Saturday, September 13, 2008

URTEXT. José Joaquín Burgos


Urtext
José Joaquín Burgos


Así se llama. Y pudiera parecer, a simple vista, una de las tantas revistas literarias que en este país salen una vez para esconderse luego en el silencio y en el olvido, porque en nuestro país ha sido casi una constante histórica, salvo excepciones como la de El Cojo Ilustrado; la Revista Venezolana, de Lisandro Alvarado; Cosmópolis; Elite, que sobrevivió varias décadas, transformada ya en una revista semanal de cobertura nacional. Los otros intentos, en su mayoría, apenas alcanzaron a fijarse, fugazmente, en la memoria literaria. La Alborada; los manifiestos y publicaciones de tantos grupos literarios (Viernes, Contrapunto, El techo de la ballena, Sol cuello cortado, Tránsito…).


Urtext viene, pues, precedida de esa especie de huella perenne que tienen nuestras revistas literarias (Poesía, de la UC, es, por cierto, una hermosa excepción de sobrevivencia). Pero viene también -dijeran aquellos magistrales magistrados- "preñada de buenas intenciones", y eso ya es bastante. Así se concibió en un grupo de escritores que hacen vida en Valencia, y finalmente Fáver Páez y Gustavo Montiel la hicieron realidad. El primer número -éste que saboreamos ahora con placer e interés- es ya, en sí, una nueva proposición de lectura. Una diagramación novedosa, tal vez con alguna travesura de esas que hacen los duendes en los impresos. Un material limpio, escrito con mucho respeto por el lenguaje y por el lector. Una página "a todo dar", como dicen los mexicanos, con la poesía y un bellísimo retrato de María Sorquíbea Garzón: poemas dignos del oficio, que ella maneja con absoluto señorío. Un cuento -La mujer de los retratos- de Rafael Simón Hurtado; muestras visuales de Freddy Ordaz… en fin, un nuevo polo de expresión literaria, llamado a ocupar un espacio tan propio como necesario en esta ciudad donde tantas cosas acontecen y tan pocas se conocen y comentan. En broma hemos bromeado a veces a Fáver y a Gustavo, por la publicación de URTEXT. De corazón, nos sentimos orgullosos de que hayan realizado su proyecto. URTEXT no es un sancta santorum sino que está abierta a todos los horizontes. Y será, sin duda alguna, una de las más importantes y necesarias referencias del mundo literario tanto regional como nacional, y ojalá de allende las fronteras. Eso esperamos y deseamos, sinceramente.


Apéndice nuestro: Nos sumamos a la celebración de esta empresa editorial y familiar de nuestro amigo, el poeta Fáver Páez, que va de la palabra a los hechos. Es destacable, además de la mayoría de las firmas amigas, la excelente diagramación de nuestro pana Pablo Fierro. ¡Enhorabuena!

Tuesday, September 02, 2008

HEREJÍA DE LA LEVADURA


HEREJÍA DE LA LEVADURA

José Carlos De Nóbrega

“En la judería de Sevilla, actual barrio de Santa Cruz, el pueblo creía ingenuamente que el Mesías judaico había tomado la forma de un pez que evolucionaba en las aguas del Guadalquivir para liberarse de las persecuciones del inquisidor”, refiere Lafaye atendiendo al texto Centinela contra judíos, puesta en la torre de la Iglesia de Dios (1674) de Fray Francisco de Torrejoncillo, para concluir luego “Judaísmo y cristianismo, injertados en un mismo tronco, quedan separados por la diversidad de sus Mesías respectivos” (1). La citada parábola también ilustra el espíritu del marranismo o criptojudaísmo desarrollado en la España medieval, contexto geográfico e histórico nombrado en sus auténticas implicaciones: Sefarad, asentamiento más de la dispersión hebrea, Al-Andalus, clímax del expansionismo musulmán, e Hispania, tierra de la reconquista cristiana. El referido libro del franciscano Torrejoncillo es heredero de la literatura antijudía producto de tal proceso y confrontación histórica.




Pese al hecho de transcurrir ciento ochenta y dos años de la expulsión de los sefardíes por los Reyes Católicos, Fray Francisco de Torrejoncillo –apoyándose en el texto portugués Perfidia judaica de Vicente de Acosta Matos (1626)- cuestiona “las ansias que tienen los judíos de ver venir al Mesías”, inventariando la sucesión de los falsos Mesías judíos de España y Portugal en aquel entonces. Exposición en la advertencia en torno a los temibles influjos que “la levadura de la herejía” (2) judía pueda aún ejercer contra la fe católica, quebrantándola. En resumidas cuentas, el celo proselitista católico -no sólo religioso, sino también político- establece en este caso una denodada oposición al crecimiento de las expectativas escatológicas del pueblo judío, ante el nuevo curso de su oprobiosa diáspora!



Partiendo del límite y cauce que pretenden las líneas anteriores imponer a un tema tan complejo y dilatado como la literatura antijudía, es necesario referirnos al fenómeno del marranismo en su substrato propicio, España, de la manera más concisa; pues generó la sistematización de tal literatura, conformando contenidos y figuras arquetípicas que alimentaron posteriormente a los diversos grupos y autores antisemitas de los siglos XIX y XX.



Desde la época del Imperio Romano, los judíos fueron asentándose en la península ibérica, destacando las comunidades de Toledo y Cádiz; existen indicios de presencia judía en Tarragona alrededor del siglo II d.C., y en Tortosa antes del siglo V d.C.. Según ellos mismos, eran descendientes de los aristócratas de Jerusalem, la del Templo destruido por Tito. La invasión bárbara del siglo V no les afectó negativamente, hasta que los visigodos desechan el cristianismo ortodoxo, asumiendo entonces el catolicismo. En 589, siendo rey Recaredo, la legislación eclesiástica se les impone con rigor: Concilio de Ilíberis (300-303) y los concilios toledanos, el tercero (589) y el cuarto (633), los cuales segregaron a los judíos en cuanto a relacionarse con los cristianos (parentesco, ceremonial religioso conjunto, influencia sobre parientes o sirvientes cristianos). Insurge San Isidoro de Sevilla (560-636), presidente del IV Concilio toledano, con el texto apologético Contra Judaeos, iniciándose el caudal de literatura antijudía española. De él decía Martín Alonso: “San Isidoro, en nuestras letras, representa el primer eslabón de donde arranca la gran cadena de oro de nuestras celebridades literario-cristianas”. Síguele San Ildefonso, obispo de origen posiblemente judío, con De Virginitate (657-667), que trata de tres herejes o “personajes fingidos”. Ello, sumado al edicto del 616 por el rey Sisebuto, que ordenó el bautismo de todos los judíos del reino so pena de exilio y embargo de sus bienes, podría encuadrar con esta frase de San Isidoro: “Según la herida, se ha de aplicar a cada uno el remedio”.



La ineficacia de tales medidas en tanto infidelidad de los conversos, fue preocupación de los visigodos hasta la invasión árabe en 711. El dominio de la península por los musulmanes, Al-Andalus, involucró un período de esplendor de los judíos españoles tanto en el Califato de Córdoba, hasta su caída en 1012, como en los reinos pequeños surgidos de su decadencia. La tolerancia árabe, fundamentada en la tregua convenida entre Mahoma y las tribus judías de Hijaz, les cobraría un tributo equivalente al 50% de sus ingresos. En la literatura islámica de aquel tiempo, gracias a la convivencia de musulmanes y hebreos –más de las veces inestable- y al hecho de provenir ambas religiones del mismo tronco, la polémica antijudía es harto escasa. San Julián, heredero de San Isidoro en cuanto referencia literaria de su siglo, presentó en 886 De comprobationes aetatis sextae prosiguiendo la tradición apologética antijudía. A partir del siglo XII, con la invasión de los almorávides, se quebranta el régimen de tolerancia árabe. El estricto puritanismo de los almohades –secta del norte de África- enviados en 1148 a España para enfrentar el avance cristiano, conllevó la prohibición del cristianismo y el judaísmo en los asediados dominios musulmanes. Entonces se desprendieron dos alternativas para los judíos: huir a los reinos cristianos del norte, afirmándose su predominio, y reasumir el criptojudaísmo la minoría restante que se convirtió al Islamismo.



En el fragor de las cruzadas, Hispania fue consolidad, redimida y representada por el Cid Campeador. La Historia le registra como mercenario al servicio del rey moro de Zaragoza, después conquistando Valencia, “la perla del Mediterráneo musulmán” (Montoliu), repelindo la crueldad de los almorávides, hecha prisionera la oposición del conde de Barcelona a su “loable” gesta. La irregular y rústica métrica del Poema, sin descartar la historicidad de Ruy Díaz de Vivar, le representa con su nobilísima barba, su espíritu cristiano de reconquista afecto al humor y a los botines de guerra, así como su irregular apego a la institucionalidad nobiliaria; la musicalidad castiza y el tono realista del poema connotan la cristalización del ideal nacional castellano en el Cid como punta de lanza en la misión de “redimir todo el suelo que consideraba suyo” (M. Alonso). Bajo tales premisas, en el Cantar Primero, el destierro, el Cid pasa por Burgos en donde, con la ayuda de Martín Antolinez, toma dinero prestado de dos judíos dejando como prenda dos arcas llenas de arena haciéndolas pasar por oro y plata: “Por Raquel e Vidas vayadesme privado: / quando en Burgos me vedaron compra y el rey me a airado, / non puedo traer el aver, ca mucho es pesado, / empeñar gelo he por lo que fore guisado; / de noche lo lieven, que non lo vean cristianos. / Véalo el Criador con todos los sos santos, / yo mas non puedo e amidos lo fago”. Pícara bofetada ésta a la usura del judío y a su “colaboracionismo” (el término es una mera adaptación del discurso medieval reaccionario en clave moderna) con los moros, en pro de la santa cruzada.




A medida que avanzaba la reconquista de las tierras en poder del Islam, la inicial política de tolerancia para con la minoría judía por los estados cristianos fue menguando. El antijudaísmo de los Concilios Lateranos de 1179 y 1215 fue vaciado en las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio de Castilla (1252-1282). No podemos obviar nuevamente la influencia de San Isidoro de Sevilla en la obra intelectual de este monarca. A pesar que llamó tanto a cristianos, judíos y musulmanes en la completación de su vasta y fundamental empresa cultural (comprendiendo incluso traducciones castellanas de la Mischna, del Talmud y de la Cábala), así como del cumplimiento esporádico de los preceptos antijudíos de su Código, Alfonso X instituyó base jurídica a la política antisemita que leudaría con intensidad tiempo después.



De esta época, merecen consideración aparte obras de Gonzalo de Berceo (nacido a finales del siglo XII y fallecido en 1268), del Arcipreste de Hita, Juan Ruiz (+ 1351), y de Don Juan Manuel (1282-1348), como prolongación de la tradición antijudía en la literatura española. Los siglos XIII y XIV, representan el período en el cual tomó cuerpo definitivo tal tendencia en la configuración de la cultura hispánica. De Berceo destaca Los Milagros de Nuestra Señora, poema referido a veinticinco sucesos milagrosos de la virgen; por enxienplo “La Deuda Pagada” relata cómo Dios intercede por un burgués cristiano venido a menos económicamente, “de gran corazón” y que no “fallava usura, / Ni entre los estrannos, ni entre su natura”, primero como su fiador en el préstamo que toma de un judío –“trufan renegado”-, y luego evidenciando la mentira del hebreo al zanjar el pleito posterior –“trufan malo, confuso e maltrecho”-. En “Los judíos de Toledo”, la voz celestial y mariana, asumida siglos ha por San Isidoro y San Ildefonso, nos dice: “La gient de iudaismo, sorda e cegaiosa, / Nunqua contra don Cristo non fo más porfiosa. / (…) Otra vez crucifigan al mi caro Fijuelo. / Non entendrie ninguno quand grand es el mi duelo, / Criasse en Toledo un amargo maiuelo, / Non se crió tan malo nunqua en esti suelo”. Es el deicidio cotidiano de los iudios denunciado a través del sufrimiento materno de María la Virgen. Constituye otro de los asertos fundamentales, de figura y fondo, del antisemitismo cristiano occidental en la totalidad de sus estadios, pese a la última edición del catecismo católico en Francia (1992), que, al igual de los falsos cronicones, lava a los hebreos del martirio y muerte de Jesucristo.



Contrariando el tono místico y mariano de aquel Berceo, concebido en la atmósfera del monasterio benedictino, manifiéstase el humor agreste y concupiscente del Libro del buen amor que el Arcipreste de Hita compuso en el templo mismo de la picaresca española, que no es más que la mala y sórdida prisión. Arranca su compleja y equívoca estructura, con la oración “qu’el acipreste fizo a Dios”: “Señor Dios, que a los judíos, pueblo de perdición, / sacaste de cabtivo del poder de Faraón, / a Daniel sacaste del pozo de Babilión: / saca a mí coytado desta mala presión”. Pese a las aventuras del poeta en el pecado, Juan Ruiz en su visita a la ermita de Santa María del Vido cercana la Semana Santa, hace cantigas a la Virgen y luego a la pasión de Jesús: “Ora de maytines / dándole Judas paz / judíos golhines, / como si fues’rrapaz, / aquestos mastines / asy ante su faz / travaron dél luego todos enderredor. / (…) Fue preso e ferido / de judíos muy mal, / este Dios, en que creemos, / fuéronlo azotar”. A esta altura interpone la pelea que tuvo Don Carnal con la Cuaresma, de cómo el primero burla a Don Ayuno, su carcelero, pasando de la Iglesia a la Judería, en la cual “rrescibiéronle bien en su carnicería, / pascua de pan cenceño entonces les venía: / (…) e él vido buen día”; entonces, Don Carnal reta y pone en fuga a Doña Cuaresma, siendo la derrota de ésta bien recibida por “todos los rrabíes con todos sus aperos”. Como acotación final, algunos de los enxiemplos o apólogos reunidos en el texto, tienen como fuente la Disciplina Clericalis de Pedro Alfonso, el Moseh Sefardí convertido en 1106, autor de Dialogui contra judaeos.



En Don Juan Manuel, considerado primer intelectual y prosista del siglo XIV, no encontramos signos tan evidentes de antijudaísmo como en los dos autores ya tratados. Empero, su texto Libro de los Estados registra cómo el sabio Julio convierte a tres gentiles a Cristo, el príncipe Johás, su padre Morován y el sabio Turín, haciéndoles desistir de sus “errores profesados”. De donde la disputa de las religiones está influida por el Gentil o Los tres Sabios de Ramón Lull, en el que se explicita la confrontación del cristianismo con el judaísmo y el islamismo, novela filosófica proveniente de la literatura exegética en la resolución de las divergencias religiosas y políticas. Al tocar la caracterización de la sociedad de aquel tiempo, a través de su discurso doctrinal, la obra de Juan Manuel hace eco fiel de las Siete Partidas de su tío Alfonso X, en tanto instrumento del celo cristiano en pos del enseñoramiento de la Península.



Las querellas entre cristianos y judíos cobran un inusitado apogeo durante la celebración de la asamblea convocada en Tortosa por Benedicto XIII –antipapa apoyado por los españoles- en 1413-1414. Fue burdo espectáculo público y golpe de publicidad antijudía llevado hábilmente por Josué Lorki, converso bautizado con el nombre de Jerónimo de Santa Fe, en el cual el debate pautado degeneró en un juicio contra la herejía del judaísmo, digna tan sólo de consideración por parte de la Santa Inquisición. La oposición de los rabinos de la Corona de Aragón resultó inútil ante la obscena tramoya católica. Por lo que siguió la multiplicación de las conversiones masivas de judíos a extremos paroxísticos.



Del acoso y la arbitrariedad de los procesos inquisitoriales, de las turbas del populacho que asolaron juderías a punta de espadas y filo de cuchillos, de la febril actividad proselitista del catolicismo hasta el extremo de arrastrar judíos a las pilas bautismales, surge el buril que dibujó la etiqueta distintiva de estos conversos; anusim, los forzados para los judíos, alboraycos, de al-Burak cabalgadura de Mahoma –quimera ambigua que ni era mula, ni siquiera caballo, ni tenía sexo-, y marranos, categoría del desprecio e intolerancia castellanos –palabra castiza del Medioevo que es cerdo, y que aplicada a los conversos es la inversión de la aversión hebrea al consumo de tal carne-. El concilio provincial de Tortosa (1429) y el Concilio General de Basilea (1434), fueron el nuevo y absurdo sesgo de la política antijudía de la Iglesia Católica; considerar a los “nuevos cristianos” como herejes infiltrados en su seno, con la subsecuente represión de tal anomalía; traducido en palabras de Tomás de Torquemada en un memorial dirigido a la reina católica: “que mirando vuestra alteza algund ( ) en que ( ) a Dios nuestro señor debe mucho su honra y porque en estos vuestros reinos hay muchos blasfemadores renegadores de Dios y de los santos y ansimesmos hechiceros y adevinos debe vuestra alteza dar forma como se castigue y que vuestros corregidores y justicias sepan el castigo que a los tales ha de dar y éste sin ninguna dispensación”. Hasta tal punto, que consta en el Cronicón de Julián Pedro, llevado a la sangrienta instancia del Santo Oficio, la conversión por el mismo Cristo del gran rabino Eleazar, y que a su retorno a Toledo, gracias al portento, convirtió a toda la comunidad judía de allí; tratando de demostrar los judíos que “eran los más antiguos cristianos viejos de la península!” (Lafaye).

Para finalizar este esbozo de la herejía de la levadura antijudía, tenemos que referirnos a la Historia General de España de Juan de Mariana (1601), la cual establece la dualidad España e Iglesia como el trascendental aliento de la nueva cruzada anti-islámica y hebrea en pro de la hegemonía de Hispania allende sus fronteras. Además, el año de 1492 constituiría el tríptico enviado por Dios que favorecería tal ente: la conquista de Granada por Fernando el católico, “que toda España con esta victoria quedaba por Cristo Nuestro Señor, cuya era antes”, “el descubrimiento de las Indias Occidentales (…) cosa maravillosa y que de tantos siglos estaba reservada para esta edad”, y la expulsión de los judíos sefardíes de la península. De “modo que los españoles estarían incesantemente en guerra con los infieles”, moros, judíos e indios.



Entregado a su tiempo, como esclavo y vasallo (en palabras de Canetti), Cervantes –asumiendo también la síntesis del espíritu de su entorno, así como el estar contra su época- en el Quijote presenta la vulgar jactancia de Sancho Panza en cuanto a no tener sangre judía, en alusión quizá a los estatutos de sangre o a el Tizón de la nobleza de España (1560). Quevedo por su parte, en un soneto dedicado a Góngora, embiste a la condición judía: “Yo te untaré mis obras con tocino, / porque no me las muerdas, Gongorilla, / (…) ¿Por qué censuras tú la lengua griega / siendo sólo rabí de la judía, / cosa que tu nariz aún no niega?”. Ecos y muestras palpables del antijudaísmo en la cultura hispánica, heredad ésta de larga data y proyección.

Febrero de 1993

NOTAS
(1) Jacques Lafaye: Mesías, cruzadas, utopías. Fondo de Cultura Económica, México, 1984, pág. 27.
(2) Compendio de la obra titulada Directorio de Inquisidores, de Nicolao Eymerico Inquisidor de Aragón, Mompeller, 1821.