Sunday, December 02, 2012

NOSTALGIAS DE LA CALLE LARGA: UNA PROPUESTA TRANSGENÉRICA Y POÉTICA DE LA NOVELA. José Carlos De Nóbrega

                             General Román Delgado Chalbaud

NOSTALGIAS DE LA CALLE LARGA: UNA PROPUESTA TRANSGENÉRICA Y POÉTICA DE LA NOVELA.
José Carlos De Nóbrega.

-¡Remad, remad fuerte y apresurémonos! ¡El muy brujo del mar le está sonriendo a un chubasco! Siento la marejada en el movimiento del timón y la tempestad en mis heridas. Honorato de Balzac: Jesucristo en Flandes.

Raimundo se formula de dónde emana la tristeza y entiende y adquiere su carcajada. Pablo de Rokha: El descubrimiento de la alegría.

No nos queda duda alguna: Nelson Guzmán edifica su primera incursión novelística, “Nostalgias de la Calle Larga” (Fundarte, 2012), desde su obra poética misma –de la cual destacan los poemarios “Contertulios” (2003), “Ráfagas de Olvido” (2004) y “Muecas de Tiempo” (2007)-. No sólo anticipa la temática de esta novela, sino el tratamiento poético del lenguaje. Se puede conversar, entonces, sobre un abordaje del tema histórico –en especial el episodio del Falke y el Porteñazo- a partir de la calidad contingente y enriquecedora del discurso poético. Hay un trizado frenético y deliberado de las formas convencionales del quehacer historiográfico. El mural o mosaico narrativo no se apoya en el realismo historicista, ni en el maniqueísmo propagandístico del manifiesto político-social, vicios propios de los discursos desangelados y didácticos de una literatura que no dice nada ni transgrede la esencia impía del Poder. La desilusión ideológica no es un envilecedor pretexto para el triunfo del conformismo y el reacomodo político, estético y social; revisemos a tal respecto la patética panfletaria más reciente de Emeterio Gómez, Teodoro Petkoff o Milagros Socorro. Por el contrario, el fracaso de las Gestas del Falke, el Porteñazo o el Carupanazo prefigura rebeliones por venir; esto es el advenimiento accidentado pero sostenido del Poder Popular. No obstante el naufragio en un mar de melancolías, toda visión y praxis libertarias apuntan a la deconstrucción del Castillo burgués, por supuesto, para forjar un estadio superior de la conciencia social. El lirismo de esta Samba Triste –o Joropo Triste, si copiamos a Billo-, nos conduce a la asunción de una postura crítica y política no exenta de contradicciones y digresiones: La historia debía dispensar a todo hombre de estos extravíos, al final no quedaba otra, había que escribir la historia de alguna manera y esa era la mía, la tuya, la de todos. Esta propuesta, también metatextual, no es presuntuosa, mucho menos objeto falso. Estriba en el compulsivo frenesí del texto amoroso: Juana Gallo una de las putas más viejas de la ciudad contó en su exilio que si aquellos generales hubiesen logrado triunfar hubiese buscado con uno de ellos una alianza sexual definitiva. Senil, metida entre las brumas de la demencia y de la vejez evocaba las glorias del Falke (sic, se nos refiere casi sin respirar). Pablo de Rokha, extravagante y anárquico, confiesa que la tristeza del sexo mordisquea la palabra extraviada en la memoria.

“Nostalgias de la Calle Larga” no obvia los antecedentes de la novela venezolana y latinoamericana de la contemporaneidad. Despojada de muecas culteranas, parricidas o exhibicionistas, nos invita a la revisita de sus grandes frescos (Carlos Fuentes, García Márquez, Scorza) y milagrosas instalaciones centradas en el poema objeto (Salvador Garmendia, Arlt o la poesía inmanente en la obra narrativa de Orlando Araujo y, en especial, la de Armas Alfonzo). El mosaico o collage novelístico reivindica la polifonía y el discurso dialógico enclavado en el monólogo interior, pues las voces de las figuras históricas (Román Delgado Chalbaud, Pedro Elías Aristiguieta, Arévalo Cedeño y la severísima presencia de Juan Vicente Gómez) conviven comunitaria y paritariamente con el bullir lírico y conmovedor de esos personajes “menores” –ficticios o no- que todavía nos encantan y contentan (Manuel Martín, Liduvina, Cándida o Palmiro). La técnica narrativa no obedece al culto propio de la personalidad autoral, ni al fetichismo que se esconde detrás de los artificios del estilo. El fluir contingente y dialéctico de la conciencia, amén de la resbaladiza consistencia de las ensoñaciones, se integran en este encabalgamiento febril de voces que se regodean, contristan e incluso fornican en este homenaje agridulce a la Nostalgia. El inicio mismo de la novela, por fortuna, nos lo confirma sin apelar al irrespetuoso y onanístico ejercicio de la simulación: La mansedumbre de tu pelo seguía rasguñando el pasado. Nadie supo que tu mirada surcaba dos épocas. El porvenir se había mezclado en tu anciano proyecto de vida. El tiempo, expresado en forma de recio viento de piedemonte seguía camuflando tus dolores. Se trata de la voz agónica de Carmen, cuyo tenesmo amoroso y lúbrico por Manuel Martín se mimetiza en la asepsia del alcohol, el formol y las naves blancas y ponzoñosas del hospital. Por otra parte, Manuel se fue consumiendo en el denso despecho de la derrota: cuerpo y alma ajados por la mala y sórdida prisión. Sin embargo, la lectura excede el limitado mas necesario formato textual; esto es el tránsito dinámico que va del oficio de difuntos al jolgorio alcohólico y achocolatado del Día de los Muertos en México. La embriaguez y el hartazgo gástrico confunden las voces de los vivos y los muertos, de allí los pasos torpes y dubitativos de esta danza salvaje: La niebla de su tiempo continuaba convocándolo a batallas inmarcesibles, pero el asunto estaba en que yo residía aquí y contemplaría otras suertes y vicisitudes que deberían volver. ¿No nos recuerda este pasaje la precariedad del discurso historiográfico –si se desvincula de la vida misma- implícita en “Aura” de Carlos Fuentes? Los espantos y los espíritus chocarreros nos acechan aún, pues persisten sus fuentes infecciosas: la injusticia y la impunidad. Por lo que la decepción ideológica, la desesperanza y la irreverencia picaresca son los síntomas de la bipolaridad que aqueja a los venezolanos. La Calle Larga no es sólo la locación simbólica donde los cumaneses pasean su desobediencia y la amargura de la utopía postergada: Constituye un punto de encuentro para la majadera vocación por la libertad que nos reconcilia con Cruz Salmerón Acosta, Andrés Eloy Blanco y José Antonio Ramos Sucre.

La pasión oceánica de Nelson Guzmán, hecha verso y prosa, en lo multidimensional de la escritura transgenérica, o por qué no del oficio poligráfico, descansa también en la interiorización del paisaje sucrense. Se copia en el alma el alma del paisaje, tal como lo propone Salmerón Acosta en el soneto “Cielo y Mar”: Y pienso con obscuro pesimismo, / que mi ilusión está sobre un abismo / y cerca de otro abismo mi esperanza. La refundación poética de Cumaná oscila entre el cataclismo histórico y los sismos físicos que no han logrado doblegarla. Claro está, la tensión preside la relación amorosa y problemática del entorno marítimo y sus habitantes: La Calle Larga olía a cadáveres, a frambuesas y a dátiles (…) La derrota de la Calle Larga era el síndrome del retroceso, bajo la intolerancia todo era posible (…) La Calle Larga cuando el terremoto del 29 se llenó de peces, el mar perdió sus estribos y vino a comerse a la ciudad. Por supuesto, la reescritura del paisaje se intensifica en una diáspora física y existencial, patente en el desvarío de las voces endemoniadas en espacios como el Petare expresionista de Bárbaro Rivas, o la ciudad de París desquiciada por la prosa ebria de Bryce Echenique o correspondida por la condición felina de Cortázar. Encontramos una conexión con Conrad, Homero y la poesía de Ledo Ivo –sobre todo los grandes poemas que recrean su Maceió natal- y la del venezolano Freddy Hernández Álvarez impregnada de la salitrosa luz lúcida de Reverón. Incluso, Rufino Blanco Fombona se suma al desconsuelo que le provocó el martirologio del Falke: Se insurge uno a la idea de que todo haya desaparecido en un instante. Mientras se confirma la noticia de esta desgracia, permítase a la amistad adolorida una duda esperanzada: ¡quién sabe!

Otra de las aristas que se desprenden de su corpus narrativo, consiste en su inquebrantable vocación popular. Observamos que el boxeo, el habla y la música rocolera latinoamericana se insertan en el vínculo de lo culto y lo popular, de manera que el lírico discurso narrativo se fortalece en la diversidad del léxico. El decir apuesta a lo que Pablo Antonio Cuadra denominó Épica Desmitologizada: La conversa exteriorista, sin fuegos fatuos ni arrebatamiento barroco, propende a exaltar los íconos del fervor popular. La escuela boxística cumanesa de Hely Montes que crió a Alfredo Marcano, a Pedro y Antonio Gómez, soporta en la memoria el drama que comprende el auge y la caída de estos héroes dignos por siempre de nuestro afecto. El boxeo, si lo sabrá Nelson, está aferrado paradójicamente al desarraigo ontológico de los latinoamericanos: Palmiro amaba el deporte de las orejas de coliflor, un día caminó la ciudad de Cuimaná, estaba despoblada, en silencio. El destino le había ganado el último combate al Cruz Martín Marcano. Por tal razón, los combatientes del Falke, los boxeadores y cantantes como Gardel, Jaramillo y Lavoe se acompañan en la Colmena sediciosa y disociada que es nuestra mestiza condición: Éramos una ciudad fantasma, con abismos y sonidos de mar.



En Caracas, la odalisca que detesta a los sepultureros indolentes, el Día de los Difuntos del mes de noviembre de 2012.


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