Thursday, August 21, 2014

ANA ENRIQUETA TERÁN O EL CORAZÓN DEL ÁGUILA. José Carlos De Nóbrega

ANA ENRIQUETA TERÁN O EL CORAZÓN DEL ÁGUILA
José Carlos De Nóbrega///

Quién dijo que todo está perdido: / yo vengo a ofrecer mi corazón. Fito Páez./// Las cuatro juntas: cómo ir contra el clan, aceptaron destino. Ana Enriqueta Terán.///

Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes (2014) de Doña Ana Enriqueta Terán, primera incursión novelística publicada por la Fundación Editorial El perro y la rana, nos obsequió una experiencia inigualable y harto placentera: El discurso narrativo excede la historia del clan familiar e incluso la reivindicación de la voz femenina; su tersa y franca urdimbre está enclavada en la celebración conmovedora del habla de la infancia y el lenguaje poético que construye túneles de amor y memoria. Esta maravillosa novela coquetea, por fortuna, con la musicalidad clásica del soneto y la oralidad popular, rural y andina de la décima. La palabra recrea así nomás mestizajes alambicados y entrañables, eso sí, en el predatorio y dinámico marco de las relaciones de poder que encabritan a los hombres. Si bien no sólo hay alusiones autobiográficas sino también al devenir mismo de su obra poética (léase, por ejemplo, en voz alta el poema “Lo sagrado del sueño”), la novela nos parece uno de los mejores ejercicios de ficción literaria de los últimos treinta años en el país. Son abundantes sus virtudes narrativas que redundan en la calidad plástica y sinestésica de sus atmósferas, la construcción apasionada de los personajes y las modulaciones múltiples de la voz que cuenta y canta hasta cien para desandar o revisitar un siglo. Paradójicamente, autores como Gabriel García Márquez o Adriano González León cierran el ciclo con libros sobre la depreciación nostálgica de la vejez; en cambio, Doña Ana intenta la senda inversa, esto es la recuperación poética de la infancia que trasciende la Utopía romántica (se trata de la consolidación de una voz singular cargada de humanidad tocable).///

Las protagonistas son indudablemente maravillosas en la precariedad, la contrariedad, la fortaleza y los silencios de afuera y de adentro: Doña Juana Teresa, la abuela y la casa; Ama Ina, la sierva devota y celestina; y, por supuesto, Manuela, Isabel María, Niña Chayo, y Niña Candela, nietas y cuentas preciosas del rosario familiar contingente que se reconcilia con los anillos de la sierpe que pende de la viga principal del techo. Panchita, la culebra tuquí, no encarna la culpabilidad veterotestamentaria de la mujer infligida por el macho semental y patriarca, ni muerde su calcañar, por el contrario, las acompaña en las lazadas cómplices viga a viga (tal es el solidario cariz cenital de la voz narrativa que las enaltece, en el decir dubitativo y provocativo de Manuela, que reduce a los hombres temidos, amados, castrados y manipulados a emulsiones fantasmagóricas). El mea culpa tampoco funciona a nivel socio-económico, pues cunde la humanidad inmediata de godos y campesinos, niñas mantuanas y guarichas: “¿A ras de quién establecer culpas? Eran circunstancias. Intensos momentos en extensión de paño interno”. He aquí la hermosísima irrupción del Bestiario, factor poético y metafórico de primer orden que afinca la compleja, sentida y escurridiza personalidad de cada quien, “el goce del tacto era el acercamiento a la bestia de uno”: el escudo matriarcal encarnado en el águila de Doña Juana Teresa, encadenadas ambas en la casa; el cordero de Isabel María, “agobiado de blancura mística”; o el coleccionismo entomológico de Niña Chayo que se apropió no sólo de coleópteros y escarabajos, sino de otros animales y seres humanos amados. Se nos hace difícil no asociar la novela con dos obras maestras del cine: Gritos y Susurros de Ingmar Bergman, un evangelio coral feminista a cuatro voces, y Cría Cuervos de Carlos Saura que edifica un delicioso y complejo universo femenino en el opresivo confinamiento de la mansión burguesa poco antes de la muerte del franquismo. Por supuesto, nuestras mujeres se oponen sutil y silenciosamente al conservadurismo seco de la sociedad andina de aquel entonces: el “PURO LEER” de la matriarca, desde los clásicos rusos al Siglo de Oro español; pasando por la depredación sexual de Niña Candela o el ateísmo encubierto en la compulsiva religiosidad de Niña Chayo; hasta el dolorosísimo y vindicador ejercicio escritural de Manuela, desprovista de toda Victoria posible, “¿Será la palabra la única victoria de Manuela?” (qué tal les parece este llamado interior: “Despacito, Manuela, no se desboque; prados de hoja menuda no destruya”, sazonado con la musicalidad inherente de un verso de arte mayor).///

Si nos pidiesen llevar textos narrativos de nuestra predilección al Ágora o, mejor aún, a un espacio público más bondadoso, seleccionaríamos entre otros títulos “Acento de Cabalgadura” de Enrique Mujica, “En virtud de los favores recibidos” y “Los días mayores” de Orlando Chirinos, además de esta novela de Ana Enriqueta Terán. Privaría en esta arbitraria y sentida escogencia una concepción lúdica y transgenérica de la novelística y la cuentística, amén de la conjunción de la memoria y la oralidad como propuesta poética transparente e inmediata. Reiteramos que el lenguaje, en sus diversas implicaciones, es la línea central e indagatoria de Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes. Constituye por una parte la revisión y recapitulación de la pasión escritural de nuestra autora. Son evidentes los puentes que establece con la Autobiografía en tercetos… de 2007, especialmente en los casos de “Invocación a la madre” y “Ríos de infancia”; asimismo con la Antología poética de 2005, lo cual comprende la afinidad temática y las peculiaridades musicales e imaginativas de su discurso vital y personalísimo. Más importante aún, hemos de destacar el afán multidisciplinario que repercute hondamente en la construcción de este microcosmos novelístico: la prosa es olorosa al fogón de Ama Ina y al jardín cuidado por el infértil Juan Carlos Macchi; el discurso científico botánico y zoológico es motivo de apropiación y reconversión poéticas de la tierra y el paisaje; la condición de mujer se expone con bella crudeza comadrona y sin concesiones estilísticas: “Qué significa sangre menstrual en trapos viejos, (…), como si la sangre necesitara símbolos de poder, de tradición, para el holocausto de la inocencia y el suceso inaudito de la belleza”. Los recovecos del habla que mixturan lo culto y lo popular no sólo recobran viejos términos, sino que imponen al cuerpo y el alma significados inéditos y juguetones: “Todos recuperaban el habla. ‘Pasó un ángel’, no sería mejor: ‘pasó un demonio’ “. La lengua absuelta por el vuelo y el reptar poético, nos mueve al morbo y al voyeurismo cuando de espejos se trata: la mirada oblicua que se desparrama en el pie equino de Isabel María (acariciado por Cheo Castejón o el mismísimo lector) o la desnudez virginal de Niña Chayo. La ceremonia transcurre entre la mascarada y la deglución caníbal del objeto luminoso del deseo, digresión sensual mediante.///

Excusen, pues, el entusiasmo de estas notas dispersas y enamoradas, que celebran a nuestra queridísima Ana Enriqueta en su cumpleaños pleno de mocedades.///

En Valencia, Rosa Única de Doña Ana, domingo 4 de mayo de 2014.

Saturday, August 09, 2014

CARTA A CLARICE LISPECTOR CON MOTIVO DEL QUINCUAGÉSIMO CUMPLEAÑOS DE G.H.. José Carlos De Nóbrega


CARTA A CLARICE LISPECTOR CON MOTIVO DEL QUINCUAGÉSIMO CUMPLEAÑOS DE G.H.

José Carlos De Nóbrega.


No me pidas coherencia, yo soy una metamorfosis ambulante. Sócrates Brasileiro Sampaio de Sousa Vieira de Oliveira (1954-2011), jugador número 8 del Corinthians (1978-1984) y de la selección brasileña de fútbol (1982-1986).

Valencia de San Simeón el estilita, jueves 27 de febrero de 2014.

     Queridísima Clarice:

     Un abrazo solidario de parte de este polemista compulsivo. Celebramos hasta la convulsión de los sentidos, los cincuenta años de nuestra amiga en común: la flaca G.H., con sus manías, adhesiones y repulsiones que, por fortuna, la vindican en nuestros corazones. Chucho y Karibay se suman también a esta salutación afectuosa; ambos se confiesan parte de la entusiasta colmena que te lee apasionadamente. Esta pareja de amigos persiste en su tránsito diverso y travieso por las trochas del arte, desde la poesía y la narrativa, pasando por el teatro de títeres, hasta el rebelde sonido salvaje de la música punk. ¿Qué cuentas? ¿Qué te traes entre manos a contracorriente de la banalización del discurso político y estético? Por mi parte, en medio del ruido mediático y reaccionario –además de la violencia política reciente- que pretende envilecer a Venezuela, me desquito de la mezquindad del entorno traduciendo a dos grandes amigos: Lêdo Ivo, con dos de sus poemarios que más me tocan, Las Imaginaciones y El Soldado Raso; y por supuesto, La Pasión según G.H. (1964), una de tus novelas más conmovedoras, cuya traducción les ofrezco a ustedes dos como regalo de cumpleaños. Espero que la disfruten en la intimidad de vuestro Rio de Janeiro, compartiendo la sobremesa con cigarrillos y café. ¿Cómo va tu salud? ¿La mía? Regular, pues nuestra militancia en el partido nicotínico afecta los pulmones y de vez en cuando alborota la hipertensión arterial. Son los estigmas de la compulsión terrena y concupiscente de siempre.

     No pretendo con la presente superar a Cortázar contándole a su señorita en París sobre hermosos conejitos vomitados; ni a Chico Buarque solapándonos su requisitoria contra los milicos a ritmo de samba, fútbol y foxtrot; ni mucho menos ganarle a la epístola maravillosa que Susan Sontag le tributa a nuestro Jorge Luis Borges: “Yo lo echo de menos (…) Y usted seguirá siendo nuestro patrono y nuestro héroe”. Dios me libre de las pretensiones egóticas del intelecto. Se trata más bien de evidenciar mi goloso gozo como lector y traductor al castellano de vuestra novela. Clarice: A G.H. no podemos dejarla por fuera en tanto coautora, no vaya a ocurrir que salga del papel y se haga carne para contrariarte sin descanso; así le ha ocurrido a Cervantes, Boccaccio y Otero Silva en los disparatados callejones sin salida que Orlando Chirinos nos pinta en sus últimos libros.

     La Pasión según G.H. posee muchísimas virtudes que espero poder sintetizar en este medio. Tu novela es también un gran poema en prosa. La austeridad y el minimalismo de la anécdota nos comunica, paradójicamente, muchas cosas: Apunta a una épica de la cotidianidad que se fundamenta en la legión de voces de adentro. La introspección de nuestra G.H., plagada de repeticiones, balbuceos, idas y vueltas, nos atrapa iluminando el laberinto interior. Me retrotrae un maravilloso cuento del escritor venezolano Andrés Mariño Palacio, El camarada del atardecer, donde Natalia confronta la soledad con su cuerpo desnudo. Ella contempla su cuerpo en el acto onanístico de palparse, desvestirse y bañarse abrasada por la soledad: “El atardecer ha muerto. Natalia sale del baño. Su cuerpo está cansado, como si hubiera recibido multitud de caricias”. La indagación ontológica y metafísica de tu amiga ante la cucaracha aplastada, se nos antoja un viaje portentoso que simula el trance místico de un San Juan de la Cruz o los desvaríos alucinógenos de Jack Kerouac, Henri Michaux o William Burroughs. Por supuesto, el arte de la novela es dignificado en tu propuesta, pues vindica las retículas amorosas que vinculan, en este caso, al lector, el autor, el personaje principal y los clásicos de la literatura y el arte. G.H. no sólo nos lleva de la mano, sino también nos impele a llevar su cruz a un Gólgota portátil y personal harto impactante. Nos refiere Pedro Téllez, en alusión crítica a los sonetos barrocos y conceptistas de Miguel de Guevara, una versión nada cómoda de la vía dolorosa: “En Poned al hijo en la cruz será Dios mismo el que descienda, por segunda vez, al idioma castellano. En el soneto pasa por el ojo de la cerradura con sus camellos y ricos”. La transfiguración ficcional no estriba en una unidimensional imitación de Cristo, sino en una versión problematizadora de los evangelios: Se sacude el alma en la consideración solidaria del dolor del Otro, encaramando el cuerpo estragado en el oprobioso madero, para bajarlo luego y regresar triunfante del Sheol, el Hades o el Orco.   

     Sigo creyendo que el tenor esencialista, existencialista y experimental de tu novela, no sólo tiene como antecedente a la narrativa europea de voces tales como James Joyce y Virginia Woolf, amén de textos muy significativos de Albert Camus y Jean Paul Sartre. Te creo lectora cómplice de Memorias póstumas de Blas Cubas (1880) de Joaquín Machado de Assis. Ambas novelas coinciden en la brevedad de los capítulos, el tratamiento difuso y nada convencional de la trama, además del cariz poético, inquisitivo y autorreferencial del lenguaje. Permíteme convocar nuevamente a otra gran amiga nuestra, la estimada escritora norteamericana Susan Sontag: “Tal como el aislamiento de Blas Cubas parodia una soledad elegida o emblemática, su liberación por medio de la comprensión de sí mismo es, a pesar de su confianza y agudeza, la parodia de esta suerte de triunfo”. Por supuesto, la liberación de cada personaje es muy particular. G.H. parte de su atormentada condición humana y pequeñoburguesa para configurar su ritual eucarístico y expiatorio: consumir la asquerosa hostia que es la gelatina blancuzca que exprimió de la cucaracha. En otras palabras, nuestra escultora exorciza sus demonios, su tedio y su indolencia tibia para con el Otro (Janair, la sirvienta despedida, y el leproso encarnado en la cucaracha). Si bien, en una carta que dirigiste a tu amiga Olga Borelli, denunciaste la incomprensión de los editores respecto a tu propia obra -argumentándolo con los afortunados casos de Jorge Amado y Érico Veríssimo-, el tiempo te ha dado un espaldarazo tardío pero justo: Formas parte importante de la admiradísima literatura brasileña contemporánea, poderosa en la diversidad y la extraordinaria calidad de sus voces. Ello con tu estilo personal e inimitable. Ya habías manifestado tu ars narrativa en la referida carta: “Mis libros no se preocupan mucho por los hechos en sí, porque, para mí, lo importante no son los hechos en sí, sino las repercusiones de los hechos en el individuo”.

     También considero injusto que ciertos susurros y chillidos críticos descalifiquen tu propuesta novelística, bajo la sorda y malsana etiqueta de “insipidez política y social”. El que quiera ver, que así lo haga, esta vez con amplitud y generosidad. Esos ciegos que guían a rebaños invidentes, padecen de mezquindad y confortabilidad crítica, pues no pueden exigirte que plantees la problemática histórica como lo hace, por ejemplo, Jorge Amado en Cacao, su segunda novela, cuya humanidad nos ganó por la inmediatez en el Decir. En el caso de tu G.H., subyace una (auto) crítica social dirigida al despropósito propio de esa ficción funcional-burguesa denominada Clase Media. Aquí, algunos de sus miembros más histéricos, aplauden el hecho de decapitar y volcar motorizados proletarios con alambre galvanizado y barricadas de basura en la vía pública. La godarria vitoreó, en su momento, la decapitación de José Félix Ribas en 1815 y la exposición de su cabeza -jamás escarmentada- en la Puerta de Caracas. G.H., ama de casa y escultora pequeñoburguesa, reconoce en el Otro, su prójimo más humilde y marginal, la gigantesca dimensión de sus prejuicios de clase: La lucha de clases con sus odios recíprocos y viscerales (los de Janair y G.H.), amén del maremágnum de las contradicciones que trae consigo, la proveen a ella del instrumental que haga posible su liberación y paz interior. La revolución no es un mero cataclismo exterior, como nos lo dijo el poeta Luis Alberto Angulo, pues su completación sólo es realizable y tocable cuando el alma se estremezca en el cambio. A tal respecto, G.H. cuestiona su relación con un Dios que la reseca: Se trata de la reconciliación por vía de un cristianismo comunitario en la Catacumba de su apartamento de lujo. Cada quien edifica a su manera la casa y la tumba, Nelson Guzmán se lo hace decir a uno de sus personajes: “La bilis por ese entonces comenzó a invadirme, yo había vivido encallado como los viejos barcos”. La fe no es sin contradicciones, de la misma manera que la paz no es un dulzón estado artificial endógeno y exógeno: por el contrario, se hace carne y espíritu en el teatro de operaciones de una guerra sin cuartel (consigo mismo y con el mundo exterior). Claro está, G.H. conoce la advertencia de Murena a tal respecto: la libertad postiza de aquel que huye de Dios para caer en las manos sanguinarias del Poder edificado por otros dioses, los hombres, sus mismos congéneres.

     El cielo y el infierno, Tolstoi dixit, intercambian fluidos y se superponen aquí y ahora. G.H. los forja en la cuasi antiséptica habitación de la reina africana que es Janair. El mural garrapateado por la sirvienta, con sus tres personajes inconexos como ciertas esculturas de Giacometti, representa el mismísimo Juicio Final en el que se sumerge la psique de nuestra amiga bien amada. Su Infierno es una construcción escritural sin par, pues no amerita del Barroco de Bernini o Loyola para aterrarnos con maestría, sino de una prosa limpia e inmediata que posee la musicalidad atonal del corazón humano en las tinieblas y el encandilamiento del Señor Sol. En tal sentido, mi modesta traducción respeta tu cadencia y tu melodía, muy tuyas y ahora mucho más nuestras. Traté de ser fiel en lo tocante a la puntuación, la conjugación íntima de los verbos (por ejemplo, procurar y precisar), además de la repetición de los términos que recrean el balbuceo del alma en trance.

     Que el Dios de mi religión anarco-teísta las acompañe a ambas, todo amor y todo afecto, dilectos por demás. Espero encontrarte pronto, Clarice, en las páginas de tus libros, en El Mesías de Haendel y en los poemas cantados por Tom Jobim.

     Amada Mía, saudades de quien te ama

José Carlos De Nóbrega, tu salmista compulsivo.

POR UN LEVE TEMBLOR: UNA PROPUESTA NOVELÍSTICA FRANCA Y SIN CONTEMPLACIONES. José Carlos De Nóbrega


     POR UN LEVE TEMBLOR: UNA PROPUESTA NOVELÍSTICA FRANCA Y SIN CONTEMPLACIONES

     José Carlos De Nóbrega

 

     Sólo los ojos de Dios se masturbaron. Eduardo Sifontes.

     Huíamos de la tempestad y nos herían otros dolores. Alfredo Armas Alfonzo.

 


     Constituye para mí, un privilegio, por tercera vez, presentar un libro de Juan Medina Figueredo. Su obra literaria se solaza en la poligrafía: Desde la musicalidad enternecedora y variada de poemarios tales como “Reverberaciones” (1995); atravesando por  el libro comuna que es “Siglo XXI, educación y revolución” (2010) con su estructura reticular que comunica a la crónica y el ensayo; hasta el volumen de cuentos “La Visita del Ángel” (2010) que hace posible la recuperación del Edén por asalto, no obstante la desilusión ideológica y estética. Hoy nos toca conversar brevemente sobre la novela “Por un leve temblor” (2014), mural narrativo acreedor del IV Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2013. Esta obra es un ejercicio de apego compulsivo a la tierra que apareja su refundación poética, no en balde la traición y el despropósito político. El lirismo inmanente de su propuesta novelística, transgenérica y polifónica, forja una crónica contingente y mágica de Aragua de Barcelona, prefigurada en textos poéticos como “La muerte del bodeguero” e iniciada en el conjunto de cuentos “La Visita del Ángel”.

     Es harto destacable la urdimbre de sus múltiples puntos de vista narrativos: Consta o se apoya en el contrapunteo entre Pancho, profesor y juez jubilado, y su discípulo Hussein, guerrillero y trabajador sobreviviente. Esta conversación al borde del precipicio existencial, revela la contundencia polifónica de su discurso narrativo trémulo y lúdico. La cosa apunta paradójicamente al tratamiento poético de la acción y el espacio rescatados por la memoria, la crítica implacable al impío Poder burgués, además de la impostura y la parodia del discurso ideológico y literario. Este concierto complejo de voces disímiles y díscolas, roza las situaciones extremas que van del plagio a la falsificación: Pero, nunca me he atrevido a escribir esa novela, bajo esa perspectiva o punto de vista de un homosexual (Tacho, el partero) … van a decir que este viejo como que es un marico, un raro, sería lo menos que dirían de mí. El inventario portentoso de personajes asemeja al cardumen de tembladores que asombró al Barón de Humboldt, coreografía fluvial y eléctrica de Carlos del Pozo mediante. Estos seres de papel, carnadura y tinta son invocados por la Historia de Venezuela, la imaginación y la memoria colectiva: por ejemplo, la estirpe de los Arreaza Calatrava, la presencia solapada de caudillos godos y liberales, así como también la gente de a pie, Santa Esperanza rezandera, Santa la comadrona, Tacho el partero e incluso el poeta arriero Juan Villaquirán.

     La estructuración y rotulación de los capítulos no sólo apunta a la consolidación de una propuesta transgenérica que emparenta a la crónica, las memorias, el cuento popular y la novela misma, sino también a la riqueza variopinta y conmovedora de las voces que hablan al lector. Sugerimos la cuidadosa revisión del relato humorístico y escatológico que nos recuerda al Salvador Garmendia de “El Inquieto Anacobero y otros relatos” (El camino de los muertos); el cuento breve que, valga la cercanía lingüística y poética, rinde un sentido homenaje al libro “El Osario de Dios” de Armas Alfonzo con sus fantasmas de la Guerra Federal; o el discurso lírico-erótico del texto narrativo de formación que nos vincula al “Cantar de los Cantares” de la dupla Salomón / Fray Luis de León (No sé si, algún día, escribiré esta carta). ¿Qué decir de la dicotomía metafórica que es “Ramón Benito cayó sobre su propia sangre”, en la que la degustación del jobo y el mango supone a la vez el regreso a la Infancia, la Arcadia o el Paraíso, y una requisitoria viva y cruda del oro mal habido?

     Esta novela se lee y se oye con sumo placer, pues en su discurso conviven la oralidad de corte popular, el desencuentro entre las voces autorizadas y los gritos apóstatas, así como también el tenor poético más acabado. Si en la novela “El Otoño del Patriarca”, Gabriel García Márquez apela a la enumeración caótica para evidenciar la decadencia senil del Poder totalitario, Juan Medina Figueredo enumera vocablos y elementos en pos de un estado de gracia que vindique y reconcilie lo culto y lo popular en tanto mixtura indisoluble. Lo dialógico se sostiene en lo paradójico de la existencia, tal como la compulsión por la vida lo hace ante las acechanzas de la muerte.

     Sólo nos resta invitarlos a compartir la afortunada experiencia que representa la inmersión en estas páginas vitalísimas.

     En Caracas, bonita hechicera que encapricha y seduce a un Goya rebelde y solidario, sábado 2 de agosto de 2014.   

LA BÚSQUEDA DEL PARAÍSO EN UNA ENCRUCIJADA DE LENGUAS. José Carlos De Nóbrega


LA BÚSQUEDA DEL PARAÍSO EN UNA ENCRUCIJADA DE LENGUAS

José Carlos De Nóbrega

     No consintió que abandonara las demás lenguas, la cultura se hallaba en la literatura de todas las lenguas que conocía, pero la lengua de nuestro amor -¡y qué gran amor!- sería el alemán. Elías Canetti, “La Lengua Absuelta”.

 

     Soy uno de los muchos hijos de la diáspora europea en Venezuela de la segunda postguerra. Me muevo hoy entre dos lenguas: el castellano hablado en el país y el honrado en la literatura de América Latina y, por supuesto, el portugués oral de mis padres madeirenses que recaló a posteriori en la musicalidad asombrosa de la poesía contemporánea de Brasil y Portugal. Por lo tanto, no deja de asombrarme que nuestro Elías Cañete (escritor judeo-sefardí y búlgaro) estableciera con su madre una comunión íntima y amorosa en la que se conversa en alemán, no obstante las otras tres lenguas que salpicaban su casa con vivacidad. Tampoco me es ajena la calidad lingüística, narrativa y polifónica de la novela “El Paraíso Prestado. Wörter” de la escritora y docente universitaria Doris Poreda, texto que se adjudicó el Premio Stefania Mosca, mención narrativa, en su cuarta edición correspondiente al año 2013. Como lector y miembro del jurado, me atrapó la inusual convivencia simultánea del texto narrativo en castellano y las palabras y frases cortas en alemán que configura la Odisea femenina protagonizada por Dorly, su madre Elli y su abuela Mutti. Siguiendo al poeta alemán Gottfried Benn, este trío de mujeres se nos antoja una pequeña bandada de “golondrinas que rozan el oleaje, / y beben viaje y beben de la noche”. Los vocablos germánicos constituyen las llaves que vinculan el reino perdido y el paraíso prestado por venir, coordenadas a las que se aferra el discurso del exilio. Son evidentes los nexos con la literatura clásica, pues el desplazamiento o la peripecia física traen consigo un viaje interior complejo, paradójico y conmovedor que reúne a estas tres heroínas. Sólo que la atmósfera novelada no apunta a la nostalgia de ramplón corte romántico, sino a una requisitoria dura y sufriente que embiste a la cultura machista occidental, con su esencia discriminatoria y utilitarista. La mayoría de los títulos alude a términos en alemán que fungen de catalizadores en esta bien habida encrucijada de lenguas.

     Dorly centra su compulsión vital en la ausencia de Hans, el padre biológico, sumada a la sucesión de padres postizos que padeció durante sus años de formación, desde el abusivo y pederasta Werner hasta el patético Pero Markoviç y sus siseos en serbo-croata. El odio al padre, en este caso, nos retrotrae dos volúmenes de cuentos de Slavko Zupcic, Dragi Sol (1989) y Vinko Spolovtiva, ¿Quién te mató? (1990), en los cuales se propone varias versiones del parricidio o la venganza del hijo venezolano abandonado por el padre yugoslavo de origen croata. En el caso de Dorly, la anima el despecho y el desprecio de Electra vomitados en la escritura de su Diario y de un relato alusivo a Hans, su engendrador desconocido: Has hecho de mí, sin sospecharlo –Ohne es zu ahnen- la perfecta ciudadana cósmica: sin maleta ni patria, sin padre ni nombre. Nada desdeñable, aunque demasiado abstracto para el entendimiento de una niña que comienza a hacer preguntas. Unos párrafos antes, la díscola hija nos habla de la peculiaridad de su propio desarraigo en la selvática Guayana, muy distante del diálogo y la contrastación de experiencias y paisajes que va del hijo al padre en “Mi padre, el inmigrante” de Vicente Gerbasi: Tal vez por eso no me había dado cuenta de esta carencia de manera tan intensa, por vivir en un país de machos rocheleros donde lo materno llena todos los baches, donde todos los caminos conducen a la madre. La lengua es un afilado cuchillo a la par y a pesar del resentimiento acumulado, franca y sin concesiones, pues no se ahorra epítetos zahirientes, críticas punzantes ni giros satíricos. La repulsión respecto al patriarcado comprende también la obra de Kafka y su irresoluta vida sentimental, “Los hermanos Karamazov” de Dostoievski que prefiguraría la ejecución sumaria del Zar, o películas recientes como “Magnolia” y “Petróleo Sangriento” del norteamericano Paul Thomas Anderson. Lo que entre machos representa una conflagración sin cuartel, para la mujer –hija, esposa o amante maltratadas- supone una oportunidad única de castración del poder patriarcal, sin importar si el instrumento es una hojilla de afeitar escondida bajo la lengua o en el área genital, o una pluma de ganso aguerrida que chapotea la superficie blanca y nutricia del papel. Las palabras no sólo implican una posición responsable ante la vida, sino una instancia válida y sentida de expiación y liberación. Nuestra esencia divina y profana se desdobla en la multiplicidad de las voces que estallan en el laberinto de adentro: Soy las palabras perdidas de la niñez. Soy Elli. Soy Mutti. Soy Bert. Soy Dorly. Soy aquella que habla por todos. Soy todos los que hablan por mí. Musicalidad atonal mediante que recurre a la aliteración y a la repetición ebria y persistente de preces que enhebran las cuentas del alma. Este concierto barroco y minimalista a la vez, se explaya placenteramente en la transparencia formal e inmediata de la prosa bien dicha.

     La estructuración de la novela en dos dípticos de catorce capítulos cada uno, propende a abordar tan intensas y abstrusas historias por vía apolínea y transgenérica al punto de simular la escalera de Jacob, las entrañas de la ballena que engulló a Jonás y la danza frenética de David al inaugurar el Templo que destruirían los romanos siglos después. Apolínea, pues la simetría greco-latina de las formas exalta al paroxismo la belleza contingente y dispareja de las cosas; transgenérica, porque la novela se mixtura con el arte del relato breve en su completación abierta y sugerente. La multiplicidad de los puntos de vista narrativos se emparenta con los cuatro evangelios autorizados e incluso con los evangelios apócrifos: La totalidad a la que aspira el ejercicio novelístico, no fracasa en el absoluto sinsentido del compartimiento estanco, sino en la reconstrucción viva de los acontecimientos que le acontecen a esta “Cofradía de la Jaqueca”; conversación amorosa que involucra a Dorly en primera y tercera persona, a la astuta actriz de carácter y diva matriarcal que es Mutti, a la bellísima Elli atascada en su magnífica precariedad, a la solidaridad paternal y sacrificada del tío Bert e incluso al morboso y cómplice lector. Todos ellos inmersos en la dicotomía universal del dolor y el amor. Ya nos acompaña otro escritor alemán de nuestros afectos, Alexander Kluge, en cuanto a los experimentos amorosos que nos enervan y angustian: ¿Quiere todo ello decir que al llegar a un determinado punto de la desgracia no es ya posible el amor?

     El Paraíso Prestado. Wörter constituye una exploración conmovedora y poética del mundo femenino, teniendo como coordenadas el desarraigo y la desesperanza. Son notables su discurso transgenérico (encrucijada de la literatura epistolar, el cuento y la novela), la musicalidad bilingüe (alemán-español) y, en especial, la transparencia e inmediatez del lenguaje. La problemática existencial de estos personajes maravillosos y humanos al extremo, está magistralmente delineada en el marco generoso de un discurso narrativo accesible, lúdico y harto asertivo. Doris Poreda, por fortuna, ejerce el oficio novelístico con la pasión febril y el devoto respeto que obsequia a todo lector entusiasta. Esta estupenda novela confirma que la escritura femenina en Venezuela atraviesa hoy por un momento estelar y promisorio; a tal respecto, revisemos con sumo placer los títulos más recientes de Laura Antillano, Sol Linares, Ximena Benítez y Ana Enriqueta Terán. Bienvenidos, pues, a esta fiesta de la palabra y el buen decir.

     En la ciudad de Caracas, enclave revoltoso y libertario, miércoles 30 de julio de 2014.