Sunday, June 03, 2012

EL MITO CONTEMPORÁNEO DEL ANTICRISTO. JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA


Salmos Compulsivos



EL MITO CONTEMPORÁNEO DEL ANTICRISTO


José Carlos De Nóbrega



Indudablemente que el mito del Anticristo transita la vía equívoca que va de la leyenda, preñada de superchería medieval, a la propaganda política en procura de un chivo expiatorio a los efectos de consolidar una utopía, sea el Reich Milenario Nazi, el paraíso monolítico del stalinismo, o el falso pluralismo de las democracias occidentales. Va de la mano con el mítico tema de la conspiración judía mundial o más bien la eufemística “cuestión judía”, la cual es el mero producto del antisemitismo de la institución cristiana que la impuso en la cultura de Occidente (al punto de filtrarla en el mismísimo marxismo soviético con sus Gulags y aislados lobos esteparios).

Si bien tenemos un Anticristo literal que proviene de las especulaciones de los protestantes fundamentalistas (Hal Lindsey y John F. Walvoord, quienes reviven de manera maniqueísta a Teddy Roosevelt, el cazador magníficamente cantado por Darío), o del ya decadente histerismo católico patente en la intoxicación mística ante finiseculares apariciones marianas; otros Anticristos literales notables, además de Adolfo Hitler, fueron Jim Jones de la Iglesia del Pueblo y el davidiano David Koresh, cuyos casos se asimilan a la sintomatología de la desilusión política que conduce a las catacumbas sombrías de las sectas religiosas de variopinta calaña. Algunos destacados escritores, como Fedor Dostowievski, se han aproximado a las contradicciones, crisis, y contramarchas de nuestra sociedad invocando un Anticristo literario o de ficción. “El Gran Inquisidor” pulveriza la falaz e interesada hermenéutica de predicadores y propagandistas de oficio, más pendientes de hacer y aterrorizar prosélitos que de auscultar en la profecía el rostro oscuro de la condición humana. Nos parece un texto magistral e insoslayable al igual que “El Corazón de las Tinieblas” de Joseph Conrad, pues hurga y disecciona con fiereza sin igual la vocación y el ejercicio del Poder: El Inquisidor se sabe manipulador y sojuzgador de los hombres que cambian la primogenitura –el libre arbitrio y albedrío- por un suculento y confortable guiso de lentejas que les hace babear ad infinitum como el perro de Pavlov. Reconviene a Cristo su rechazo al milagro, el misterio y la autoridad, pues achica y dificulta el camino de la salvación que es el ejercicio libertario y dialéctico de la ciudadanía, sin responsabilidades ni afanes respecto a la quijotesca empresa de transformar el mundo.

Por su parte, Carl Gustav Jung evade también la morbosa escatología pre y postmilenarista que nos hace calzar el puritanismo provenga de dónde provenga. Manifiesta que el Anticristo complementa necesaria y obligatoriamente a Cristo, sin que sea posible ninguna disociación contra natura, tal como pretendía el Doctor Jeckyll de Stevenson, no el pervertido por Hollywood. Lo cual corresponde con el misticismo inverso de escritores como Sade, Baudelaire y Rimbaud, para quienes la búsqueda de la esencia debía comenzar en el albañal, en el estercolero, en la dispersión hambrienta y lujuriosa de los sentidos. En otras palabras, es “la manifestación final kenótica (de autovaciamiento) de Cristo”; nos despojamos de nuestros miedos, tabúes y terrores atávicos con complacencia a los efectos de confrontarnos a nosotros mismos sin riesgo de “quedarnos en el viaje para siempre”.

Acompañemos entonces a Pedro Navaja, Juanito Alimaña, Paula C, Catalina la O y Juana Peña en un jolgorio travieso y perpetuo, eso sí en la espera de la nueva peste por venir: “Despídete de tu barrio / y del mundo en general / y que en la Tierra / nadie quede sin bailar / la canción del final del mundo”.

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