Friday, April 13, 2007

POESÍA: APROXIMACIÓN AL AMPARO DE LA ESTRIDENCIA


I

POESIA: APROXIMACION AL AMPARO DE LA ESTRIDENCIA.

“Sólo una hora más en silencio
el tiempo para firmar mi nombre en tu cuello
dejarte una marca, tatuaje enfermo
antes que todos vuelvan a hablar de dinero.
Porque cuando se acabe la fiesta
la tribu estará sedienta
será el momento del baile
de los languis” (lánguidos).
Cerati, Bosio, Ficichia y Sais (Los Languis, quinto surco del Disco Compacto “Doble Vida”, Soda Stereo, 1988, Sony Music).

“-¿De qué manera se ha servido del mito Carlos?
-El mito Carlos nos ha sido bastante útil para amedrentar al enemigo y ha servido para recaudar fondos para la revolución, especialmente por la OLP y Fatah”.
Carlos Ilich Ramírez Sánchez en “Feriado”, domingo 11 de octubre de 1998, número 796, página 27.

En cierta ocasión un alto funcionario universitario decretó la muerte definitiva del libro a manos de la iconografía bullente de los Personal Computers, justificando así su negativa a la edificación de la Biblioteca Central de nuestra Universidad. Aún desconocemos si le hacía una concesión al Imperio de los Nerds –consumación presentida por y resentida de Bill Gates-, o si significaba una desalentadora y naif realización de la predicción de Hegel que es la muerte del arte literario por intoxicación espiritual: “Así la vida interior triunfará sobre el mundo exterior: triunfará de tal modo, que el mismo mundo exterior proclamará la victoria de aquél, con la cual la apariencia exterior se hundirá en ausencia de valor”. Unos cuantos años atrás, cuando las computadoras IBM asemejaban escaparates con un gran ojo que giraba bidimensionalmente, el rector Alejandro Zahlout había intentado fallidamente abortar una revista poética que desde 1971 editaba la Universidad de Carabobo. Tal manifestación de la medianía intelectual sumó, paradójicamente, la anuencia de un grupo de escritores interesados en la muerte de tal publicación. Hoy, más de setenta números después, la revista POESÍA goza de una poco común buena salud dada la precariedad de nuestro tiempo: encrucijada de la nostalgia del populismo centra y cepalista y de la sumisión ciega a un proceso insincero de globalización promovido por los centros de poder.
Si tenemos en consideración que a la fecha (agosto de 2006) cuenta ya con ciento cuarenta y dos números editados en un período de siete lustros, es harto curioso que aquel atentado en su contra –además de ser promovido por una autoridad de la propia institución auspiciante- constituya el punto que parte por algo más de la mitad dicho intervalo. Afortunadamente, el equipo de redacción encabezado por el poeta Reynaldo Pérez Só –sin apelar a ruidosas demostraciones de protesta- logró encauzar para aquel entonces (mediados de los años ochenta) una adecuada campaña en los medios de comunicación escritos que impidió la desaparición de la revista POESÍA. Se conjuraron las malsanas intenciones exógenas y endógenas de una grey pseudopolítica e intelectual con un éxito poco frecuente en el medio cultural y universitario nacional.
Pese a la cercanía de hechos tales como el fracaso de la guerra de guerrillas incubada en los sesenta en Venezuela, del Mayo Francés del 68 y su prolongación en el movimiento de renovación académica de nuestra Alma Mater, la revista POESÍA revela –no sólo en el momento de su fundación, sino a lo largo de su devenir histórico- la tensión entre la tradición y la renovación de la expresión poética más allá de la estridencia militante y excluyente de los manifiestos y las declaraciones de principios. Por tal razón, no se justifica ni la constitución rígida de grupo poético alguno con el que se pretende aún involucrar a los poetas Reynaldo Pérez Só, Alejandro Oliveros, Teófilo Tortolero y Eugenio Montejo, sus fundadores, ni mucho menos un pliego que soporte tal espejismo. Por lo tanto, la denominación “Grupo de Valencia” es una etiqueta cómoda a los efectos de inventariar inútilmente el fluir poético de la ciudad. Por supuesto, no podemos obviar la creación del grupo denominado “Azar Rey” (1960, integrado por Teófilo Tortolero, José Miguel Villarroel París y Eugenio Montejo) como preludio del encuentro de los poetas que fundarían la revista una década más tarde. A pesar que desde sus inicios cuenta con el auspicio de la Universidad de Carabobo, la revista POESÍA –hoy uno de sus más valiosos activos, valga la categoría contable- sigue persistiendo en su rechazo y combate al concepto de cartapacio académico que ha asolado a gran parte de las publicaciones literarias de nuestras universidades.
El respeto a esta directriz se ha mantenido de manera inalterable e incondicional a lo largo de las gestiones de los rectores Gustavo Hidalgo (1984-88), Elis Mercado (1988-92), Ricardo Maldonado (1992-96) y (2000-04), Asdrúbal Romero (1996-2000) y María Luisa de Maldonado (2004-08, en curso). “Aunque la ignorancia y la mezquindad, de vez en vez, tocan a la puerta”, como lo manifestara Pérez Só al periodista Alfredo Fermín (1), las autoridades universitarias antes citadas han comprendido a cabalidad la importancia de la revista en el concierto poético no sólo nacional, sino continental y mundial incluso. Han dado un sólido espaldarazo institucional a la preservación de la revista POESÍA en tanto patrimonio universitario y producto cultural con calidad de exportación. Traigamos a colación algunos hechos: el rector Elis Mercado obstruyó el paso y el acceso indiscriminado a las apetencias de una agrupación estudiantil –de fines inconfesables- que pretendía tomar sus páginas guiados por un afán propagandístico y proselitista (revival anacrónico del realismo socialista); el rector Asdrúbal Romero y sus sucesivos directores de Cultura, Domingo Alfonso Bacalao y Laura Antillano, han respaldado denodadamente también a POESÍA, al punto de proveer el financiamiento de un proyecto derivado de la publicación misma: EDICIONES POESÍA, sello editorial que expande notablemente el radio de acción de su trabajo y contribución al panorama de la poesía venezolana del último cuarto de siglo (a la fecha ha publicado dieciséis títulos de poetas venezolanos). Más allá de la inmediatez de la lucha política y electoral dentro de la universidad, el rector Ricardo Maldonado y su director de Cultura Octavio Acosta persistieron en el estímulo a POESÍA, entre otras manifestaciones de apoyo destaca la reedición de los primeros nueve números de la revista para beneplácito de sus lectores y amigos.
El filólogo y escritor Rafael Osuna, respecto al estudio de la revista literaria, advierte: “En primer lugar, hay que hacer el análisis estructural de la revista considerada como artefacto (el subrayado es nuestro): esto es, hay que dejar testimonio de sus fundadores, redactores y colaboradores, de su formato y de sus tipos de letra y espacios, de su tirada y financiación, de la sede de su administración, su precio y su impresor”(2), interpretación de los datos mediante. Este trabajo no posee pretensiones cientificistas (de por sí nos espanta la connotación epistemológica de la categoría “análisis estructural”) sino más bien aproximativas y especulativas como corresponde al género ensayístico. Teniendo como antecedente algunas de las más importantes publicaciones venezolanas de este siglo, quizá se pudiese entender nuestra intención ya esbozada desde el inicio mismo. La revista Válvula en su número único de enero de 1928 se consideró a sí misma “la espita de la máquina por donde escapará el gas de las explosiones del arte futuro”, es evidente la referencia al movimiento futurista; Mariano Picón Salas, en el primer número de fecha noviembre de 1938, describió a la Revista Nacional de Cultura en tanto azada y pala del positivismo, siendo la tonalidad más conservadora que el caso anterior, “Cuando no podíamos convencer a los vivos, dialogábamos con los muertos”; el poeta Pablo Rojas Guardia refiere la identidad polimórfica de Viernes “de una ‘peña’ (...) cordial pero intrascendente, hicimos un ‘grupo’ (...) interventor de la cultura”, siendo a la vez rosa de los vientos y mesa para compartir el pan y el vino. Por su parte, Rayado sobre el Techo ratificó en su segundo manifiesto “su militancia con una peripecia donde el artista y el hombre se jueguen su destino hasta el fin”, es el escándalo materializado en la exposición de huesos y carne cruda a la intemperie del momento. Nos interesa la objetualización de la revista poética por vía del juego del lenguaje, allende su aspecto físico y técnico: indagar, como decía Baudrillard, en el choque de la racionalidad del objeto con la irracionalidad de las necesidades que éste pretende satisfacer. Es la tensión habida entre dos de las definiciones o posiciones en torno a la función de la Poesía: “Una de las funciones de la Poesía había consistido siempre en hacer lo que Wittgenstein considera aquí imposible: ‘incorporar objetos a las palabras’ más que ‘hablar de ellos’ ” (3).
Al disertar sobre la poesía venezolana de los setenta, Alejandro Oliveros se había referido al espíritu majadero –en la acepción del Bolívar moribundo en Santa Marta- y utopista de los años sesenta citando un ejemplo, el “Llamado de Caracas” (1965), “porque creemos profundamente en la Poesía: porque ésta, como el amor, es y hace la unión de los contrarios y contiene y reúne todos los credos, razas o discrepancias, propugnamos la confraternidad mundial de los poetas por encima de todas las diferencias locales”. La frase es una cita cuasi textual del Quijote: “porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala”. Más adelante, Oliveros diagnostica acertadamente el entorno histórico y poético que rodeó la creación de la revista POESÍA, “En períodos de gran optimismo el poeta tiende a descuidar los aspectos formales del poema, está empeñado en decir cosas, en hacer pública su solidaridad con el porvenir. Por el contrario, cuando la utopía se fractura y el futuro aparece nada despejado, el poeta se concentra en la forma. El asunto ya no es tan importante. No es mucho lo que tiene que comunicar. Sólo su desengaño y su melancolía” (4). La arenga salvaje se deshace en la boca como las bellotas del Quijote, esta vez bastante amargas, “porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada, y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros”. Escena y escenario que a su vez se nos antojan la fracasada exportación de la revolución cubana por el Che a los campesinos bolivianos en los años sesenta.
De esta lectura pertinente y madura del momento, de carácter sorprendente pues los poetas fundadores eran mayoritariamente unos “muchachos”, POESÍA establecería sus cimientos como una reacción desprovista de la espectacularidad anterior que contraría las tendencias y deformaciones poéticas de los sesenta –salvo notables excepciones de las que destacan Ramón Palomares, Juan Calzadilla, Rafael Cadenas, Alfredo Silva Estrada, Hesnor Rivera y Juan Sánchez Peláez-: las connotaciones épicas y grandilocuentes en lo temático y estilístico, el gregarismo poético de las proclamas y los manifiestos como legitimación y asalto del poder, la indigestión de corte surrealista y sobre todo el decir poco en dilatados y yermos espacios. Así, como lo dice Pérez Só, “Sin darnos cuenta se fue introduciendo la posibilidad del poema corto”: del formalismo “naturalista”, ¿se puede decir minimalista?, como lo define Oliveros, que rescatara la capacidad aprehensiva y vinculante del lenguaje poético a contracorriente de las piruetas crípticas de la perdición experimentalista y de la aridez expresiva de la mal llamada poesía comprometida (una notable excepción es el compromiso humano y la limpidez conversacional de la poesía de Ernesto Cardenal). Esta actitud se puede resumir en el canto de Antonio acompañado por el rabel, no por el apocalíptico tañir de las trompetas:

Porque si has mirado en ello,
más de una vez habrás visto
que me he vestido en los lunes
lo que me honraba el domingo.

Entonces el compromiso se traduce en una actitud responsable, superando en silencio los desvaríos propios de la orgía académica y de la desilusión ideológica. Elude el festivo optimismo del raciocinio puro y la indigencia de lo que llamó el teólogo Dietrich Bonhoeffer “de todo fanatismo ético”. En el primer número de POESÍA, se había publicado un esclarecedor texto de René Daumal, “Poesía Negra y Poesía Blanca”, que nos confirma tal imperativo: “(...) Por eso: ¡Silencio! Máquina. ¡Funciona y calla! ¡Silencio a los juegos de palabras, a los versos memorizados, a los recuerdos acumulados fortuitamente; silencio a la ambición, al deseo de brillar –pues sólo la luz brilla por sí misma-, silencio a la adulación a sí mismo, a la compasión de sí mismo, silencio al gallo que cree que hace que el sol se levante! Y el silencio aleja las tinieblas, el germen comienza a brillar, iluminando, no iluminado! (5). La revista POESÍA constituye un espacio para el largo trabajo poético, apegada a un estricto criterio de excelencia no acorde con el entorno clientelar de la institución universitaria que la había cobijado. A lo largo de sus numerosas páginas, se aprecia su desconfianza por las modas literarias y el desdén por el gregarismo bohemio traducido en nefastos versos garrapateados en las servilletas de las tabernas. Amparar esta publicación poética en el claustro universitario significó un ejercicio de previsión e inteligencia del poeta Alejandro Oliveros: “en esto, fue inteligente, visionario, pues al dejar la revista POESÍA en la Universidad de Carabobo, nos permitía que fuésemos ahondando en una continuidad sin par, de lo que se espera que sea una revista literaria” (6). Por lo tanto, y a Dios gracias, se excluye de los dos extremos más notorios de la actividad intelectual en nuestro país: la genuflexión cobarde ante el bipartidismo (recordemos que en muchos casos la izquierda gobernó nuestras universidades más como concesión del establishment que proposición renovadora) y la amarga y solitaria marginalidad producto del resentimiento político. POESÍA se ha desenvuelto en medio del dispendio presupuestario y la disolución política de la Venezuela saudita de mediados de los setenta y los ochenta que afectó con reciedumbre a las universidades públicas; es de hacer notar que en su tránsito a la excelencia se había adelantado en dos décadas a la mismísima universidad que hoy intenta adecuarse a las necesidades de nuestro tiempo haciendo énfasis en la responsabilidad.
Al respecto, el profesor y poeta Douglas Bohórquez Rincón –en un bien ponderado ensayo sobre la revista- manifiesta que ante “El tono de desencanto y de frustración que parece ser el clima de esta década del setenta, POESÍA responde con un optimismo moderado, fundado en la rigurosidad, en el criterio de excelencia creadora, en la constancia y la pasión por la poesía” (7). Más allá del optimismo y la moderación, agregaríamos la asunción de una actitud escéptica y prudente no sólo respecto a los malentendidos y las lecturas desafortunadas que inspiró la evidente crisis del vanguardismo literario y político, sino al curso inmediato de los acontecimientos que sumirían al país en la embriaguez desarrollista del boom petrolero a partir del año 1973. Más adelante, Bohórquez complementa esta percepción con atinada concisión: “(...) Hay en POESÍA un cierto deseo más o menos bien delineado de separarse, de tomar distancia frente a los modelos de la vanguardia literaria europea, francesa particularmente (dadaísmo y surrealismo en especial), tan caros a grupos y revistas de la década del sesenta como Sardio y Rayado sobre el Techo y un intento a la vez de recuperar o retomar ya en una perspectiva crítica a autores, movimientos y formas de la poesía europea, asiática, norteamericana y latinoamericana poco conocidas o un poco olvidadas o marginales” (8). Tal conducta se puede definir como la desacralización del recurrente mito de la Edad de Oro, de las Saturnales celebradas por Virgilio a lo que denominó Octavio Paz “la primera irrupción deliberada de la poesía en el arte cinematográfico” cuando se refirió al film L’ Age d’ or de Luis Buñuel, consagración del espíritu subversivo del Amor Loco. Si bien POESÍA no optó por la utopía marxiana (más bien el dogma por vía de la ortodoxia) ni por la rebelión surrealista, mucho menos se dejaría seducir por el apetitoso banquete al que llamaba el insurgente Capitalismo de Estado como todo buen Paterfamilias. Su trajinar no merecería entonces ni estruendosos aplausos ni adhesiones entusiastas de buena parte de sus contemporáneos, más ocupados en erigir la también mítica República del Este con sus fáciles subsidios y agregadurías culturales asignadas a dedo por la Cancillería.
NOTAS.
(1) Foro Dominical con Reynaldo Pérez Só, por Alfredo Fermín, Diario El Carabobeño, domingo 20 de julio de 1997, Valencia, página A-7.
(2) Rafael Osuna: Sociología de la pequeña revista literaria, en la revista Predios, número 5, abril de 1994, página 7.
(3) Michel Hamburguer: La Verdad de la Poesía, Fondo de Cultura Económica, 1991, México, páginas 241 y 242.
(4) Alejandro Oliveros: Un Ejercicio de Ruptura: Poesía Venezolana de los 70, Diario El Carabobeño, domingo 18 de mayo de 1998, Valencia, página A-12.
(5) René Daumal: Antología Mínima, traducción a cargo de Teresa Sosnowski, Suzanne Gay y Carlos Pacheco, en Poesía, número 100, enero de 1994, página 25.
(6) Foro Dominical con Reynaldo Pérez Só, por Alfredo Fermín, opus cit, página A-7.
(7) Douglas Bohórquez: Poesía: Más allá de las irreverencias (Tradición y Renovación), en Poesía, números 116/117, diciembre de 1997, página 77. Este trabajo ya se había publicado en Cahier du Criccal.
(8) Douglas Bohórquez: opus cit, página 79.

INSERCIÓN DE LA REVISTA POESÍA EN EL PANORAMA POÉTICO VENEZOLANO DE LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS


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INSERCIÓN DE LA REVISTA “POESÍA” EN EL PANORAMA POÉTICO VENEZOLANO DE LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS.

Cuando en 1971 se funda la revista “Poesía”, estaba abriéndose un espacio de transición en el devenir poético venezolano de aquel entonces. Ya era evidente el agotamiento del vanguardismo y el compromiso político-social que habían marcado a la literatura de los sesenta. Era urgente superar los aportes de la Generación del 58, a como diese lugar. Son ilustrativas estas palabras de Ludovico Silva:
“Lo importante, para esa generación de poetas, es saber que hoy está muerta como generación. Hay una generación de 1968. Hay nuevos poetas y nuevas actitudes, no tan audaces y comprometidas, pero distintas. También hay unos cuantos poetas que se quedaron sin generación. Y otros tantos que la perdieron, y que siguen escribiendo a pesar de los años.
“Y no te digo adiós, sino hasta luego, como dice el tango”.
La referencia de Ludovico Silva, más allá de la nostalgia, apunta no sólo a la subversión política y literaria que afrontaría, en primera instancia, la administración de Rómulo Betancourt, manifiesta en la guerra de guerrillas y en la trinchera poética de publicaciones tales como Sardio, Tabla Redonda, Rayado sobre el Techo, En Háa, Sol Cuello Cortado y En letra roja; sino también a poetas tales como Rafael Cadenas, Alfredo Silva Estrada, Juan Sánchez Peláez, Juan Calzadilla y Rafael José Muñoz, cuya obra superó en calidad y continuidad el sepelio de dicha generación. Por supuesto, la generación del 68 implica nombrar a poetas como Teófilo Tortolero, Reynaldo Pérez Só, Alejandro Oliveros, Eugenio Montejo y Luis Alberto Crespo, quienes habían levantado tienda aparte, en una actitud esclarecida y un afán renovador de nuestra poesía.
Reprimida, derrotada o “pacificada” la insurgencia guerrillera en Venezuela, se notaba un dejo de desilusión ideológica y estética en el corpus literario nacional. El espíritu de la comuna se quebrantó al igual que la realización de la utopía revolucionaria, tanto en lo político como en lo artístico. Tal sensación encuadra en este verso de Rafael Cadenas, una de las voces mayores y sobrevivientes de la referida década: “Cuanto he tomado por victoria es sólo humo”. Ante este escenario desolador, el grupo de poetas fundadores de “Poesía” asumía, por el contrario, una actitud de desconfianza y prudencia. Reynaldo Pérez Só resume esta posición no exenta de crítico extremismo:
“Esta década del antirromulismo, el rojismo, el cubanismo fue quizá la más pedante, engreída, de la historia reciente hasta entonces. La fórmula maniquea política asesinaba con un solo grito de salón político-teórico a Vicente Gerbasi, Andrés Eloy Blanco, Juan Liscano; dejaron de existir poetas como Rodolfo Moleiro, Ana E. Terán, Enriqueta Arvelo L.. Todo aquello que sonara a no “compromiso” queda desterrado, ahora se pertenecía a la pre-historia, pues la historia se inicia con los intelectuales desvaríos del surrealismo, o las imitaciones del desparpajo beatnick, la poesía “coloquial” cubana, el romanticismo, el neo de Hikmet e incluso no pocos alababan el triste papel colombiano de los nadaístas”.
Dado el relativo vacío en la literatura venezolana al inicio del setenta, el mal llamado Grupo de Valencia decide agruparse fuera de la colmena del trasnocho político y estético de los sesenta. Cabe citar en este instante a Jorge Luis Borges: “La única manera de hacer una revista es que unos jóvenes amen u odien algo con pasión. Lo otro es una antología”. Si bien el punto de encuentro es la universidad, nuevo bastión de los despojos de la izquierda radical que había sido sepultada en el clientelismo o en el aislacionismo, el ámbito es propicio para desarrollar una empresa poética que implique una vuelta de tuerca que sacudiera en silencio las entumecidas letras venezolanas. La revista “Poesía”, desde su fundación, se mostró en contra del exhibicionismo vanguardista para replegarse o concentrarse en una poesía de densa interioridad, austera y despojada en la forma. Es la vindicación del verso breve, cónsona con tradiciones poéticas ajenas al tono declamatorio y dilatado de la época, tales como la japonesa o de olvidadas voces nacionales como la de Enriqueta Arvelo Larriva. Revisando el índice de los cien primeros números de la revista, no hay ningún poema de Neruda publicado allí. Tan sólo un texto necrófilo, en la última página del número 15, que se nos antoja más un epitafio poético:


PABLO NERUDA
(1904 -1973)

Acudí al fondo de ella, sumergiéndome
cada tarde en sus aguas, agarrando impalpables
estímulos, gaviotas de un mar abandonado,
hasta cerrar sus ojos y naufragar en medio
de mi propia sustancia.

Leyendo entre líneas, se deduce, más que el parricidio, la muerte natural del poema-padre que había subyugado al continente. Ello en la atmósfera neofascista del Chile posterior al golpe del once de septiembre de 1973. Por supuesto, la generación del 58, muy a pesar de sus faltas, “opuso un dique” a la nociva influencia del nerudismo de la primera etapa, recargado de grandes imágenes y metáforas totalizadoras, amén de un verbalismo de sesgo taxonómico y bellista en la descripción del paisaje americano. Después del sepelio, poco valían las lágrimas ancladas en el despecho y la nostalgia. Los tiempos ameritaban una posición sobria pero atenta respecto al quehacer poético, más apegado a la subjetividad, al trabajo interior y responsable para con la palabra misma. Precisamente, la fundación de la revista “Poesía”, según Alejandro Oliveros (su primer director), descansaría en desdecir los manifiestos y las piadosas intenciones de redención social, los excesos patentes en el barroquismo y el tenor surrealistoide del discurso poético, y la longa versificación que escondía tras de sí la precariedad del fondo y la entenebrecida percepción del mundo y del oficio poético como tal. Permítase al mismo Oliveros develar la política editorial de la publicación:
“Me proponía, sin tenerlo muy claro, la difusión de un formalismo que quería llamar “naturalista”, es decir, sin el hermetismo y la abstracción furiosa de los poetas formalistas de la década anterior. Quería promover, a nivel formal, una estética de la poesía breve y esmerada, una palabra concentrada y necesaria. Nunca entendida como balbuceo, refugio para la incapacidad expresiva, santuario de segundones. Debo añadir que para nada fui el único en promover las posibilidades del poema breve. Otros poetas, en otros grupos o aislados, y antes que yo, habían dedicado sus desvelos a una escritura breve y brillante. Teófilo Tortolero y Luis Alberto Crespo son apenas dos de ellos”.
Octavio Paz manifiesta que en el poema corto se sacrifica el cuadro variopinto en la consolidación de la unidad y “llámese jarcha, hai-ku, epigrama, chu-che, o copla, se omiten los antecedentes y la mayoría de las circunstancias que son la causa o el objeto del canto”. La voz poética, entonces, se ampara a la sombra de la miniatura o bonsái. Gaston Bachelard aduce en su favor la contención que lleva a “vivir lo que hay de grande en lo pequeño”. Curiosamente, Jesús de Nazareth reprobaba la ampulosa retórica farisaica para vindicar la poesía breve de las parábolas: el que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho. Adolfo Castañón en su ensayo titulado “Magnitudes del Jíbaro”, nos aclara el quid de la cuestión:
“Las diversas ideas acerca de la brevedad en la literatura nos conducen a ‘una idea de la literatura –para citar a Calvino en su ensayo sobre Borges- como un mundo construido y gobernado por el intelecto’, una idea de la palabra concebida como acto. Pero si el único acto que está verdaderamente al alcance del hombre es el suicidio como lo sabían Novalis y entre nosotros, Jorge Cuesta y José Antonio Ramos Sucre, una literatura deseosa de definirse en cuanto acto sólo puede definirse en relación con su propio suicidio, el silencio. Esto explicaría la importancia de las alusiones, omisiones, enunciados implícitos y sobre todo de los blancos en los géneros breves. Los espacios en blanco transforman el espacio en escritura, prefiguran el vacío e invitan al lector a una comunicación que pasa y pausa por la higiene del silencio”.
El silencio tomaría por asalto al texto poético, sin ningún tipo de concesiones al tremendismo de la forma y al esquematismo ramplón del pasquín ideológico. Valga esta cita de Guillermo Sucre, tomado de su magnífico libro La Máscara, la Transparencia:
“El silencio, por una parte, sería el regreso a las fuentes mismas de la palabra. Ese regreso es un punto de partida; lo original, en efecto, es el silencio. Escribimos con palabras, pero lo hacemos desde el silencio. Aún Rimbaud proponía que había que escribir silencios (y fijar vértigos, añadía) y me parece que lo hacía como una disciplina para llegar a ese verbo poético “accesible a todos los sentidos”, que él mismo buscaba”.
Esta virtud es fácilmente observable en la poesía de Reynaldo Pérez Só. Él mismo denominaba a su despacho en el Departamento de Literatura con el mote de bunker. Se sobrentiende una postura de contemplación interior volcada en la alba superficie del papel y en la brevedad del verso. Desde su primer poemario, Para morirnos de otro sueño (1972), hasta el más reciente, Solonbra(1998), persiste en la desnudez estilística y lo fragmentario e inmediato de la expresión poética en la recreación del discurso de voces disímiles que habitan su interior. Sucre lo ratifica:
“Lo que aparece es sólo el poema, el texto: un objeto verbal muy breve, luminoso pero no destellante, indeterminado pero no impreciso, instantáneo pero también simultáneo. Un objeto sin sombra ni relieve al que, sin embargo, podemos contemplar en diversos planos, aun en su extatismo”.
En Tanmatra (1972) leemos su preocupación por la palabra como generadora y recreadora del mundo: “me ahogo en mí / no por malo ni por pequeño / simplemente me ahogo” en las trampas y emboscadas que la lengua nos tiende al rayar el alba. Más de cinco lustros después, en Solonbra, la misma voz poética invoca: “Tú que eres grande / concédeme valor para cortarme la / lengua / intención descaminada / bájame la cabeza / despreciable”, dramático sondeo en la dispersión y el despropósito que en más de una ocasión balbucea el alma. La angustia compulsiva de Sá-Carneiro esboza su extravío: “Perdi-me dentro de mim / Porque eu era labirinto”. Pérez Só aborda el laberinto de adentro sin remedar inútilmente ojos rasgados por navajas, mucho menos encajona las imágenes en medio del silbido de balas al amanecer. La manipulación de recursos tales como el encabalgamiento y la anáfora fragmentan el discurso rescatando el concierto abstruso que nos embarga día a día, y que –paradójicamente- constituye la vía posible de expiación: “he de soñar vigilando cada paso / mientras afuera no existo / y el ser lo tengo lejos”.
Ya antes, Teófilo Tortolero con la publicación del poemario Demencia Precoz (1968), curiosamente el mismo año del Mayo Francés, dejó una huella significativa en el nuevo curso del acontecer poético en el país. Muy a pesar de no ser tomado en cuenta por la crítica establecida, Pérez Só lo restituye en su justo sitial: “No obstante, Tortolero, desde 1966 propone una poética encontrada a la dirección y perfiles de aquellos años, y sin sospecharlo, delineaba a distancia los intentos que los poetas jóvenes de los 70 procuraban”. Efectivamente, siguiendo a Javier Lasarte, el lapso comprendido entre 1967 y 1974 representa un importante momento de transición de la poesía venezolana reciente, en el cual se dieron a la luz textos fundamentales como los antes citados de Pérez Só y Tortolero, además de dos títulos de Eugenio Montejo, Elegos(1967) y Muerte y Memoria (1972). En el caso de Montejo, es harto destacable la riqueza y el esplendor que se desprenden de sus primeras composiciones poéticas, las cuales poseen una tendencia a lo cíclico, al retornar sobre sus primeros pasos (“Mi vivir es araña / en la tela del poema”, lo cual trasluce una profunda conciencia del vínculo de la expresión poética con la vida misma). La voz poética hila, enhebra la trama paradójica de la vida y la muerte, en la lúdica prestidigitación de la palabra. Alejandro Oliveros publica en 1974 el poemario Espacios, iniciando una obra interesante que también comprende volúmenes de ensayo, amén de su fructífera labor como traductor. Recordamos especialmente su traducción del poema “Fuga de la Muerte” de Paul Celan, además de dos libros de ensayo que no han pasado inadvertidos en nuestras lecturas: La Mirada del Desengaño (Ensayos sobre la poesía del Barroco) y Poetas de la Tierra Baldía, títulos que lo confirman como uno de los ensayistas más atentos del país. Su obra oscila entre la lectura bien asertiva de la tradición clásica y la revisión exhaustiva de la poesía contemporánea. Él mismo da su testimonio:
“Mi protagonismo en el curso de la poesía de los setenta se limitó a dos apariciones. Como editor de una revista que se proponía nuevas lecturas y nuevas escrituras. Y como autor de una pequeña colección de poemas, Espacios, publicada en 1974. En ambos casos propuse la necesidad de una lírica antirromántica, de una responsabilidad de la forma, en un momento donde cualquier atisbo de clasicismo era lo verdaderamente revolucionario”.
En resumidas cuentas, la restitución del poema breve y la estética del silencio, conducentes a la contención verbal que revela interesantes aristas en la aprehensión de la cotidianidad, va a hacerse sentir en la poesía de los años ochenta. Lázaro Álvarez nos explicita el puente que va de los setenta a los ochenta en el desarrollo de la poesía venezolana actual:
“El agotado extrañamiento de búsquedas ontológicas que proliferó en la primera, hizo necesaria la configuración poética de una realidad más palpable en la segunda que, también, en sus extremos, terminó a veces rozando el puro circunstancialismo de muy poca intensidad poética”.
Sin embargo, de la década del ochenta destacan voces poéticas que fueron, en muchos de los casos, influidas por los fundadores de la revista “Poesía”: Gelindo Casasola, Santos López, Harry Almela, Jacqueline Goldberg, Sonia González, Igor Barreto, Freddy Hernández Álvarez, Carlos Ochoa, Adhely Rivero, Luis Alberto Angulo y Carlos Osorio (los tres últimos, como se sabe, se encuentran hoy al frente de la publicación). Todos ellos dados a conocer por “Poesía” en diversas oportunidades. Cerremos el intervalo con un grupo de poetas llaneros vinculados a la revista POESÍA: Adhely Rivero, Luis Alberto Angulo y Enrique Mujica. Este trío hace vida activa y comprometida en nuestra universidad, a favor de la promoción de la poesía dentro y fuera de su recinto.
Adhely Rivero (1956) es en la actualidad jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, y Director de la revista POESÍA. Nacido en Arismendi, estado Barinas, tiene treinta años radicado en Valencia. Ha publicado los poemarios 15 poemas (1984), En Sol de Sed (1990), Los Poemas de Arismendi (1996), Tierras de Gadín (1999), Los poemas del viejo (2002) y Medio Siglo, La Vida Entera (2005). Los Poemas de Arismendi y Tierras de Gadín fueron acreedores de los premios de poesía de la Universidad Rómulo Gallegos y XL Aniversario de la Reapertura de la Universidad de Carabobo respectivamente. Haciendo eco de sus propias palabras, Adhely ha ido escribiendo un solo libro, el cual se nos antoja una crónica minimalista del Arismendi de su infancia, ámbito refundado a través de la yuxtaposición de los recuerdos y las ensoñaciones, privando el agua del río y los lamederos, en un juego especular que pone de relieve un gran dominio en la configuración de las imágenes y las atmósferas, ello por vía de la austeridad del lenguaje, sin estridencia ni encandilamiento que perviertan la recreación interior del paisaje.
Luis Alberto Angulo (1950) es también oriundo del estado Barinas, sólo que nació en Barinitas. Trabaja en la Oficina del Cronista de la Universidad de Carabobo. Tiene publicados los poemarios Antología de la Casa Sola (1981), Una niebla que no borra (1986), Antípodas (1994) y Fusión Poética (2000); este último además de compendiar los tres anteriores suma De Norte a Sur, libro por el cual obtuvo la más reciente edición del premio de la Universidad Rómulo Gallegos. El libro La Sombra de una Mano (2005) reúne toda su producción poética a la fecha, incluyendo el poemario Fractal, acreedor del Premio Bienal de Poesía Lazo Martí. Se puede afirmar, a efectos taxonómicos, que es el poeta “citadino” o “urbano” del grupo, lo cual no resta nada a su condición de buen llanero (recuérdese que publicó junto a su padre Viento Barinés, 1978, que recoge el contrapunteo entre el Arpista y el Gavilán en el pueblo de El Real). La obra poética de Luis Alberto Angulo gusta mucho del claroscuro, del desbordar fronteras, de la fusión de experiencias y lecturas diversas, pero no por ello carentes de validez y autenticidad. Al modo de las buenas piezas del jazz fusion (Chick Corea o Miles Davis, por ejemplo) o el World Music (Al Di Meola, por ejemplo), en las que elementos variopintos se ensamblan en un todo y no de manera diferenciada. Hay, por supuesto, una preocupación por el mundo cotidiano que excede la abulia, la monotonía y la mezquindad.
Enrique Mujica (1945) nació en San Juan de los Morros. Este guariqueño es profesor titular de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo. Fue vicerrector académico de la Universidad Rómulo Gallegos. Su obra poética ha recibido recompensas tales como el III Concurso Literario de la Facultad de Ciencias de la Educación de la U.C. (1972), el premio José Rafael Pocaterra por Las Formas del Verano(1978) y el de la Bienal Mariano Picón Salas (1998). El libro antes referido se publicó en 1980 (Ediciones del Rectorado, U.C.), al que se suman los poemarios Cada vez más ausente (1975), Ejercicios para el olvido (1979), Intentos (1979), En un simple movimiento de lo infinito (1981), Tintas Quemadas (2001) y Obra Poética 1970-2000 (2001). Otros títulos son Fondo y Espuma (1980) y Acento de Cabalgadura(1989, novela). El volumen que comprende su “Obra Poética” de treinta años, coincidió por fortuna con el trigésimo aniversario de la revista POESÍA, en la cual ha participado activamente. El libro nos permite una fructuosa relectura de sus poemarios, enclavados en lo paradojal del acto poético: descifrar el mundo para hacerlo más complejo y asombroso. La voz poética desdice desde el inicio la unidimensionalidad y chatura del mero formato escrito; por ejemplo, constatamos en títulos como Las Formas del Verano y Vaquería una hermeneútica del paisaje sin un ápice de ruido y barroca pirotecnia.
De manera que la revista se ha provisto de generaciones de relevo en su conducción, pese a la peculiaridad de cada quien. El hecho de que “Poesía” explorase tradiciones poéticas desconocidas en el país, contribuyó decisivamente en la formación de generaciones poéticas posteriores. Sus fundadores tuvieron a bien deslastrar el influjo de la lírica francesa en la poesía venezolana de los sesenta y setenta, ofreciendo como alternativas la poesía norteamericana -que en cierto modo influyó a grupos como “Tráfico” y “Guaire”; pocos años antes se creó en Valencia el grupo Talión influido también por los poetas norteamericanos, entre sus integrantes destacan Luis Alberto Angulo, Adhely Rivero y Carlos Ochoa-, además de la portuguesa y brasileña, la sefardita, la japonesa y la china. Lo cual redundó en ampliar significativamente la visión poética de los nuevos creadores. Es menester un agradecimiento en el silencio y el solaz de la lectura de sus miles de páginas.

A MODO DE COLOFÓN ABIERTO.

Las revistas literarias aguardan por los estudiosos y ensayistas de la literatura, pues el hecho de ser poco exploradas supone su mayor atractivo. Sus páginas son registros interesantísimos y subyugantes de la historia de la literatura de los países y los continentes. Más que ejercicio crítico, seduce el hecho de imaginar o evocar el bullir de las salas de redacción y las conversaciones en los cafés y los bares. Si bien la categoría de generación literaria es relativa, no puede ser comprensible en el absoluto de las coincidencias de sus miembros tan sólo. Los desencuentros y las desavenencias complementan significativamente el panorama de un determinado momento en el devenir de la literatura nacional y mundial. Lamentablemente, la asepsia de la crítica profesoral ha evitado, por pereza, revisar los anaqueles grises y polvorientos de las hemerotecas. Es un imperativo reivindicar los esfuerzos de escritores como Santiago Key Ayala (1874 – 1959), quien tuvo a bien componer biografías de revistas venezolanas desaparecidas tales como El Seminario de Caracas, la curiosísima El Canastillo de Costura, El Zulia Ilustrado o América Ilustrada y Pintoresca, publicaciones periódicas del siglo XIX. La hemerografía puede deparar grandes sorpresas en el estudio de la obra de un determinado autor, al punto de descubrir textos desconocidos de un inapreciable valor artístico. El Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, encabezado por el poeta Adhely Rivero, ha puesto a la orden del público universitario y general la Sala de Lectura de Revistas, la cual cuenta con un amplio stock de publicaciones periódicas en idiomas tales como el español, portugués, francés e inglés. Es un espacio inédito en Valencia que contribuye a consolidar la cultura hemerográfica en el país.
La revista “Poesía”, a partir de su fundación en 1971, representa un momento estelar de nuestro discurso poético. Permite dar una visión de conjunto de la poesía venezolana, latinoamericana y mundial de las últimas décadas. Surgió en la necesidad de renovar y refrescar el quehacer poético venezolano a partir de los setenta. Ha formado a las nuevas generaciones de lectores y creadores de poesía en la ausencia del ruido, la estridencia y las gesticulaciones consolatorias y autocomplacientes. Este estilo ha persistido en tanto claridad del pensamiento y el trabajo poéticos de sus fundadores y redactores. Por supuesto, en la devoción y consecuencia de sus lectores –entre los cuales nos contamos- descansa también su larga trayectoria.
La revista POESÍA ha contribuido sin duda a la configuración de la poesía venezolana de los últimos siete lustros. No sólo el conjunto de poetas fundadores y redactores, entre los que destacan Reynaldo Pérez Só, Alejandro Oliveros, Teófilo Tortolero, Eugenio Montejo, Adhely Rivero, Carlos Osorio, Luis Alberto Angulo, Enrique Mujica y más recientemente Sergio Quitral, cuenta con una obra individual de estimable calidad, sino también el trajinar de la revista en el medio local, continental y mundial, ha servido de útil apoyatura a la cultura poética en Venezuela y América Latina. Todo aquel biógrafo o “hemero-bibliógrafo”, en la tradición y pasión de Key Ayala (Pedro Téllez dixit), encontrará a lo largo de sus ciento cuarenta y dos números indicios y pruebas suficientes de su excelencia y trascendencia en el universo de las publicaciones literarias latinoamericanas. Y, lo que es mejor, experimentará la satisfacción del apetito estético, complacidos todos los sentidos. La poesía, en definitiva, tiende puentes imperecederos entre los autores y lectores en un guiño cómplice y solidario.

José Carlos De Nóbrega.

Valencia, agosto de 2006.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

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Tuesday, April 03, 2007

LA RED SE VA TEJIENDO EN CARORA

La Asamblea de la Red de Escritores, llevada a cabo en Carora del 29 al 31 de marzo de 2007, nos permitió enamorarnos del casco colonial de este Sertâo del occidente del país. Si bien el calor no nos atacó con su proverbial crudeza, nos sumimos en la ensoñación de sus templos, sus retablos antiguos y sus casas de adobe y techo de caña brava. Estupendo ámbito para que las arañas se escondan en la tela babosa y sutil del tiempo que astilla el presente en el pasado colonial. Los efectos de la ley seca acentuaron esta maravillosa y extemporánea sensación. Si bien "El Páramo" bajó su santamaría, disfrutamos unas cervezas y un cocuy de estupendo aroma y delicioso sabor en el bien llamado botiquín "A todo riesgo", como nos lo había dicho un segundo Isidro Gallardo. En la violación de la prohibición alcohólica, la Guardia Nacional no irrumpió con estrépito en la pulpería; sí lo hizo el blanco ectoplasma del doctor Gabaldón transmutado en el oprobioso DDT. Quién nos manda a editar el pasado, photoshop mediante, en estos tiempos de rebelión comunal. Pese a ello, la traviesa araña enhebró el sábado el lienzo -para unos cobija, para otros sudario- en el que la Asamblea plasmaría el retrato variopinto de la Junta Directiva: Freddy Ñáñez, Laura Antillano, Leonardo Ruiz, Pedro Ruiz, Gabriel Jiménez Emán, Arnulfo Quintero y Andrés Mejías como titulares de la alineación; Fidel Flores, Héctor López, Pablo Ramírez, Adhely Rivero, Daníbal Reyes, Homero Vivas y Maribel Prieto en el diván de suplentes. Todos ellos auscultados por los Francisco de Goya, Sigmund Freud, Rafael Bolívar Coronado y pare usted de contar, arrellanados en las butacas del auditorio. Esperemos que esta amalgama sin organigrama alguno responda al espíritu de la comuna: la de París y la de Carora. Ello en el combate sin cuartel a la mezquindad, la burocracia, los comisarios y los zopilotes de siempre que pretenden entorcharnos en el discurso del poder.

Sunday, April 01, 2007

PENITENCIA DEL POETA JOSÉ JOAQUÍN BURGOS


Indocencias
Penitencia
José Joaquín Burgos
La gripe -modosita, agresiva, elegante, rústica, como sea- seguramente salió, dispuesta a todo, de la famosa caja de Pandora. Yo, personalmente, le guardo un respeto casi religioso desde mi niñez, allá en Guanare, cuando lo embadurnaban a uno de mentol, lo envolvían en delgadas sábanas de liencillo, le zampaban un guarapo de malojillo, de toronjil, o una limonada, y lo acostaban lejos de la ventana para que la luna no se la pasmara. Mire, cámara, aquello era una cosa seria. Una antesala de la tos ferina (o coqueluche, como le decía la gente viajada) y de las bronquitis y pulmonías, que a lo largo de los años han proliferado y logrado un impresionante desarrollo industrial... Y no hago tales comentarios por echármelas de víctima de esa honorable, aunque ya muy común peste, sino porque las veces que me visita se comporta, digo yo, como una amante insaciable que no me deja respirar, ni dormir, ni caminar tranquilo por esas calles llenas tanto de amigos como de peligros; me torna malhumorado, me exprime los huesos, me asfixia y amenaza con volverse pulmonía o qué se yo... y de ñapa, me zampa en el calabozo del cuarto por varios días, a las órdenes (gracias a Dios) de Licelia, con una ringlera de pastillas, gotas, cucharadas, ungüentos. Suficiente todo ello como para no poder asistir al justo homenaje rendido a Oswaldo Feo Caballero, ni al acto del Aniversario de Valencia, ni a la ya imprescindible tertulia de la librería Kuaimare, o del Sur, a escuchar las siempre gratas exposiciones de Guillermo Cerceau, José Carlos de Nóbrega y otros bellos amigos que la vida me ha regalado.
Escribir sobre la gripe, lo admito, nada tiene de elegante. Ni siquiera cuando el mal evoluciona hasta amasar (¿o desamasar?) la fragilidad corporal de la dama de las camelias o de tantas víctimas literarias a las que ese mal, precisamente, se encargó de destruir, cruelmente, durante el Romanticismo. La gripe es malvada, créamelo, cámara. Con su carita de monja, sus manos suaves, su capacidad de embrujarlo a uno hasta postrarlo. En cambio, por ejemplo, el paludismo es otra cosa: llega, le pega su lanzazo a la víctima, lo tiñe de amarillo, le da unas fiebres terribles y lo hace desvariar... pero lo raspa, ­y listo! Con razón en la Venezuela de antes lo llamaron el General Paludismo... Ah, pero esta gripe hipócrita, mentirosa, seductora y más falsa que un billete de ocho bolívares es, sinceramente, incalable. Y ahora, a orillas de la Semana Santa, es, sin duda alguna, una penitencia.
Por eso la acepto y la soporto. Lo único que me consuela un poco, en estos días de padecerla, es pensar que a lo mejor los tipos que andan llorando por la famosa concesión televisiva, además de gripe deben andar con síntomas de diarrea... y eso sí es grave, cámara.
Post Data: Johanna Vanesa Sánchez Figueredo, universitaria y bella hija del fraterno poeta Lenín Sánchez, celebró 18 años. ­Larga vida, reina de nuestro afecto!