial El Perro y la Rana, Caracas, 2005, 40 páginas.


Este es el segundo poemario de Niddy Calderón, caracterizado esta vez por un cortante y desmitificador sentido del humor en el abordaje del oficio poético como tal. Desdiciendo los inútiles escarceos de la crítica profesoral en la apropiación del poema -vocación estúpida, persistente e inevitable en los cursos de letrillas de nuestras universidades-, simula una sonsa taxonomía que se afinca en su corteza como una traviesa tiña: desfilan poemas necios, cursis de mujer, onanistas, acreedores de concursos amañados, new age, lunares, efectistas, político aleccionadores, necrofílicos, inútiles y pare usted de catalogar. Por ejemplo, en el POEMA CURSI DE MUJER hallamos la requisitoria de cierto discurso que estigmatiza la poesía hecha por mujeres en Venezuela desde los años ochenta; la cama no es más que la mesa en la que la voz poética se desgañita en un panfleto feminista, diseccionando el cuerpo en tanto sujeto u objeto sexual asediado por el macho de turno: “Nombra al menos una parte del cuerpo / habla de pezón, labio, pene, piel / Es capaz de conquistar a cualquiera / suscitar erecciones o alergias / Puede también nombrar la casa / el hastío del encierro / la queja solemne de los oficios caseros / y la cría de los hijos”. No se trata del sollozo ramplón que se sumerge en la abulia, sino del llorar y crujir de dientes que apareja fallar en la revelación profética de la poesía (patente, por ejemplo, en la música sutil de los pétalos del tulipán que caen al piso; patética en el tañer obsceno de trompetas apocalípticas). Por otra parte, el POEMA GANADOR se regodea en la condena a las posiciones acomodaticias que son irreconciliables con la majestad de la Poesía: “Está bien escrito / consigue un hallazgo poético / se amolda a los criterios que alega / el comité que lo examina / puede ser un poema malo o bueno / no importa / El poema ganador es lo más cercano / al gusto del jurado / y a veces nada más”. El veredicto, a todas luces fraudulento, insufla a la plica descubierta la tibia atmósfera de un purgatorio poético; estancia gris, espantosa y mucho más temible que el infierno barroco imaginado en ejercicios jesuíticos.

La intención no deja lugar a dudas, detrás del tratamiento satírico del tema se esconde una sentida preocupación por el poema, corpus textual que trasciende su frágil soporte. Su coraje ovárico va más allá del afán de diferenciarse respecto a la versificación desencaminada de escuelas poéticas absurdas, las cuales no son más que la proyección del espíritu amputado de una crítica enceguecida y atribulada. Veámoslo en ÚLTIMO POEMA: “¿Quién puede saber cuál será el último poema? / ¿Qué palabras escribirán con tino el último aliento poético? / ¿Quién vendrá a darme la llave que abre o cierra el poema? / ¿Con qué letras se escribirá a sí mismo? / ¿Será una cola de serpiente enroscada en el papel?”. O la voz poética reconociéndose en la exclusión de lo utilitario (la antípoda del valor de cambio o de mercado) que significa el poema: “nadie cambiará un trago / por unas letras ordenadas / en un papel / nunca perlas o alhajas /cangrejos o fiestas / por la bofetada del sarcasmo, / la fascinación por la nocturnidad / o la cadencia erótica / que pueda contar un poema” . Octavio Paz lo advierte repetida y obsesivamente: “Lo poético es poesía en estado amorfo; el poema es creación, poesía erguida” (independientemente si refiere al pene o a la vagina). Este poemario desanda los laberintos de ars poéticas presuntuosas, empujándonos de improviso en un cuarto de espejos que deforman el cuerpo y el espíritu: precisamente la risa -provocada por tan artificiosa metamorfosis- es la clave que posibilitará el goce y la revelación del estado de gracia que nos provee la Poesía sin cortapisas ni rebuscamientos.

Valencia, 19 de febrero de 2007.

Sunday, February 11, 2007

PLÁSTICA HOY EN CARABOBO. Exposición colectiva en homenaje (?) a Humberto Jaimes Sánchez.


La visita se justificó en el cariñoso encuentro con mi amiga María Narea, además de toparme con el conformismo de un Víctor sumiso y patético en su complicidad con la perfecta valencianidad (ahora entiendo la fotografía que publicó en la más reciente entrega de Laberinto de Papel: las baldosas nazis tan sólo enmascaran la óptica complaciente respecto al conservadurismo valenciano, de allí que apelara al discurso autorizado del Cronista Guillermo Mujica Sevilla). Pese a su terca actitud iconoclasta, combativa y visceral, me parece más auténtica la visión fotográfica de Yuri Valecillo respecto al basurero en que hemos reducido a la ciudad.

En relación a la exposición, se nos antoja una muestra de fin de curso que funciona como acicate del ego de Rafael Bustillos antes que una selección seria del quehacer plástico de la Valencia de hoy. Las paredes de la Casa de la Estrella, donde se fraguó la traición a Bolívar, se hallan estigmatizadas por una línea estética que colinda con lo decorativo, lo cursi y el narcisismo. Se salvan -valga mi arrogante y entenebrecido juicio- José Antonio Barrios, en virtud de su coherencia conceptual; y Marcolina Herrera, por razones de simpatía y afinidad electiva. Le recomendamos a Rafael Bustillos que no sublime la autopropaganda -me niego a creer que no tenga discípulo ni testaferro mercenario que le escriban- en el homenaje a terceros; mucho menos que oculte su poca pericia en la escritura apelando a categorías abstrusas y mal sonantes. Coño, ¿qué quieres decir con "una sintaxis luminosa capaz de establecer correlatos de empatías entre los minerales de la Tierra y las joyas del espíritu"? Por lo menos, provocas la añoranza del discurso salvaje, obsesivo y satírico de Cristóbal Ruiz. Un vikingo lunático que no se andaba con esas pavadas rococó.

Friday, February 09, 2007

A UN AÑO DE LA CONSOLIDACIÓN DE ESTE ESPACIO


Estimados internautas: Les agradezco la atención a estos escritos contingentes, desenfadados y festivos. Si bien la caja de comentarios no ha excedido su capacidad, el hecho de tener unos cuantos lectores persistentes y solidarios ha redundado en contentamiento pleno. Tal es la razón que aún mantiene abierto este espacio al diálogo transparente, crítico y -por ende- placentero. ¡Enhorabuena! Nos seguiremos viendo aquí, bien vale la pena conversar con ustedes.

Tuesday, February 06, 2007

FOTO PRESENTACIÓN LETRAS Y FORMAS


La foto se refiere a la presentación del DVD "Letras y formas" de Guillermo Cerceau (derecha) y Luis Mavilla (centro), la cual se llevó a cabo en la librería Kuaimare de Valencia el sábado 24 de febrero de 2007. Dicho trabajo poético y visual será comentado pronto en este blog. No se lo pierdan.

Están invitados para la presentación de "Volver", un video de Andrés Cerceau basado en la lectura de "La Ciudad Novelada" del poeta José Joaquín Burgos. Al respecto comenta Richard Montenegro: “Volver” es un trabajo cinematográfico donde el poeta realiza una lectura íntima de su obra, mientras el director de dieciséis años, estudiante de educación media, crea una atmósfera visual que permite colocar el complejo texto de Burgos en un universo espiritual estilizado y riguroso, sin interferir con el protagonismo de la novela y del autor de la misma. La cita es en la librería KUAIMARE a las once de la mañana del sábado 10 de febrero de 2007. La librería está ubicada en el primer nivel del Centro Comercial Camoruco, avenida Bolívar Norte. Posiblemente, presentemos también el referido volumen de cuentos del poeta Burgos. A tal respecto, valga un comentario de la obra a modo ilustrativo:
"Volver" es un cuento con la ardentía de la Buenos Aires hablada y saboreada en el mate, el tango y la milonga. La lengua ennoblece y rescata del mediático olvido a un indigente Gardel, deshilachado y descoyuntado el mito en una andanza errante y sin fin. En la Valencia del Rey, preferiblemente de San Desiderio como lo novelaba y ensayaba Slavko Zupcic, todavía se cree que el Morocho del Abasto merodea los bares de la ciudad en un nuevo exilio que desmiente su muerte trágica en Medellín, recostando su manoseada humanidad en la rocola clásica, la de los acetatos de 45 rpm. No en balde, Jorge Luis Borges –satisfecho por ser testigo de unos toros coleados que vislumbró en su ceguera homérica- y un grupo de poetas venezolanos (Rafael Simón, Héctor Gustavo y José Joaquín) conversan, liban aguardiente y churrasquean en la acechanza cuchillera de Don Segundo Sombra sin importar la milagrosa irrupción de la garúa que devendrá en aguacero postdiluviano.






Los esperamos el sábado, no falten a la fiesta.



GRUPO


LI PO
LI PO



Valencia, la de San Desiderio

Thursday, February 01, 2007

GUILLERMO CERCEAU, CRONISTA FORENSE DE ELEFANTES Y CIRCOS


GUILLERMO CERCEAU, CRONISTA FORENSE DE ELEFANTES Y CIRCOS.
José Carlos De Nóbrega.

El cronista del circo tiene ciertas ventajas. Así una vez que se escaparon los leones y devoraron al público, me hicieron antes un guiño disimulado para que me fuese y por eso me salvé. Ramón Gómez de la Serna, Greguerías sobre el circo (Madrid, 1943).

Me interesa la paradoja entre identidad y uniformidad, el poder y la vulnerabilidad de cada individuo y cada grupo. Intento visualizar esta paradoja concentrándome en las poses, las actitudes, los gestos y las miradas. Rineke Dijkstra, fotógrafa holandesa.




Guillermo Cerceau posee la extraña virtud de tratar la palabra con irónica ternura; la crudeza del tema no excluye cierto cariz compasivo de su discurso ensayístico. Por supuesto, el ojo es escéptico; no concerta armisticios piadosos con la consolación imbécil que prodiga el discurso avieso del poder a cambio de la sumisión colectiva. Nos lo advierte sin concesiones ante la alambrada de púas, los tabiques de falsa caoba y los soles de neón, asimismo bajo el encerado de la carpa gitana: “Puede parecerte un destino indigno, pero la sumisión tiene sus recompensas: siempre estará allí el alimento, humilde pero suficiente para tus labores, siempre estarán tomadas las Grandes Decisiones en tu nombre, sin que tengas que esforzarte en elegir entre alternativas tan sutiles que sólo son susceptibles de ser comprendidas por las grandes almas, siempre habrá un techo que te cubra de las inclemencias que ese dios que te hizo puso en tu camino”. No hay, por fortuna, apocalípticas admoniciones custodiadas por interrogantes y exclamaciones de un ridículo y exagerado dramatismo; las palabras están dispuestas en la configuración de un texto crítico implacable pero fiel a una exquisita atmósfera poética. En 1998 publicó una colección de ensayos muy breves titulada Equivalencias, bajo el sello del extinto Fondo Editorial Predios en esta Valencia de San Desiderio. Este volumen propone una estructura fragmentaria, diáfana en el tono conversacional y dialógico, visceral si se quiere en lo confesional: “Hace falta mucho más que honestidad para ser poeta, como se ve: una cierta falta de vergüenza”, en la constatación de la escasez de talento que no es más que la precariedad del formato escritural –filosófico, poético o ensayístico- a la hora de aprehender la realidad, escurridiza y fauvista manada de jabalíes triturando margaritas y perlas impunemente. En el ensayo La Política de Ultratumba (2006), publicado en la revista “Laberinto de Papel” de la U.C., Cerceau incursiona en la indagación del mercado religioso occidental y oriental para reconfortar las almas acechadas, embaucadas y desconsoladas de los hombres: “Después de muertos, en trance entre dos encarnaciones o prisioneros en el limbo, será la duda de nuestros dominadores, la falta de fe, si se quiere ponerle otro nombre, la que nos salvará de seguir siendo siervos”. Al final, vindica el mito y la literatura como alternativas de escape al “círculo existencial” que supone la severa y vertical vinculación del poder con la vida misma. Se suma entonces a la comunidad diversa, contingente e incisiva del ensayo actual en Carabobo: Pedro Téllez, Alejandro Oliveros, María Narea, Eugenio Montejo, Carlos Yusti, José Napoleón Oropeza, Gustavo Fernández Colón y este compulsivo recensionista, entre otras voces.
Hoy nos presenta una plaquette impecable que se titula El Elefante Muere (2007), publicada por Ediciones del Grupo Li Po de esta urbe desgajada a la vera de la indolencia, el despropósito y el caos para la gloria estridentista del Señor. “Para probar la resistencia de los columpios cuelgan de ellos al elefante”, escribe Gómez de la Serna recreando escenas en la pista circense, aforística y poética de las Greguerías. El Elefante Muere constituye un conjunto de ensayos breves de una cualidad plástica y conceptual afín a las propuestas cinematográficas de Todd Browning en Freaks, Federico Fellini en La Strada y Emir Kusturika en la maravillosa Tiempo de Gitanos. La desolación es soportable tanto en el gesto tierno y amoroso del enano con la prostituta desdentada y enferma, como en la crueldad sublime del minusválido que empareja la pelea con el Otro tirando a matar, con la piedad inversa que complementa desventajas y prolongaciones de miembros atrofiados en el filo de la navaja y el cañón pistolero.
Contemplando las castañas barbas de una mujer, simulación estafadora o trastorno hormonal mediante, escuchamos una voz que devela el hilo central del entramado discursivo del texto: “Aceptamos que el circo es una vitrina de monstruosidades, desde las más benévolas, como el payaso, hasta las más incomprensibles, como el elefante”. El bullente circo recreado por Cerceau profiere una gama polifónica de lecturas que lo emparentan, por ejemplo, con la prosa de Jorge Luis Borges, Elías Canetti y Francis Ponge. Ello en virtud de una escritura precisa, en el ejercicio de un poder de observación deslumbrante que rescata los objetos de las gríngolas que doblegan la mirada. La filosofía y la poesía nadan en el espeso ajiaco transgenérico de los diez textos; la curaduría de la plaquette distribuye los poemas objetos o ready made en el espacio o museo de papel, como si fuese una instalación de Maurizio Cattelan o Javier Téllez: el payaso, el enano, el trapecista, el domador, los músicos, el mago, la mujer barbuda, el niño, el empresario y el elefante ocupan un universo minimalista en el que se superponen la revelación, la impostura y la carnavalización del mundo hecha comparsa impúdica y agridulce. Recordamos un desconocido circo integrado por colombianos desplazados de sus pueblos, troupe diezmada por la metralla, las sierras portátiles y las automáticas de guerrilleros, paracos, soldados o narcotraficantes. El animador hacía los roles de domador, mago y acróbata; la sabrosa cumbia enmascaraba el patético espectáculo de un auditorio fastidiado y sediento de portentos atléticos, equívocos cochambrosos y bufonesco efectismo. Del payaso nos dice que “su arte no distingue entre la inocencia y el dolor, ni entre la ignorancia y el miedo y a pesar de ello, todos lo confunden con el loco, el de los internados y el de las barajas (que se llama Joker o bromista) para no hablar del bufón, que no es más que un cómplice cobarde de los tiranos”. Evoca la pálida faz del clown expuesta de manera descarnada y solidaria por el perturbado lente lírico de Diane Arbus.
Es encantadora la diagramación del libro: Pablo Fierro conoce a cabalidad lo que al respecto pensaba Lewis Carroll, un texto es dignificado en la deliciosa, lúdica y caprichosa línea de sus ilustraciones. Va de perlas, duraznos y tierra mojada con el espíritu acogedor y cómplice de la plaquette: Pareciera un juego de espejos que deforman, trizan y transmutan nuestros cuerpos y almas cansadas en la mueca tragicómica del clown, la tralla postiza del domador, la heroicidad suicida del trapecista, la antipática falta de fe del mago o el empresario que se balancea en los estados de pérdidas y ganancias que arroja la compra y venta del sufrimiento y la soledad del prójimo. The Show must go on.

Valencia de San Desiderio, 31 de enero de 2007.