Monday, April 30, 2012

El pasado sábado 28 de abril de 2012 en Valera
Elegida nueva directiva de la
Red Nacional de Escritores de Venezuela

Texto: Red Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela. Foto de Xiomara Ortega


El pasado 28 de Abril de 2012, la ciudad de Valera fue escenario de la Asamblea extraordinaria de la Red Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela, la cual eligió a la nueva junta directiva que durante dos años coordinará los diferentes programas que establece el organigrama vigente de esa fundación. La Asamblea estuvo integrada por delegados de 20 estados del país, directivos fundadores y la directiva saliente.

El Programa de Organización y estructura quedó bajo la responsabilidad de Héctor López, quedando como suplente suyo el poeta margariteño Luis Emilio Romero.

Para el Programa de Integración de las artes, las letras y colectivos culturales, resultó electo como coordinador el filósofo Nelson Guzmán y a Renny Loyo como suplente.
De similar forma, el Programa Red de escritores y escritoras de la Alba está a cargo del escritor Federico Ruiz Tirado como principal y de Frank López como suplente.

Mientras que en el Programa de Promoción de lectura, creación y formación estará coordinado por Pedro Salima, siendo suplente David Figueroa-Figueroa.

El programa Editorial estará bajo la coordinación de Luis Alberto Angulo, siendo suplente de tal espacio cultural, Ángel Malavé. Del ámbito de certámenes, bienales y eventos se responsabiliza Pedro Ruiz y Hermes Vargas como suplente.

El Programa de Seguridad social del escritor y la escritora tiene como coordinadora principal a Esmeralda Torres y a Zuleima Zamora en calidad de suplente.


También fue designado Luis Ernesto Gómez como Coordinador Ejecutivo, quien venía desempeñando funciones como encargado desde Noviembre de 2011.

Miguel Márquez como directivo saliente del Programa Editorial, describió parte de los logros realizados por la Red Nacional de Escritores y Escritoras, en los siete programas de acción de la organización. Destacó la edición del libro Un día para siempre: 33 ensayos sobre el 4F, compilación de la Red Nacional de Escritores y Escritoras de Venezuela realizado con el apoyo de Federico Ruiz Tirado, la página web recién diseñada www.reddeescritoresdevenezuela.org.ve.

También fue expuesta por Antonio Trujillo, una breve disertación sobre la Revista Nacional de Cultura, así como también fue descrito por Luis Alberto Crespo, el aporte de la Red de Escritores en los procedimientos de poetas seleccionados para participar en el Festival Mundial de Poesía de 2012 en cada una de las regiones de Venezuela.

 
Destaca el arduo y transparente trabajo realizado por Vanessa Márquez, Fanny Liendo y Beatriz Rondón quienes fueron las responsables de la comisión electoral nombrada por la misma asamblea antes de la elección.

Monday, April 23, 2012

EL NARCOCORRIDO O DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO. José Carlos De Nóbrega

Salmos Compulsivos
 EL NARCOCORRIDO O DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO
 José Carlos De Nóbrega

 (…) Al héroe siempre le tocan faenas sucias. Pero no inventes un sesgo donde no lo hay: los corridos prohibidos son una transmutación artística, un producto simbólico del inconsciente colectivo y eso no lo puede cambiar ni Don Alirio ni las síster. Carlos Valbuena: El Cartel de los Corridos Prohibidos.

 Me he topado con esta curiosidad sociológica y musical, llámese narcocorrido o corrido prohibido, de manera muy curiosa y accidental: un amigo me había referido su asombro cuando su juego de tejo era musicalizado por este canto épico postmoderno, mixtura de los corridos villistas y zapatistas, el romancero español de cordel y la apología a los grandes capos de la droga. A raíz de este comentario, comisioné a mi compadre para que me trajera de Colombia un CD contentivo de dicho género musical –de contrabando, por supuesto-. El volumen 2 de Corridos Prohibidos satisfizo mis expectativas con un dejo de morbo y picardía: son memorables las canciones Cruz de Marihuana, Contrabando en los huevos, Sigo torcido y El Cura, las cuales bordean el ars poética, la crónica policial y la picaresca típica de los bajos fondos. Se nos antoja la revancha del pardaje que estremece los miedos atávicos de la godarria y la burguesía: trátese de los campesinos que se resisten a la sustitución de cultivos y a la fumigación indiscriminada de su conuco cocalero (Hoy soy un coquero, / rebusco dinero / pa’darle a mis hijos / techo y de comer. // Que Dios me perdone / si soy ignorante, / las rachas del hambre / ya las derroté. Por qué soy coquero de Ovidio Herrera); la arrogancia sin par de los capos que escarnece y pone al descubierto el doble discurso y los buenos modales de la oligarquía; o, libidinosamente aún las tetas hinchadas de las guarichas que pretenden tomar por asalto un Paraíso dolarizado e hiperbólico. Una última apelación al anecdotario: Mi aproximación ensayística a Los Días Mayores –ese fantástico volumen de cuentos de Orlando Chirinos-, amén del epígrafe alusivo a un fragmento de Cruz de Marihuana, me permitió contactar a su compositor, Don José Alberto Sepúlveda, alias El Antifaz Negro y alias Beto El Vagabundo, un peculiar juglar progresista que sobrevive a la sombra del vasto Cancionero Latinoamericano. Es sin duda la manifestación inequívoca de lo popular que se afinca en la vida misma. El discurso diabólico comprende lo mítico, lo políticamente incorrecto e incluso el despropósito de los discursos autorizados, provengan de la institucionalidad religiosa, política y cultural. En este caso, el corrido prohibido es una respuesta política y propagandística al imperio mediático que nos envilece, aterroriza y castra en función de mezquinos intereses de clase. No es casual que vaya a la par de la literatura y la cinematografía. Tenemos por ejemplo el texto narrativo mismo y la adaptación cinematográfica de La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo, Ciudad de Dios de Paulo Lins y Rosario Tijeras de Jorge Franco, además de la trilogía fílmica integrada por Sicario, Huelepega, El Don de los Novoa y la miniserie Sin tetas no hay paraíso. No en balde su carácter marginal, esta revisita al discurso diabólico por intoxicación estupefaciente ha obtenido un éxito comercial rotundo (de nuevo la cultura underground se infiltra en la impiedad del mercado, hasta el punto de su cosificación al igual que el icono del Che Guevara, la lata de sopa de Warhol y las camisas bacterianas que simulan lo psicodélico). Bien nos lo ilustra Carlos Valbuena, el teórico de la música de contrabando –recordemos que nuestros próceres bebieron del veneno del Enciclopedismo Francés introducido en el continente por los caminos verdes-: Esto era la historia contada por el bando de la contra, de los que se colocan al margen de la Ley y de los que la Ley ha marginado. Un discurso de rebeldía, de identidad, de un grupo que disputa al gobierno y sus instituciones la exclusividad en el ejercicio de la violencia en seguimiento de sus propias leyes. La violencia, por supuesto, se justifica en la disputa por el botín económico: Involucra a los banqueros, los militares, la insurgencia, la contrainsurgencia que aduce la autodefensa propia y los narcotraficantes; bandos que recogen y desparraman alianzas y balazos en la configuración de un abstruso discurso de Poder.

Friday, April 06, 2012

EL PASO DE LOS ANDES SEGÚN MIGUEL ANGULO. José Carlos De Nóbrega



EL PASO DE LOS ANDES SEGÚN MIGUEL ANGULO
José Carlos De Nóbrega


Durante mucho tiempo la cámara nos ha traído noticias de chiflados y parias, sus miserias y sus peculiaridades. Nos ha mostrado la trivialidad de lo anormal. Nos ha convertido a todos en mirones. Susan Sontag.

Hemos tenido acceso a la fotografía de Miguel Alberto Angulo Oliveros, a través de los museos de papel que son las revistas literarias y culturales: especialmente, los casos de Redve (2005) y Zona Tórrida (2010 y 2011). Observamos un ejercicio personal de dos géneros fotográficos: el retrato y el paisaje, los cuales se integran en una propuesta estética que colinda con la literatura de aventuras y la crónica de viajes. La composición, independientemente del plano general o el plano detalle, dispara una mirada asombrosa y lúdica del hombre, la flora, la fauna y el entorno natural. Esta actitud dialógica, divorciada del reporterismo gráfico convencional, se traduce vivaz y cuestionadota en estos versos de Freddy Ñáñez: Qué buscaba el diafragnma / en esa puerta abierta / en esa silla sin jinete // A quién apunta / ese primer plano // (…) // Qué hace aquí ese retrato sin nosotros / Con quién posa la resolana / Por qué tanta belleza / despoblada. Por ejemplo, un escalador se extravía o mimetiza en la pared gris del risco; o la mirada apenas sobresale del río rumoroso, ambos amparados por el cielo vegetal. ¿Qué decir de la araña que nos obstruye el acceso a esa montaña de concreto, vidrio y tabiquería? En resumidas cuentas, el trabajo fotográfico de Miguel Alberto es un homenaje permanente a la luz y a la transparencia, más allá de la anécdota ecologizante y políticamente correcta.

4000 metros constituye una muestra que se detiene con suma atención en los páramos colombo-venezolanos. Si bien la figura humana está ausente –no cuenta acá la épica egótica del escalador-, la consideración del paisaje descansa en el estado de gracia que nos provoca su mirada, eso sí, desprovista de la lagaña urbana. Las 18 fotografías no conforman un portafolio turístico-exótico, por el contrario, se nos antoja un ascenso místico de la sensibilidad: Cuanto más alto se sube, / tanto menos se entendía, / que es la tenebrosa nube, / que a la noche esclarecía; / por eso quien la sabía / queda siempre no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo. Miguel Angulo no necesita untarle manteca efectista al lente, para redactar sin retórica hueca su aproximación particular y aventurera del oficio fotográfico.

Respecto al problema de la distancia ideal entre el fotógrafo y el objeto, nos dice Raúl Beceyro: Cada imagen establece sus propias reglas de juego (incluso determinando la distancia entre el objetivo y el personaje), normas que sólo sirven para ella. Cada fotógrafo, en cada imagen, resuelve el problema de la distancia al objeto casi como si ese problema se planteara por primera y al mismo tiempo por única vez. En este caso, Angulo se sirve de planos generales y medios enriquecidos por la multiplicidad de los puntos de vista: prevalecen las tomas cenitales, a ras del rocoso peldaño (si así puede decirse) y en pleno ascenso (las nevadas cumbres reducen el ego alpinista a su más discreta expresión). Permítasenos una extrapolación histórica: Simón Bolívar desarrolla el Paso de los Andes fundiéndose en la masa soldadesca, previo a la Batalla de Boyacá. Se anula entonces la distancia entre el ojo –siempre hambriento- y la magnífica hermosura del paisaje, prescindiendo de los arrebatos románticos y los remilgos del “yo”. Nos lanzamos un clavado –onírico y no suicida- hacia la laguna glaciar en un afán glotón: azul y esmeralda que embargan benéfica y plácidamente los sentidos. En su Responso a la vieja pulpería nacional, nos cuenta Briceño Iragorry: La base de la dieta del peón trujillano fue la curbina del Lago, conservada al sol y a la sal. Así el pueblo, sin necesidad de caer en los peligrosos alfabetos de la industria vitamínica, tomaba su buena ración de rayos solares al natural. La luz del páramo andino, patente en toda la exposición, fue un aliño fundamental del “pescado blanco” que se despachaba en las pulperías trujillanas a principios del siglo XX. En este instante, como bien lo canta Ramón Palomares, el compañero Sol (convertido en gallo salvaje) nos hace un llamado que no podemos rechazar: Mi amigo que has venido de tan abajo / vamos a beber / y cayó dulce del cielo, cayó leche hasta la boca del sol.

La perspectiva o la puesta dialógica en escena, según Roland Barthes, posibilita la esencia paradójica de la fotografía: la que hace de un objeto inerte un lenguaje y transforma la incultura de un arte “mecánico” (digital, de esta era postindustrial), en la más social de las instituciones. “4000 metros” no debería degustarse pasiva e idílicamente, tal como lo impone el soso discurso turístico de las páginas dominicales de diarios mercachifles; su fruición sinestésica conduce a la participación del espectador en una conversación poética con el paisaje. ¿Se puede decir que esta colección interioriza el paisaje andino? Sí, por supuesto, a la vera de las emociones que remueve una lectura desinhibida y placentera de las imágenes. El frailejón nos invita a asomarnos por la ventana mágica del encuadre: se rinde el verde valle –atravesado por un río azul- a la blancura invasiva de la cumbre. La luz transfigura la montaña en un día soleado: el amarillo terroso ata cielo despejado y tierra agradecida. La laguna y las piedras verdes abrevan en la bóveda celeste: (…) Empeño solitario: / USAR EL ESPEJO PARA ENCERRAR EL ÁGUILA ¡Oh! / rosa de tinieblas / parada en la imagen del sueño, declama Ana Enriqueta Terán con su voz inigualable.

La connotación que se desprende de esta propuesta fotográfica, excede los artificios técnicos, sin evadir el momento histórico: la captación y composición del paisaje se inscribe en la reivindicación poética de la comunidad de hombres libres, viable en la deconstrucción de la perorata desarrollista y depredadora de los señores del Dinero.

En Valencia de San Desiderio, jueves 15 de septiembre de 2011.

Monday, April 02, 2012

UNA TRÍADA NARRATIVA DE TANNIA GARCÍA



Les ofrecemos a nuestros lectores estas tres encantadoras estampas textuales de Tannia García que conjugan el arte de narrar con la poesía. Sí, la poesía que muerde gustosa la cáscara del mango maduro para deshilachar su generoso jugo amarillo. Nos atrapa la transparencia de la mirada amorosa de las cosas para componer un paisaje interiorizado e inmediato como en los versos de Enriqueta Arvelo Larriva: Ha hablado el viento una lengua extraordinaria. La mezcla diáfana de imágenes visuales, táctiles, olfativas y gustativas nos conmueven así no más, como si degústáramos un café tinto a la vera de la ensoñación seductora.


I
Carmen no se preocupaba cuando se perdía el morrocoy, yo lloraba y ella me decía eso no es un perro que lo llaman y viene. Mi abuela no usaba guantes como la señora de al lado, no usaba sombrero, ni medias de nylon. Mi abuela andaba descalza en la tierra húmeda llena de hojas de mango.
Ella usaba unas batolas grandotas y olía a Jean Naté, y sus batolas venían de Senegal, una tierra de leones y guerreros muy lejana, que para mí sólo existía en su boca.
Mi abuela tenía en sus ojos todos los cerros del mundo y pobló esta tierra de hijos buenos. Ella ahora tiene el cuerpo en otra parte, pero sigue aquí conmigo, en cada mata de mango, en cada noche clara y calurosa.

II
El hijo se fue a la guerra para no volver. Cuentan que mi abuela lo nombró el día de su muerte antes de saber la noticia de que había sucumbido ante la metralla y la explosión, en otras tierras que también eran de esa patria grande de sus ideales. Carmen llevaba aquel dolor en silencio dicen, como todo, siempre calladita, viendo al cielo y comiendo mango en la tarde. Yo no conocí a mi tío Hugo, pero siempre sentía algo extraño en el pecho cuando veía su retrato en la sala de la casa de Alayon.
El retrato de mi tío permanecía inmóvil en aquella casa, como registro material de su paso por esta tierra, y miraba hacia el patio con ojos fijos y profundos, como buscando a mi abuela entre las matas. Yo siempre le tuve miedo y admiración a aquella imagen, sobre todo porque de reojo tendía a confundirla con algún otro de mis tíos, como aquella vez en que la emoción de aprender a amarrarme los zapatos me encontró gritándole “¡tío! ¡tío!” al celaje de su foto en la pared. Mi tío Hugo no es un recuerdo propio, es una herencia, así como esa foto, como los ojos llorosos de mi papá cuando habla de él, como este cariño que le guardo, por haber estado allí, el día en que aprendí a amarrarme los zapatos.

III
A Bárbara no le quedaban las arepas redonditas, pero siempre cosía buenos ruedos y reparaba bien las camisas. Ella cocinaba de noche como las brujas, moviendo las ollas de aquí para allá y Félix Augusto se levantaba y le decía “Bárbara, son la una, vete a dormir”, pero ella no paraba porque quería dejar todo listo para las muchachas, no le fueran a hacer un reguero.
Todos nos levantábamos a las 5 de la mañana y la dejábamos dormir una hora más, porque sabíamos de su trasnocho y porque su jornada empezaba un poco más tarde. Salíamos de la casa y papá le daba un beso y ella no se daba cuenta, pero entre dormida y despierta nos advertía de algún desastre que habíamos hecho y limpia la mesa, apaga la hornilla, cuidado en la calle, cierra la puerta.

RAÍZ DE AMOR. Un cuento de Andrea Crespo Madrid



Raíz de Amor
Andrea Sofía Crespo Madrid


Les presentamos un cuento de la jovencísima Andrea Crespo Madrid. Compruébenlo en la estampa que acompaña a su texto. En este relato, fondo y forma se conjugan en una factura textual impecable. El insoslayable tema amoroso, no en balde un título que simula una novela sentimental, es interpretado en un tono afín a la narrativa gótica: la obsesión, el desamor y la compulsión apuñalan impíamente al personaje masculino y al lector, eso sí, en el marco de la mustia cotidianidad urbana, hecha prisión en el baño y el dormitorio. ¡Salud, afición lectora!

Un rasguño extenuado se aferraba a los viejos bloques de Gracia, dejando por sentado los inservibles y furiosos nudillos que constantemente impactaban contra el frío cemento; incluso llegó a pensar que raspando la mugre encontraría el alma de la mujer perdida entre suspiros. La búsqueda se había hecho eterna con el paso del tiempo, el cuero humedecido bajo el pantalón poseía la conquista en vano y la penúltima evidencia de una sonrisa que se había desvanecido hace veinticinco años y catorce días exactamente. Escondido entre sollozos había regresado a buscarla, aquel lugar donde juró haberla visto por última vez; sus rastros se hallaban en el recuerdo, y como condena para prisionero de sus encantos, no quiso volver a la celda. Su aliento helado ahogaba las palabras, su voz lo esquivaba y sus ojos se negaban a mirar lo que ya no estaba. Así, Hernando Villalobos se buscaba a sí mismo entre tantos, a pesar de saber que para encontrarse debía hallarla. Jamás llegó a pensar que ambos habían sido cómplices de la mentira, que sus juegos de amor se limitaban al cadáver exquisito de sus cuadernos y al trazo efímero que dibujó sobre su cuello con la lengua propia.
Delicadamente, sacó la fotografía del bolsillo y posó sus labios sobre el inmortalizado rostro, besando a la soledad. Sus pestañas marcaron los pasos del amor en el suelo y siguió con las yemas aquel trayecto nunca transitado por su amada. De a ratos podía observarla en el azúcar de una mordida de labio y presenciar el filo de sus lágrimas permanentes sobre su rostro, una a una, resonando sobre su garganta; finalmente deslizándose hacia el corazón metafísico. Gabriela era una lágrima perdida, de esas que frecuentemente se refugian en el cabello para no verlas jamás.
Pasaron los días y Hernando Villalobos se limitaba a llorarla en la ducha, como siempre, los puñales torturaban su espalda magullada cuando se atrevía a reposar la frente sobre la cerámica: estaba cansado de amarla tanto. Decidió entonces subir escaleras paradójicas hasta la azotea donde la soñó por tercera vez, expirando pensamientos dolorosos y permitiendo que volaran con el aire, finalmente alcanzando su destino. Trajo a sus manos la foto nuevamente y dudando miró por primera vez a una Gabriela de 7 años que no volvería jamás. De esta manera, soltó a su amada, dejándola libre para que le susurrara picardías a las estrellas; ya no le importaba ser el guardián de sus falsas reconquistas. Cualquier buen hombre sabe que para una mujer como ella, enamorarse cientos de veces de la misma persona, siendo un siglo de Hernandos distintos, podía matar a cualquiera.

ISRAEL CENTENO O DEL CERRO EL AVILA COMO TABERNÁCULO URBANO. José Carlos De Nóbrega



ISRAEL CENTENO O DEL CERRO EL ÁVILA COMO TABERNÁCULO URBANO.

José Carlos De Nóbrega


Ilustración de Cristóbal Ruiz titulada "Realidad platónica".


A Efrén Barazarte, extraviado en “Las sombras de lo verde”, así como en “La bienvenida de lo claro”.

Este es un ensayo publicado en mi más reciente libro "Salmos Compulsivos" (2011) editado por Ediciones Protagoni, c.a.. Para cualquier lector interesado en dicho volumen ensayístico, pueden contactarme a través de c_denobrega@hotmail.com para sus pedidos. Se les agradecerá su colaboración financiera infinitamente.

En Criaturas de la Noche (2000), Israel Centeno asume el cerro El Ávila como centro temático, espacial y atmosférico desde donde se configura una visión terrorista, paródica y poética de la ciudad de Caracas. Orlando Chirinos (2002) destaca la calidad intertextual sostenida a lo largo de los cuatro cuentos que integran el libro, justificándola de guisa afortunada:

Es “la atmósfera, que se hace placenta nutricia para suministrar un tono homogéneo a las narraciones (con las especificidades propias de cada una) y por el territorio-madre al que retornan los hechos continuamente y en el que la trama alcanza en cada caso su clímax: el Ávila, el cerro tutelar capitalino y sus inmediaciones” (p. 2).



No es de extrañar que la portada del libro sea reproducción del óleo sobre tela del pintor venezolano Manuel Cabré, titulado El Ávila desde Blandín (1937). El artista plástico ha asentado en la memoria iconográfica de los venezolanos el cerro El Ávila, abordado desde diversos puntos y perspectivas de la ciudad. Lo notable, además de la febril ansia paisajística, radica en su particularidad: El cerro es protagonista manteniéndose al fondo de la composición, lo cual supone audacia en la manipulación relativa del espacio en la aparente precariedad del soporte. Los detalles de su relieve alcanzan connotaciones hiperrealistas. Su presencia sobre la urbe es inevitable, acechante si se quiere. Rafael Autran, inmerso en su exilio, confiesa que “miro al Ávila y me quedo sumido en sus colinas violeta pensando en los cuadros de Cabré” (Israel Centeno, 2000, p. 19). Asimismo, Centeno nos lo ratifica en tanto tabernáculo en el que se sacrificarán víctimas propiciatorias, holocaustos que procuren redimir el averno caraqueño. El cordero se tiende en Los Platos del Diablo, amenizado el Aquelarre por el aullido y el crujir de dientes de perros y lobos amarillos revolcándose en la saliva, el pus y la sangre. Menos sorprendente aún, es la mezcla o yuxtaposición de la Caracas real, cruda y finisecular con el discurso fantástico que hace inmediata la voz de José Antonio Ramos Sucre, extemporánea como siempre, barroca y sobreadjetivada, preñada de fantasmagorías y escaleras en espiral que se sumergen en los sepulcros ennegrecidos de la palabra. La pertinencia de los epígrafes no descansa en un estéril ejercicio intelectual, sino en la inoculación de la atmósfera poética y fantástica en todos y cada uno de los relatos del volumen.



En el cuento que da título al libro, el discurso policial fundido en el Diario hermético de Rafael Autran, se extravía en la resolución de la misteriosa desaparición de los cuatro excursionistas druídicos en los pliegues verdes y ocres de El Ávila. El inspector Taborda se resiste inútilmente al curso fantástico de los hechos: se va empapando de la locura de Rafael Autran y sus acólitos, el proceso licantrópico se va enseñoreando de sus miembros engarrotados, de su unidimensional sagacidad mental, de su espíritu. La transformación en lobo sugiere un éxtasis místico, liberador, inefable, tal como lo describe San Juan de la Cruz en el Cántico Espiritual, si lo permite el balbuceo y la brillantez del discurso poético. El ascenso que conduce el alma a la embriaguez del amor místico, sólo es posible en el desajuste o desacoplamiento espacio-temporal: “Escucho, es el sonido del mundo, chifla cortante, susurra en la inmensidad, es el ulular del cosmos, el río de los elementos inasibles del universo, el ruido que fluye de la creación; de fondo, sorda, insiste la ciudad, terrena, infernal” (p. 41).



En El dios de Livia, ¿segundo cuento o episodio?, se percibe un remedo del estilo borgiano. El narrador protagonista asume la pérdida de su alma en el saber; la fuente intelectual y cosmopolita es la manifestación notoria de la misantropía del notable personaje. Hallado culpable de una serie de asesinatos rituales que no excluyen la brutalidad apuntalada en el estar más allá del bien y del mal, sufre la condena del exilio que lo mueve de Florencia, la casa de Saboya, a la quietud embustera de la Caracas de finales del siglo XIX. Adquirida la hacienda “en el abra de Caurimare”, nos confiesa sin tapujos su aclimatación al ámbito tropical: “Devasté los cafetos y quemé la tierra, la sembré de tubérculos y cebollas, corrompí a las autoridades para obtener el permiso a la quema sistemática, nada debía remitirme a una condición paradisíaca” (p. 47). El forzado exilio constituye entonces la contraparte del Paraíso Perdido, la abyección muta en una plegaria inversa a la deidad pagana de Livia, mujer del emperador Augusto.



El tercer relato, La casa, como bien lo manifestara el autor, se fundamenta en el tema del Doble. La atmósfera está signada, como en el resto del conjunto, por una Caracas nocturna alumbrada por el claro de luna que se despedaza contra El Ávila. El juego de múltiples espejos, impregna el paisaje y los personajes horadándolos con un polvillo de vidrios multicolores a la manera de las fachadas de los edificios construidos por albañiles italianos, no sólo en Caracas, sino también en otras ciudades como Valencia, Maracay y Barquisimeto. Se funden los testimonios del narrador y del alienado Luciano, empatía que traspasa la relación de amistad entre ambos. El confesor y el libro que es Luciano son víctimas de los efectos de la transferencia y la contratransferencia abordadas por la literatura psicoanalítica: al igual que Taborda y Rafael Autran, parecieran ser uno en la diversidad de cada quien. El discurso del enfermo convaleciente en el Psiquiátrico seduce al amigo que lo visita. Luciano fue envuelto por la belleza púber y disoluta de Claudia y su reflejo fantasmal en Hortensia; en una jornada orgiástica, el hombre fue devorado por las hambrientas ansias eróticas de las dos brujas, sobando sus vaginas contra el falo encebado, desdibujándose la realidad exterior en lo ilusorio como en muchos de los magníficos cuentos de Adolfo Bioy Casares.



Knoche, texto que cierra el libro, es una excelente recreación de la anécdota del científico alemán que practicaba la momificación aplicando las técnicas pretéritas del Egipto antiguo en su hogar de Galipán, a principios del siglo XX. Alfonzo y Alberto son absorbidos por el Conde Lepic, Nosferatu británico que se adueñará de sus posesiones en El Ávila (lo cual incluye el centro de momificación). Los Diarios de Alfonzo y Guillermina, convergentes en el amor y la añoranza, amén de las escandalosas noticias del periódico amarillista Miami Observator, simulan ser un libreto macabro del programa radial “Nuestro Insólito Universo” de Rafael Silva, narrado por el insoslayable don Porfirio Torres. Como se sugirió antes, la referencia cinematográfica es obvia: las versiones muda y sonora de Nosferatu realizadas respectivamente por los alemanes Murnau y Herzog, en épocas disímiles. No falta la orgía húmeda de semen, flujos vaginales y sangre característica de los relatos de vampiros de Bram Stoker y Ann Rice.



Es Caracas transfigurada por el discurso fantástico que nos propone una revisita poética, un fervoroso reencuentro pletórico de imágenes ígneas y metáforas maravilladas.