Wednesday, September 09, 2009

BRÚJULA Y CARTAS MARCADAS. 2 TEXTOS DE YILLY ARANA


BRÚJULA


Antes era el artista del alambre. Daba saltos mortales sin la red y el público gritaba entusiasmado con la secreta esperanza de que fallara. Sin embargo cada pirueta mía era mejor que la anterior; por lo que no les quedaba otra alternativa que aplaudir rabiosamente a la negra y orgullosa figura voladora.


Definitivamente la confianza da asco y uno se va acostumbrando a hacer fácil lo difícil. De allí a ensayar lo imposible con los ojos vendados sólo hay "un brinquito", valga la metáfora. La tentación fue muy fuerte y por eso un mal día no defraudé a la ansiosa concurrencia: La caída me rompió todos los huesos. Ahora vitorean sin mucha convicción a otro saltimbanqui, menos temerario; pero con un traje más colorido. Y cumplen con sonreir ante una destreza libre de sorpresas. Los bastardos quieren sangre y sólo obtienen la fotografía de un bistec.


Hoy trabajo como payaso. La verdad es que no se me da mal. No obstante, la sonrisa pesa más que la mancuerna descomunal de Piotr el calvo forzudo de ridícula trusa rayada, imitación de piel de leopardo. Porque aunque la galería aplauda todos mis chistes malos, yo sé bien que muchas veces ya los conocían de otras rutinas ya vistas, de anteriores funciones, de cuando en las alturas de la carpa yo retaba a la única y verdadera democracia. Aplauden y se ríen por inercia; sus bocas se curvan por costumbre, casi diría que por cortesía con el bufón que resbala y cae sin mayores consecuencias.


Lo peor de todo es cuando no quiero salir a escena porque me duelen los mal soldados huesos; o cuando los niños me ensucian con sus helados; o cuando gritan si me acerco mucho porque a los más pequeños de los mocosos les asusta mi estrambótica nariz colorada; o, sencillamente, cuando no me apetece hacer muecas o simular golpes y chichones. Sin embargo, tengo que hacer todo esto y más porque el que paga manda y al igual que todos necesito comer. Ríe y el mundo reirá contigo... me repite sin cesar la misma voz burlona que me incitaba a colgarme con una sola mano cuando bien podía haberlo hecho con las dos. Parece que no se cansa de apretar donde molesta.


Consciente de la encrucijada en que me encuentro, también sé que podría ser incluso peor: al cabo que no estoy encargado de bañar a los elefantes o de barrer la jaula de las fieras. Sin embargo estoy seguro de que si no logro escapar, ese es el fin que me espera. O quizás termine mis días, viejo y derrotado, zurciéndole las medias a la mujer barbuda que últimamente me sonríe con una rara mezcla de inocencia y picardía, esperando quizás a que me rinda de una vez y me vuelva su confiable proveedor de consuelo. Pero aunque esa fuese una forma tan válida como cualquier otra para conseguir comida y techo, lo cierto es que prefiero el alimento del aire enredado en mi cuerpo antes que la seguridad del potaje. El calor de una cama tranquila no se compara jamás con la canción que entona mi sangre cuando golpea rítmicamente las puntas de mis dedos mientras busco en medio de la nada el incierto asidero del trapecio.


Lo dije: amo volar.


Y cuanto más alto, mejor.


No importa si el vuelo es breve; ni tampoco si es el último. Por eso llevo meses robando puñados de pólvora que escondo en una caja de madera oculta bajo mi catre, bien seca y segura. Porque cuando reúna los diez kilos que necesito voy a purgar al hombre-bala justo antes de que inicie su acto. Así tomaré su lugar y entonces la máxima atracción del circo no se limitará a cruzar el espacio de la gran carpa para aterrizar en la red, sonreírle al público y recibir sus aplausos. Esa noche el impulso me sacará del espectáculo y a ellos de su hipocresía. Ahí los dejaré a todos con su nada, con sus rostros felices de ser ellos mismos, preguntándose cómo diablos hará ese extraordinario hombre-bala para regresar de la luna.



CARTAS MARCADAS

Todas las claves han sido dadas,
todas sus infinitas combinaciones han sido formuladas ya.
A cada instante elegimos uno de estos resultados previstos
y a esto, ilusamente, llamamos libre albedrío.

Yilly Arana. Es abogado egresado de la Universidad de Carabobo. Perteneció a la redacción de las revistas Nostromo y El Perro Azul, en las cuales ha publicado ensayos, dibujos y tiras cómicas. Es miembro fundador del Grupo de incursiones culturales y científicas Li Po.

Ilustró el libro El Elefante Muere (2007) de Guillermo Cerceau. Un cuento suyo, Un asunto privado, forma parte de la Antología Terrorista (2008) del Grupo Li Po.

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